Cuando se dota de contenido social, político; cuando esgrime, desafía, la realidad –el intemperante trajín cotidiano; cuando explora los oscuros vericuetos del hombre existencial y se nutre del clamor popular, el cine –el séptimo arte– reivindica el papel que social y artísticamente le corresponde: a saber, transmisor de ideas y sentimientos, intérprete crítico de la realidad, transgresor de la conciencia.
“Disfruten de la película. Disfruten la censura que existe en su país”. Con un gesto de impotencia y fastidio, el hombre se postró en el frente de la sala y solicitó al público le otorgaran unos segundos de silencio para dirigir unas palabras: “Las autoridades del cine no permiten que mi hija adolescente ingrese a esta sala para ver la película [en turno]. Por tal razón, mi familia y yo hemos convenido retirarnos del cine y declinar la oferta que nos hacen: cambiarnos las entradas por otra función. Disfruten de la película...”
Recientemente se estrenó en el cine una comedia negra titulada “El Infierno”, polémico filme dirigido por Luis Estrada y protagonizado por Damián Alcazar, cuyo contenido aborda la problemática social del México actual: la violencia, el narcotráfico, el consumo de drogas, la inseguridad pública, la corrupción, el matrimonio entre el crimen organizado y el gobierno, la migración, la pobreza, el desempleo, la decadencia nacional, la brutalidad que emana del olvido, la omisión, la negligencia, el rencor acumulado.
Un auténtico infierno. Infierno que todos vivimos y compartimos, unos con cinismo, otros con desinterés, no pocos con tensión y hastío. Infierno de todos. Tierra de todos y de nadie. Infierno terrenal que obligadamente substrae importancia a la versión ultra-terrenal del mismo. En este escenario horrorosamente real el país se viste artificialmente de fiesta.
“Nada que celebrar”, coinciden directores y actores de la controvertida película.
La censura que envuelve sigilosamente al filme despierta inquietud, nerviosismo, malestar. Se requiere identificación que avale la mayoría de edad para ver una película que aborda asuntos que en el diario acontecer de nuestras vidas observamos, leemos, pensamos, caminamos, soñamos, padecemos. Niños de todas las edades están a un click de distancia (Internet) de las imágenes y videos más violentos y grotescos que una mente oscura puede llegar a concebir. Y sin embargo, un adolescente consciente y facultado psicológicamente está inhabilitado para asistir a una función de cine por razón de su edad, según parece, incompatible con el alto contenido de violencia, morbo y sexo que la película exhibe.
En el fondo, el problema es el giro “politizado” del film. Mientras la violencia y la bestialidad se contemplen en condición de espectadores morbosos, la exposición del material audiovisual aludido resulta inofensivo. Cuando el cine se compromete con la realidad social (condición insoslayable del cine auténtico y genuino), cuando asume una intencionalidad alevosa, cuando problematiza el universo establecido, cuando transgrede el prejuicio políticamente correcto, entonces, sólo entonces, la censura hace acto indiscriminado de aparición.
Las autoridades del país no aceptan críticas ni opiniones divergentes. Pese a los niveles insostenibles de inestabilidad, violencia y drama social, la elite política mantiene su curso ciego, intransigente, intolerante: censura la crítica; celebra la indulgencia.
En éste escenario apocalíptico que saluda a las fiestas centenarias, festejemos la condescendencia, la indignidad, el rezago artístico e intelectual, la barbarie: “Porque tú eres México. Y eso... hay que celebrarlo”.
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