Esto me huele a compló. Los cinco (sic) jinetes del Apocalipsis, las inundaciones, la quiebra de Mexicana. Parece que algo o alguien está empeñado en arruinarle su fiesta del Bicentenario a nuestro Felipillo.
Ahora, la matanza de 72 inmigrantes en San Fernando, Tamaulipas, se roba las primeras planas. Y es que, por penoso que sea, la muerte de centro y sudamericanos que atraviesan nuestro país con rumbo a los Estados Unidos no es un tema menor, que apenas ahora encuentra eco en los medios de comunicación tras tan sonado incidente.
Cada año atraviesan nuestro país más de 600 mil inmigrantes buscando llegar a los Estados Unidos, ya no digamos persiguiendo el American Dream, sino simplemente en búsqueda de algún empleo (por indigno que sea) que les permita apenas sobrevivir a ellos y a sus familias.
Y antes de llegar al vecino país, en dónde los espera el desierto, los famosos minutemen, leyes racistas como la de Arizona y empleos denigrantes, se ven forzados a pasar por nuestro bello país, engalanado este mes con celebraciones que, hasta la fecha, no comprendo del todo.
En estos pintorescos tiempos en los que de todo se hace mercancía y se pretende sacar ganancia, los indocumentados no son la excepción: se trata de un negocio que deja cerca de 3 mil millones de dólares al año, repartidos entre el crimen organizado e instituciones de policía no tan honestas, en ambos lados de la frontera. Para pasar a los Estados Unidos, la tarifa es de entre 4 y 15 mil dólares.
Cerca de 20 mil personas que intentan cruzar la frontera son secuestradas y obligadas a pagar rescates que van de los mil a los cinco mil dólares. Esto, si no son asesinados o forzados a trabajar en condiciones inhumanas para los cárteles.
El muro de Bush, las leyes de Arizona y la militarización de la frontera no sirven más que para una cosa: no detendrán ni el flujo de inmigrantes ni el paso de drogas hacia los Estados Unidos, pero sí harán más peligroso el cruce de la frontera, poniendo en riesgo la vida de más personas, y por ende, haciendo el negocio más lucrativo.
México es el país en el que más se violan los derechos humanos de los inmigrantes, con la colaboración de medios de comunicación prestos a levantar la voz con ánimos patrioteros cuando en Arizona se trata con la punta del pie a los mexicanos, pero colaborando con su silencio con la trata de personas en nuestro país.
Desafortunadamente, es sólo gracias a una matanza de 72 personas que volteamos a ver ese lado de la moneda. Mientras exigimos respeto a nuestros compatriotas en los Estados Unidos, el paso por nuestro país de los cientos de miles de centroamericanos y sudamericanos es igual o más peligroso que lo que enfrentan los mexicanos al intentar cruzar la frontera.
Como pago por tener al vecino que tenemos, México se ha convertido en el gran muro de contención para los inmigrantes provenientes del resto del continente. Aún cuando exigimos se respete a nuestros connacionales en el extranjero, nuestro racismo se hace manifiesto cuando se trata de inmigrantes en nuestro país o de nuestros propios indígenas.
En cuatro años se documentan 28 mil muertos en nuestro país a causa de la violencia. Hemos perdido la capacidad de asombro, y la muerte de 72 personas más no hace más que engrosar la cuenta.
Y nuestra independencia, que nos empeñamos en celebrar, ha servido para que desde Washington nos digan que hacer en los casos de la migración y el narcotráfico, lo que ha representado un costo incalculable en vidas humanas.
Aún así, tenemos mucho que celebrar. ¿O no?
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