Los titulares tanto del Banco Mundial como del Fondo Monetario Internacional, con esa única y envidiable capacidad de preveer escenarios (ja!), han advertido que lo que está por venir en términos de la crisis será peor aún de lo vivido a finales de 2008. La única “solución” que proponen es la misma de siempre: apostar por el crecimiento económico y la reducción del déficit fiscal de todos los gobiernos, principalmente el estadounidense.
El problema, del que parecen no querer darse cuenta, es que esas mismas políticas se vienen aplicando por espacio de dos décadas en todo el globo sin resultados significativos. La reducción en el gasto de gobierno y los recortes en materia de seguridad social no han hecho sino dejar a la mayoría de la población en condiciones aún más vulnerables frente a las adversas circunstancias en el contexto económico. La deuda de los Estados no sólo no se ha reducido, sino que ha crecido de manera exponencial en los últimos años, al tiempo que los gobiernos siguen empeñados en rescatar bancos y corporaciones del fracaso financiero al que se asoman. La Unión Europea anuncia un fondo de rescate de 450 mil millones de euros; la Reserva Federal estadounidense realiza operaciones de deuda por 400 mil millones de dólares; el Banco Central Europeo junto con el Banco de Inglaterra “inyectan” 180 mil millones de dólares a los mercados de dinero. Cantidades inimaginables invertidas con el simple propósito de mantener con vida al sistema financiero y bancario, responsable en gran medida del problema económico.
En septiembre de hace tres años se anunciaba al público la quiebra de Lehman Brothers, monumento a la especulación financiera, dando lugar a la crisis económica de mayores repercusiones en las últimas décadas. A partir de ese momento se anunciaban los buenos deseos por parte de los principales personajes en la política mundial, anunciando reformas estructurales que permitiesen un mayor control sobre los mercados financieros. De más esta decir que dichas declaraciones jamás tuvieron repercusión alguna en la dinámica económica global.
En julio del año pasado se aprobó en los Estados Unidos una supuesta reforma financiera, que supuestamente acotaría el poder de Wall Street y el sector bancario-financiero a favor de los consumidores de dichos servicios. La realidad es que la reforma jamás pretendió erradicar los depredadores comportamientos de las poderosísimas casas de bolsa y sus agentes en Washington, y por tanto no se atendió de raíz el problema.
En los tres últimos años no ha variado en lo mínimo el comportamiento general de la economía: el crédito (tanto a particulares como a Estados) ha mantenido su ritmo de crecimiento exponencial, basado absolutamente en nada más que en la deuda y el poder ficticio de una moneda sin respaldo alguno, el dólar. Todas las inyecciones de liquidez a la economía durante el 2009 y el endeudamiento de los Estados simplemente contribuyeron a la creación de una burbuja financiera de mayor envergadura, misma que mas temprano que tarde se aproxima a reventar en la cara de todos aquellos (como nuestros brillantes gobernantes) que aseguraban sería cuestión de meses para que la economía se recuperara.
Considerar el difícil momento por el que atraviesa la economía global como una “nueva” crisis es tan sólo el primer error cometido por los “especialistas”: entender que la crisis no es un estado excepcional sino el permanente destino del modelo económico predominante es vital para poder realizar un análisis más profundo de sus consecuencias, y pensar entonces en sus soluciones.
En septiembre del 2009 publiqué en este mismo espacio: “Cualquier respuesta que se de a la crisis que no modifique los comportamientos de los mercados financieros y, en general, del sistema económico prevaleciente, simplemente terminará agudizando las contradicciones generadas por el mismo. El primer paso para salir de la crisis debe ser reconocer su magnitud, sus causas, sus alcances, y comprender que las soluciones no se encuentran dentro del mismo marco que la causo en un primer momento”.
Estas consideraciones son, creo yo, aún más validas ahora que entonces, cuando ha quedado demostrado que establecer parches en forma de reformas y gritar por todos lados las buenas intenciones de gobiernos alrededor del mundo no hace sino postergar y empeorar las consecuencias de mantener un modelo económico en franca decadencia.
El problema, del que parecen no querer darse cuenta, es que esas mismas políticas se vienen aplicando por espacio de dos décadas en todo el globo sin resultados significativos. La reducción en el gasto de gobierno y los recortes en materia de seguridad social no han hecho sino dejar a la mayoría de la población en condiciones aún más vulnerables frente a las adversas circunstancias en el contexto económico. La deuda de los Estados no sólo no se ha reducido, sino que ha crecido de manera exponencial en los últimos años, al tiempo que los gobiernos siguen empeñados en rescatar bancos y corporaciones del fracaso financiero al que se asoman. La Unión Europea anuncia un fondo de rescate de 450 mil millones de euros; la Reserva Federal estadounidense realiza operaciones de deuda por 400 mil millones de dólares; el Banco Central Europeo junto con el Banco de Inglaterra “inyectan” 180 mil millones de dólares a los mercados de dinero. Cantidades inimaginables invertidas con el simple propósito de mantener con vida al sistema financiero y bancario, responsable en gran medida del problema económico.
En septiembre de hace tres años se anunciaba al público la quiebra de Lehman Brothers, monumento a la especulación financiera, dando lugar a la crisis económica de mayores repercusiones en las últimas décadas. A partir de ese momento se anunciaban los buenos deseos por parte de los principales personajes en la política mundial, anunciando reformas estructurales que permitiesen un mayor control sobre los mercados financieros. De más esta decir que dichas declaraciones jamás tuvieron repercusión alguna en la dinámica económica global.
En julio del año pasado se aprobó en los Estados Unidos una supuesta reforma financiera, que supuestamente acotaría el poder de Wall Street y el sector bancario-financiero a favor de los consumidores de dichos servicios. La realidad es que la reforma jamás pretendió erradicar los depredadores comportamientos de las poderosísimas casas de bolsa y sus agentes en Washington, y por tanto no se atendió de raíz el problema.
En los tres últimos años no ha variado en lo mínimo el comportamiento general de la economía: el crédito (tanto a particulares como a Estados) ha mantenido su ritmo de crecimiento exponencial, basado absolutamente en nada más que en la deuda y el poder ficticio de una moneda sin respaldo alguno, el dólar. Todas las inyecciones de liquidez a la economía durante el 2009 y el endeudamiento de los Estados simplemente contribuyeron a la creación de una burbuja financiera de mayor envergadura, misma que mas temprano que tarde se aproxima a reventar en la cara de todos aquellos (como nuestros brillantes gobernantes) que aseguraban sería cuestión de meses para que la economía se recuperara.
Considerar el difícil momento por el que atraviesa la economía global como una “nueva” crisis es tan sólo el primer error cometido por los “especialistas”: entender que la crisis no es un estado excepcional sino el permanente destino del modelo económico predominante es vital para poder realizar un análisis más profundo de sus consecuencias, y pensar entonces en sus soluciones.
En septiembre del 2009 publiqué en este mismo espacio: “Cualquier respuesta que se de a la crisis que no modifique los comportamientos de los mercados financieros y, en general, del sistema económico prevaleciente, simplemente terminará agudizando las contradicciones generadas por el mismo. El primer paso para salir de la crisis debe ser reconocer su magnitud, sus causas, sus alcances, y comprender que las soluciones no se encuentran dentro del mismo marco que la causo en un primer momento”.
Estas consideraciones son, creo yo, aún más validas ahora que entonces, cuando ha quedado demostrado que establecer parches en forma de reformas y gritar por todos lados las buenas intenciones de gobiernos alrededor del mundo no hace sino postergar y empeorar las consecuencias de mantener un modelo económico en franca decadencia.
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