Nunca falta alguien que, para rematar una conversación en la cual se comparan las economías de los países que integran este mundo, afirme con gran seguridad que la pobreza de las y los mexicanos está directamente relacionada con nuestro gusto por la pachanga y el relajo. Y acto seguido enumere el amor al trabajo de los alemanes o los japoneses y lo compare con las fiestas, puentes y demás muestras de nuestra aversión a trabajar.
Lo más interesante es que esa actitud demuestra nuestro proverbial masoquismo pero también la abismal ignorancia de los hechos económicos que caracterizan al sistema capitalista por parte del ciudadano común. Dicha actitud es además muy útil para justificar reformas económicas que atentan contra la dignidad de las mayorías. Sin embargo, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) los mexicanos, y en general los países pobres, son los que más horas trabajan al año, en comparación con los países ricos que tienen mejores ingresos a pesar de trabajar menos horas.
Por ejemplo, en el año 2008 los alemanes, símbolo del amor al trabajo y la disciplina, trabajaron en promedio 1430 horas mientras que los chilenos sudaron por 2095 horas; por su parte, los japonenses trabajaron 1772 horas mientras que los griegos le entraron con 2120. Los mexicanos superamos a Estados Unidos y Canadá, no se diga a Holanda, Noruega y Francia que son los que menos horas trabajan al año.
De lo anterior se puede deducir sin mucho esfuerzo que la pobreza y la riqueza en este mundo son dos caras de la misma moneda. Un mexicano promedio gana poco porque un canadiense gana mucho. Dicho de otro modo, los trabajadores pobres transfieren trabajo acumulado en forma de riqueza a los trabajadores ricos por lo que estos pueden gozar de un mejor nivel de consumo. Pero este fenómeno no tiene mucho que ver con las horas de trabajo o con la productividad. De hecho, la inversión extranjera obtiene mayores ganancias en países como el nuestro que en sus países de origen, gracias a los bajos salarios que pagan. Y esas ganancias se trasladan a sus casas matrices precisamente para elevar los niveles salariales de sus connacionales.
Así que si se le aparece alguno de estos neófitos de la economía que declara a diestra y siniestra que la solución a los problemas de nuestra economía pasa por promover la cultura del amor al trabajo y toda esa basura, párelo en seco y recuérdele que son los países como el nuestro los que trabajan más y sin embargo ganan menos. Y dígale también que nuestros migrantes que se van a los Estados Unidos no tuvieron que ir a la escuela para saberlo; simplemente se van para allá porque trabajarán lo mismo o menos pero ganarán más que aquí. Si se quedan en México sus ingresos seguirán cayendo y tendrán que trabajar más horas para compensar la pérdida de su poder adquisitivo. Cada vez más, estarán obligados a vivir para trabajar y no a trabajar para vivir. ¿Qué clase de vida es ésa? ¿Vale la pena vivirla?
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