Existen al menos dos vertientes distintas desde las cuales se construyeron en la historia los discursos nacionalistas. Según algunos estudiosos el nacionalismo estaba consolidado, aunque no como estado, como comunidades claramente definidas, con una misma lengua y distintos rasgos que les dotaban de una identidad bien delimitada.
Por otro lado los movimientos ilustrados, con tendencias más cosmopolitas, como lo fue la revolución francesa, concibieron a los estados- nación como una necesidad de unidad entre pueblos más mestizos, que carecían de una lengua e identidad única.
La primera vertiente aquí mencionada se encuentra más cercana a la fundamentación metafísica de la identidad nacional, que tiene que ver con la existencia de arquetipos estáticos que de antemano y previamente a las contingencias de la historia definen el “Ser” de un pueblo. Claro ejemplo de esto es la controversial filosofía del alemán Martín Heidegger, quien en su filosofía política fundamentaba el origen puro de lo “Alemán”.
La segunda vertiente, derivada de las ideas revolucionarias de la modernidad, surge de la necesidad de un contrato social plural y justo en la sociedad, justo después de la caída de las monarquías, como sucedió en la revolución francesa. Esta concepción carece del raigambre metafísico, en cuanto al origen arquetípico de su identidad, pues más bien la idea de su constitución está en la búsqueda y construcción de una. Esto quiere decir que en este concepto de Nacionalismo la construcción del Estado es previa a poseer una identidad nacional, al contrario de la concepción metafísica del nacionalismo.
Debido a la insostenibilidad de una concepción metafísica de la identidad nacional y al triunfo político (no filosófico) de las ideas modernas y liberales, en México y los estados latinoamericanos, así como en Europa y el llamado primer mundo, prevalecen los discursos nacionalistas que surgieron del seno revolucionario francés.
Este moderno, lato y engañoso concepto de identidad ha permitido la intromisión de “apátridas capitalistas” (no los apátridas estetas de Nietszche) en los intereses de los Estados, que debieran ser los intereses de la comunidad o sociedad, exaltando así la individualidad más cruda y descarriada sobre todo concepto de nación, creando una confrontación con los pueblos tradicionales y no sólo con ellos sino con todos los contribuyentes del Estado. Dicha confrontación no se limita a un banal discurso sobre “costumbres” ociosas sino a concepciones económicas, de medios de producción, de comercialización y de explotación de los recursos naturales. Esto supone una contradicción, pues lejos de reafirmarse los lazos identitarios se fragmentan, ya que se generan castas.
La casta política es asimismo, como la capitalista, individualista; sin embargo ambas se empeñan en reafirmar los discursos Nacionales, como si de lo meros relatos heroicas de la historia viviesen los pueblos, pues son ellos los únicos que viven bien gracias a dichos relatos. Nueve mexicanos en la lista de Forbes no significan nada positivo para nuestro pueblo.
Muy claro nos ha quedado ya que a Carlos Slim poco le interesa el problema de su “mexicanidad”, de igual manera debe ser para todos aquellos empresarios migrantes y exiliados (que se parecen, por cierto, más al nacionalista metafísico) que reafirman sus antiguos linajes, o status sociales, creando cerrados y fundamentalistas círculos identitarios dentro de un país en el que han forjado sus fortunas. Y a todos los demás de qué nos sirve la mexicanidad.
1 comentario:
disculpa por los crees cres,y demas horrores ortograficos solo que escribi tanto y tan rápido que ya no lo cheke! VA digo pa¨k no pienses k aparte de todo ignorante solo k aveces se pasan o traskiversan las letrs vez!!!
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