Por más que le de uno vueltas al asunto,
resulta imposible negar que la monarquía española no es sólo el legado político
exclusivo de la dictadura franquista sino que, al mismo tiempo, representa el
único obstáculo institucional para la existencia de la república. Obsesionado
con la corriente republicana española, Franco comprendió claramente que la
única manera de perpetuar su régimen era a través de una monarquía
reconfigurada.
Es por lo anterior que la corriente
republicana ha cobrado protagonismo frente a la abdicación envenenada de Juan
Carlos, que en su afán por sobrevivir y tragándose sus propias palabras, se
hace un lado para cederle la corona a su hijo Felipe. Es tal su angustia que el
rey se desprende de un traje que no le iba nada bien en los últimos tiempos:
acosado por los escándalos y sus desplantes en el ámbito internacional, tiene también
en su haber la calculada indiferencia para con el sufrimiento del pueblo que
dice proteger. La crisis económica que azota al pueblo español, el desempleo
rampante, los desalojos sistemáticos y la ola de suicidios que han provocado no
parecen importarle. En contraste, se da el lujo de cazar elefantes y solapar
corruptelas familiares.
El descrédito real fue cobrando fuerza y ni
él ni su equipo de imagen pudieron contrarrestarlo, hasta que recurrió a la
última carta que le quedaba: abdicar. Aun así, los medios de comunicación del
poder reprodujeron la nota del traspaso de la corona, reforzada con la vieja
cantinela de su convicción democrática, comprobada por muchos gracias a su intervención
para sofocar el intento de golpe de Tejero. Sin embargo, se ha sugerido la idea
de que el rey estuvo relacionado con el plan para ejecutar el golpe, lo que
pone en duda la alegada convicción. Resulta difícil creer que Franco le hubiera
legado el poder a un rey con veleidades democráticas. Lo que en realidad hizo
fue asegurar la perpetuación del régimen utilizando a un individuo dispuesto a
todo para convertirse en rey.
Juan Carlos representa sin lugar a dudas la
continuidad de un régimen político que fue siempre un acérrimo enemigo de la
república. Su función es precisamente impedir el regreso de la república. Por
más que se declare democrática, la corona española existe para negarle su
existencia a la república y lo de menos es calificar al sujeto que se monta en
el trono. Es por ello que la presente coyuntura muestra a una monarquía débil y
con crecientes
manifestaciones públicas en su contra, difíciles de concebir
hace dos décadas. Las silbatinas en los estadios de fútbol, las caricaturas y
otras manifestaciones de repudio de la población alternan con el estado de
excepción de la figura del rey, inmune a acusaciones o investigaciones de sus
actos, colocado en un pedestal anacrónico e insultante para los millones de
españoles que han experimentado un empobrecimiento en sus vidas.
La apuesta real es lavar la imagen de la
corona con un rostro fresco y joven, ideal para una campaña de imagen que le
haga olvidar al pueblo español los agravios sufridos por la soberbia de su
monarca. El resultado de semejante esfuerzo dependerá de la fuerza de otra
campaña, más prolongada y perversa, que promueve el olvido de los crímenes de
lesa humanidad e incluso de genocidio cometidos por la dictadura franquista. Y
es aquí en donde radica en realidad la función social de la monarquía: enterrar
la atrocidades cometidas contra miles de españoles a lo largo de décadas. En la
medida en que la población exija justicia la monarquía sufrirá embates que
pueden sacarla de la historia pero que también podrían consolidarla. Si la
monarquía se opone a recordar los agravios y juzgar a los responsables de la
represión franquista, como lo ha hecho hasta ahora, será rebasada; pero si se
suma a la demanda de juicios para los torturadores y asesinos podría recuperar
parte de su legitimidad hoy puesta en cuestión.
Sobra decir que los partidos políticos y el
entramado institucional del estado español no quieren destapar la cloaca; han
dado múltiples señales de que ni siquiera lo quieren discutir a fondo. Basta
revisar sus posicionamientos frente al grito callejero ¡Abajo la monarquía.
Viva la república! para confirmarlo. Tiene que ser el pueblo español el que imponga
condiciones para el regreso de la república. Y ese regreso será en primer lugar
para hacerles justicia a los miles de desaparecidos por la dictadura. De otro
modo, el franquismo vivirá escondido en la corona.
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