El 18 de marzo pasado el partido Acción Nacional presentó ante la Cámara de Diputados un paquete de reforma laboral a todas luces inclinada a dar mayores derechos a los patrones, en detrimento, obviamente, de los de los trabajadores.
En resumidas palabras, la reforma laboral presenta los siguientes puntos:
El derecho de huelga se ve limitado al requerir ahora más requisitos y permite al patrón iniciar el arbitraje a los 60 días de huelga; promueve la contratación por horas, por prueba y por temporada; elimina el descuento de las cuotas sindicales por nómina; exime al patrón de reinstalar al trabajador con antigüedad menor a tres años y legaliza la práctica de subcontratación (el famoso outsourcing), un excelente mecanismo para impedir la generación de derechos laborales y de antigüedad.
Aunque la propuesta ha sido ampliamente criticada y tanto PRI como PRD han afirmado que no pasará, al menos no en los términos que propone Acción Nacional, es importante debatir a fondo los pormenores y sobre todo, las motivaciones de dicha reforma, ya que cualquier brote de influenza podría servir para aprobar silenciosamente una reforma en detrimento de los derechos laborales.
“Hay que alinear la ley a lo que necesita el país”, declaró el presidente de la Confederación Patronal de la República (Coparmex). El problema es que lo que necesita el país (o la mayoría de este) poco o nada tiene que ver con lo que necesitan los empresarios para aumentar sus utilidades, sobre todo en tiempos de crisis.
Existe una vieja teoría económica que dicta la disminución en los costos de producción (salarios, principalmente) para maximizar así las ganancias. Y en nuestros días, en que los vientos de democracia y libertad soplan de manera huracanada, a la disminución de los costos de producción se le llama flexibilización laboral.
Que los costos para contratar y despedir sean mínimos. Sobre todo, para despedir. O permitir la contratación por horas. ¿Qué mejor manera de “aumentar el empleo” que dividirlo entre los que más lo necesitan? Además, la contratación por horas nos permite, sin violación alguna de la ley, explotar al máximo a un trabajador. Sacarle todo el jugo a 12 o más horas de trabajo; total, en mi empresa solo trabaja 4. Y otro tanto en sus otros dos trabajos. ¿Queríamos vivir a la americana, o no? Además, sin contratos colectivos de trabajo y sin que los odiosos sindicatos metan sus narices en todo momento, podemos contratar por periodos determinados a jóvenes emprendedores ansiosos de entrar en el mundo laboral, sin crear antigüedad ni derechos laborales de ningún tipo.
Los sindicatos mexicanos, con todos sus defectos (y precisamente por ellos), sirvieron perfectamente a los intereses de la clase política en México por años. En estos tiempos, sin embargo, esas prebendas que otorgó el poder a los trabajadores en aras del corporativismo, se convierten en un obstáculo a la productividad. O en otras palabras, a un obstáculo para la explotación descarada de los trabajadores con el único fin de ganar más y más dinero.
¿Están nuestros gobernantes en verdad preocupados por el desempleo? Si es así, que alguien me explique por qué en plena recesión económica, casi 50 mil trabajadores fueron, literalmente, echados a la calle tras la extinción de Luz y Fuerza. ¿O será que los intereses económicos de la clase dominante se imponen al grado de crear políticas públicas y legislar? Por cierto, 21,000 kilómetros de fibra óptica (en efecto, la misma que defendía el Sindicato Mexicano de Electricistas) están a la venta por tan sólo 858 millones de pesos y con facilidades de pago por si hay algún interesado.
Lo que me parece en realidad triste, y sin embargo, perfectamente comprensible, es que desde la academia se defiendan tales propuestas. Que se diga que siendo más productivos México se podrá integrar a la exclusiva lista de países de primer mundo. Una de dos: o en realidad no nos damos cuenta de quién cobra los cheques cuando aumenta la productividad, o de plano nos hacemos tontos.
No es casual que las propuestas de reforma laboral empiecen a salir de sus cascarones en gran parte del mundo. España, Alemania, Argentina, México. En una economía golpeada por los efectos de una crisis financiera que se refleja en el aparato productivo real, suena lógico intentar revertir las pérdidas jodiendo, una vez más, al más jodido, el trabajador.
La reforma laboral le pide a los trabajadores más flexibilidad. Flexible quiere decir, según el diccionario, la capacidad de doblarse sin romperse. Saquemos nuestras propias conclusiones.
En resumidas palabras, la reforma laboral presenta los siguientes puntos:
El derecho de huelga se ve limitado al requerir ahora más requisitos y permite al patrón iniciar el arbitraje a los 60 días de huelga; promueve la contratación por horas, por prueba y por temporada; elimina el descuento de las cuotas sindicales por nómina; exime al patrón de reinstalar al trabajador con antigüedad menor a tres años y legaliza la práctica de subcontratación (el famoso outsourcing), un excelente mecanismo para impedir la generación de derechos laborales y de antigüedad.
Aunque la propuesta ha sido ampliamente criticada y tanto PRI como PRD han afirmado que no pasará, al menos no en los términos que propone Acción Nacional, es importante debatir a fondo los pormenores y sobre todo, las motivaciones de dicha reforma, ya que cualquier brote de influenza podría servir para aprobar silenciosamente una reforma en detrimento de los derechos laborales.
“Hay que alinear la ley a lo que necesita el país”, declaró el presidente de la Confederación Patronal de la República (Coparmex). El problema es que lo que necesita el país (o la mayoría de este) poco o nada tiene que ver con lo que necesitan los empresarios para aumentar sus utilidades, sobre todo en tiempos de crisis.
Existe una vieja teoría económica que dicta la disminución en los costos de producción (salarios, principalmente) para maximizar así las ganancias. Y en nuestros días, en que los vientos de democracia y libertad soplan de manera huracanada, a la disminución de los costos de producción se le llama flexibilización laboral.
Que los costos para contratar y despedir sean mínimos. Sobre todo, para despedir. O permitir la contratación por horas. ¿Qué mejor manera de “aumentar el empleo” que dividirlo entre los que más lo necesitan? Además, la contratación por horas nos permite, sin violación alguna de la ley, explotar al máximo a un trabajador. Sacarle todo el jugo a 12 o más horas de trabajo; total, en mi empresa solo trabaja 4. Y otro tanto en sus otros dos trabajos. ¿Queríamos vivir a la americana, o no? Además, sin contratos colectivos de trabajo y sin que los odiosos sindicatos metan sus narices en todo momento, podemos contratar por periodos determinados a jóvenes emprendedores ansiosos de entrar en el mundo laboral, sin crear antigüedad ni derechos laborales de ningún tipo.
Los sindicatos mexicanos, con todos sus defectos (y precisamente por ellos), sirvieron perfectamente a los intereses de la clase política en México por años. En estos tiempos, sin embargo, esas prebendas que otorgó el poder a los trabajadores en aras del corporativismo, se convierten en un obstáculo a la productividad. O en otras palabras, a un obstáculo para la explotación descarada de los trabajadores con el único fin de ganar más y más dinero.
¿Están nuestros gobernantes en verdad preocupados por el desempleo? Si es así, que alguien me explique por qué en plena recesión económica, casi 50 mil trabajadores fueron, literalmente, echados a la calle tras la extinción de Luz y Fuerza. ¿O será que los intereses económicos de la clase dominante se imponen al grado de crear políticas públicas y legislar? Por cierto, 21,000 kilómetros de fibra óptica (en efecto, la misma que defendía el Sindicato Mexicano de Electricistas) están a la venta por tan sólo 858 millones de pesos y con facilidades de pago por si hay algún interesado.
Lo que me parece en realidad triste, y sin embargo, perfectamente comprensible, es que desde la academia se defiendan tales propuestas. Que se diga que siendo más productivos México se podrá integrar a la exclusiva lista de países de primer mundo. Una de dos: o en realidad no nos damos cuenta de quién cobra los cheques cuando aumenta la productividad, o de plano nos hacemos tontos.
No es casual que las propuestas de reforma laboral empiecen a salir de sus cascarones en gran parte del mundo. España, Alemania, Argentina, México. En una economía golpeada por los efectos de una crisis financiera que se refleja en el aparato productivo real, suena lógico intentar revertir las pérdidas jodiendo, una vez más, al más jodido, el trabajador.
La reforma laboral le pide a los trabajadores más flexibilidad. Flexible quiere decir, según el diccionario, la capacidad de doblarse sin romperse. Saquemos nuestras propias conclusiones.
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