Juguetes militares: reflexión a partir de las piezas de Daniel Ruanova
El ejército ha entrado a nuestra cotidianidad. Es lo que parecen decir los ensamblajes e instalaciones del artista contemporáneo Daniel Ruanova (1976, Mexicali). A partir de fundir juguetes de plástico, el artista crea piezas marcadas por una atracción sensorial inmediata. Las figurillas lúdicas que construyen sus piezas no pierden su identidad, se identifican a primera vista con aquellos juguetes que simulan miniaturas de pistolas, ametralladoras, soldados, marinos y demás objetos y personajes de las fuerzas armadas. De igual manera, los colores fluorescentes de las piezas nos remiten al mundo infantil. En su ensamblaje Emiliano y sus aires de grandeza (2005-2006), esta realidad pueril se enfatiza por la representación de la figura en conjunto: un personaje que por lo abultado de sus extremidades y su peinado, así como por el título, intuimos es la escultura de un niño que juega a ser un militar, armado hasta los dientes, con habilidades karatekas. La figura simula una posición de ataque del infante plasticoso: mientras una de sus piernas se levanta de patada, digna de un entrenamiento en las artes marciales, uno de sus brazos amenaza con pequeñas bazucas, pistolas y ametralladoras haciendo las veces de dedos.
De pequeño, mi contacto más cercano con la imagen del militar fue través de aquellos muñecos "G.I. Joe", que servían para recrear, junto con mis tres amigos de la infancia, batallas y dramas. Al niño es común que se le bombardee con la imagen del soldado valeroso héroe de la justicia, como a la niña se le impone la figura de madre o la fémina únicamente preocupada por su belleza física. Los juguetes estadounidenses, que la clase media mexicana consumimos ávidamente, son esencialmente microcosmos del mundo adulto. El juguete siempre hace referencia a algo de aquella realidad configurada por nuestros mayores. Difícilmente se encontrarán objetos lúdicos en las plazas comerciales que estimulen la imaginación hacia formas inventadas. Así, los juguetes tienen la función de prepararnos para aceptar y reproducir el modelo de realidad del adulto. Funcionan para darnos la seguridad de que los militares y las mujeres banales son naturales en nuestra cultura pues “siempre” han existido. Roland Barthes menciona que “el juguete entrega el catálogo de todo aquello que no asombra al adulto”.
Las figuras de Daniel Ruanova remarcan la figura del juguete como un elemento “condicionador” del mundo futuro, el mundo que nos espera cuando crezcamos. Aquí el niño simplemente funciona como propietario del mundo, no como creador. Los papeles sociales están dispuestos en cada juguete, el niño únicamente puede elegir, no crear ni configurar su propio universo. Existen algunos juegos que, a diferencia de estas figuras a escala del mundo adulto en miniatura, otorgan la posibilidad de inventiva de un mundo más proyectivo por individual. Mientras los juegos de construcción pueden estructurar formas distintas y contrastantes con la lógica de la realidad adulta, los mini-soldados, mini-pistolas, mini-granadas construyen soldados, pistolas y granadas a gran escala. La estrategia visual es evidente: escalas pequeñas de un mundo violento generan escalas adultas de un mundo más violento. Pero su reflexión no se queda ahí. Viviendo en Tijuana, parece mostrarnos bajo elementos cotidianos un aspecto social nada extraordinario. El mundo agreste de una guerra de alto impacto, que cobra sentido con los mensajes furibundos de nuestro presidente, hacen que relacionemos inmediatamente sus construcciones plásticas con las realidades sociales que se viven día a día en el país.
Cuando el titular de la Secretaría de Gobernación en ese momento, Fernando Gómez Mont, advirtió, en su discurso entorno al 98 aniversario de la revolución mexicana, que en este gobierno no se dará “ni un paso atrás en la lucha por desmantelar las redes de narcotraficantes y secuestradores, destruir sus mecanismos de lavado de dinero y sus casas de seguridad, asegurar sus recursos, sus mercancías, sus armas, y consignar ante el Poder Judicial a todos y cada uno de ellos” (La Jornada, 20/11/2008), parecía hacer referencia al título de la exposición curada por Clayton Campbell War as a way of life, que bien podría ser el eslogan de aquel empaque de los “G.I. Joe” de mi infancia.
Si atendemos al sobrenombre que el periodista Jorge Fernández Menéndez ha dado al narcotráfico en México como “el otro poder”, entendemos que éste tiene su existencia en relación directa con el poder “constitucional”, ambos forman una estructura de co-dependencia que impide que puedan ser aniquilados sin autodestruirse mutuamente. Así, si la lucha contra el narcotráfico no “dará ni un paso atrás”, se iniciará una batalla que implicará la destrucción de una estructura de poder mucho mayor, por lo que parece una lucha sin fin. Una lucha que, como Susan Sontag enunció de la guerra de Bush contra el terrorismo, al ser declarada hacia un enemigo tan amorfo y descentralizado como el narcotráfico, no tiene fin específico más que la enunciación del gobierno a realizar una intromisión del ejército sin limitación alguna en la vida pública. Un enemigo como el narcotráfico tan heterogéneo, escurridizo e infiltrado, tanto en las escalas de poder como en la misma sociedad civil, implica infiltrar la batalla en los mismos recovecos de nuestra sociedad, implica la entrada a nuestra cotidianidad.
Es así como la figura de Emiliano… me remite a una violencia de alto impacto, un enemigo de la libertad cotidiana. Si los objetos de Daniel Ruanova nos hablan de la asimilación cotidiana de una violencia militar, y la realidad nos obliga a fuerza de hechos y acciones a tal asimilación, hay que ir comprando para los niños las figurillas de "G.I. Joe" con la instrucción que en su simulación de batalla los enemigos se encuentran en las estructuras internas de poder de los propios "G.I. Joe".
1 comentario:
Gracias por tu reflexión. Lo único que busco al hacer público mi trabajo es alimentar el intercambio y la mutación de ideas. DR
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