El 8 de septiembre de 2000, hace poco más de 10 años, los 192 países miembros de la ONU firmaron la pomposamente llamada, en ese entonces, Declaración del Milenio, en la que se establecían 8 objetivos de desarrollo a cumplir en 2015, todos ellos relacionados con las mejoras en el nivel de vida de los habitantes de este planeta.
10 años después, y tan sólo a cinco de finalizar el plazo que la ONU se dio a sí misma para hacer de este mundo un lugar feliz, nos encontramos con que el cumplimiento de estos objetivos se encuentra aún muy lejano: no sólo no ha habido mejoría en las condiciones de vida de gran parte de la población humana, sino que, al contrario, el empobrecimiento de millones de personas continúa, un empobrecimiento que va más allá del puro aspecto económico: en aspectos sociales y políticos somos, en general, también más pobres que décadas atrás.
Propongo una breve revisión de algunos de los famosos objetivos, con el fin de razonar acerca del estado actual de los mismos.
10 años después, y tan sólo a cinco de finalizar el plazo que la ONU se dio a sí misma para hacer de este mundo un lugar feliz, nos encontramos con que el cumplimiento de estos objetivos se encuentra aún muy lejano: no sólo no ha habido mejoría en las condiciones de vida de gran parte de la población humana, sino que, al contrario, el empobrecimiento de millones de personas continúa, un empobrecimiento que va más allá del puro aspecto económico: en aspectos sociales y políticos somos, en general, también más pobres que décadas atrás.
Propongo una breve revisión de algunos de los famosos objetivos, con el fin de razonar acerca del estado actual de los mismos.
1. Erradicar la pobreza extrema y el hambre. Existen en el mundo mil millones de personas en situación de nutrición insuficiente, lo que en español quiere decir muriéndose de hambre. Constantemente hablamos de una crisis alimentaria, más hay que señalar un aspecto de suma importancia: dicha crisis no proviene de una escasez en la producción de alimentos, sino todo lo contrario: el acaparamiento, la especulación, las benditas oferta y demanda elevan el precio de los mismos a tal punto que una sexta parte de la población del mundo no puede adquirir.
2. Lograr la enseñanza primaria universal. Difícil pensar en la universalización de la educación cuando un niño muere de hambre cada seis segundos (datos de la ONU). Aunado a esto, la mercantilización de la educación convierte gradualmente a esta en un lujo al que no todos podemos acceder. El gran negocio que representa la educación ha atraído la mirada de muchos emprendedores, deseosos de participar del gran mercado que representa, apoyados, por supuesto, por gobiernos alrededor del mundo.
3. Igualdad de géneros y autonomía de la mujer. El sexismo de nuestras sociedades es inherente a un sistema de producción: el relegar a la mujer a un segundo plano en el aspecto económico de las mismas no es sino una forma más de explotación laboral.
4. Reducir la mortalidad infantil y la salud materna. Risibles si pensamos que existen más de mil doscientas millones de personas subsistiendo con menos de un dólar al día. Imposible en pensar que, aunado a conseguir lo básico para subsistir, tengan que preocuparse por condiciones salubres e higiénicas de mayor calidad. 2,400 millones de personas (una tercera parte de la población mundial) no cuenta con servicios de agua potable.
5. Combatir el VIH/SIDA, paludismo y otras enfermedades. Según los objetivos de la ONU, el acceso universal al tratamiento del VIH/SIDA de todas las personas que lo necesiten debería estar garantizado. No me imagino a las grandes compañías farmacéuticas renunciando a las millonarias ganancias que obtienen por concepto del gran mercado que representa el SIDA, especialmente cuando las leyes internacionales protegen a estas grandes corporaciones con eso que llaman derechos de propiedad intelectual.
La realidad es que el cumplimiento de los llamados objetivos del milenio va mas allá de los buenos deseos de la ONU y demás organismos internacionales (suponiendo que exista esa voluntad realmente). El problema es de mucha mayor profundidad: tiene que ver con las estructuras mismas de un sistema que no sólo propicia las enormes desigualdades que existen en términos de condiciones de vida en nuestro planeta, sino que necesita de ellas para poder reproducirse.
La única solución real al problema implica un cambio radical en la manera en la que concebimos el mundo, en la manera en que nos relacionamos, en la manera en que intercambiamos, producimos y consumimos. Es fundamental comprender que las soluciones a los problemas no van a venir del mismo sistema que los provocó mientras no exista un cambio radical en la estructura del mismo.
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