Valdría la pena revisar el texto completo para ir ubicando mejor las querencias intelectuales que deforman nuestro pensamiento y la relación entre el iluminismo y el capitalismo. Va una probadita para reflexionar sobre el trabajo académico y de investigación social contemporánea y sus consecuencias.
Cualquiera, no ya que esté mínimamente familiarizado, sino que se haya asomado al mundo de la ciencia realmente existente, sabe que una cosa es la ciencia básica y otra la tecnología. El grueso de la ciencia básica no tiene aplicación tecnológica o instrumental alguna, y por lo mismo, no es financiable a través del mercado o de la empresa capitalista. Por ejemplo, la teoría científica más famosa del siglo XX, la Teoría General de la Relatividad, no tiene ninguna aplicación tecnológica o industrial (las naves que se mandan al espacio, se manejan todavía con tecnología derivada de la mecánica clásica newtoniana de partículas). Lo que ocurre es que cuando puedes fundar una tecnología en algún hallazgo importante hecho en ciencia básica, entonces esa tecnología resulta muy potente y eficaz (y puede ser, claro, terriblemente dañina, precisamente por basarse en conocimiento verdadero y profundo). Pero eso es más bien infrecuente. Lo normal, cuando se hace investigación básica, es no tener la menor idea de para qué va a servir eso, y normalmente, aunque el resultado sea excelente desde el punto de vista teórico-contemplativo, digamos, no sirve para nada. [...] pero la investigación en ciencia básica no se mueve nunca, como cree la crítica epistemológica romántica, por motivos “instrumentales”: eso lo sabía ya Aristóteles, quien dejó famosamente sentada para siempre la verdad de Pero Grullo de que la única motivación de la inquisición científica teórica es la “curiosidad”, verdad repetida 23 siglos después, y a su modo, por Kant al acuñar la maravillosa divisa ilustrada sapere aude!, ¡atrévete a saber! La confusión, la ignorancia, la resuelta negativa a distinguir y a saber, han sido patrimonio tradicional de la reacción y la conservación. Desde hace unas cuantas décadas, lo son también de una izquierda académica derrotada, que no se atreve a saber, porque no se atreve tampoco a cambiar el mundo, fiada, hasta ahora, en la rutina de que, mes tras mes, sigue al menos cobrando su nómina en alguna universidad pública o privada a trueque de enseñar a los estudiantes que nada se puede saber objetivamente y que pretenderlo es, más aún que ocioso, peligroso...
Cualquiera, no ya que esté mínimamente familiarizado, sino que se haya asomado al mundo de la ciencia realmente existente, sabe que una cosa es la ciencia básica y otra la tecnología. El grueso de la ciencia básica no tiene aplicación tecnológica o instrumental alguna, y por lo mismo, no es financiable a través del mercado o de la empresa capitalista. Por ejemplo, la teoría científica más famosa del siglo XX, la Teoría General de la Relatividad, no tiene ninguna aplicación tecnológica o industrial (las naves que se mandan al espacio, se manejan todavía con tecnología derivada de la mecánica clásica newtoniana de partículas). Lo que ocurre es que cuando puedes fundar una tecnología en algún hallazgo importante hecho en ciencia básica, entonces esa tecnología resulta muy potente y eficaz (y puede ser, claro, terriblemente dañina, precisamente por basarse en conocimiento verdadero y profundo). Pero eso es más bien infrecuente. Lo normal, cuando se hace investigación básica, es no tener la menor idea de para qué va a servir eso, y normalmente, aunque el resultado sea excelente desde el punto de vista teórico-contemplativo, digamos, no sirve para nada. [...] pero la investigación en ciencia básica no se mueve nunca, como cree la crítica epistemológica romántica, por motivos “instrumentales”: eso lo sabía ya Aristóteles, quien dejó famosamente sentada para siempre la verdad de Pero Grullo de que la única motivación de la inquisición científica teórica es la “curiosidad”, verdad repetida 23 siglos después, y a su modo, por Kant al acuñar la maravillosa divisa ilustrada sapere aude!, ¡atrévete a saber! La confusión, la ignorancia, la resuelta negativa a distinguir y a saber, han sido patrimonio tradicional de la reacción y la conservación. Desde hace unas cuantas décadas, lo son también de una izquierda académica derrotada, que no se atreve a saber, porque no se atreve tampoco a cambiar el mundo, fiada, hasta ahora, en la rutina de que, mes tras mes, sigue al menos cobrando su nómina en alguna universidad pública o privada a trueque de enseñar a los estudiantes que nada se puede saber objetivamente y que pretenderlo es, más aún que ocioso, peligroso...
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