Arrancaron formalmente las precampañas en Veracruz, aunque ya desde el año pasado los futuros candidatos venían haciendo proselitismo sin rubor alguno, dejando en claro que las instituciones encargadas de organizar y regular los procesos electorales en el estado no tienen la fuerza ni la voluntad necesaria para cumplir con las obligaciones que les marca la ley. Lo que se veía venir desde el año pasado está sucediendo paso a paso y sin ninguna señal en el sentido contrario.
En primer lugar, las patadas abajo de la mesa entre los suspirantes del PAN y del PRI al gobierno del estado, ejes de la contienda política en el estado, suceden tal como muchos preveíamos. En efecto, las marrullerías de las dirigencias partidistas -controladas por el ejecutivo federal y estatal respectivamente- están definiendo el inicio del proceso electoral. Por un lado Gerardo Buganza se quedó como novia de pueblo, a pesar de su campaña política con el café que lleva su nombre como punta de lanza; mientras que Héctor Yunes parece que ni siquiera será precandidato oficial, pues la maquinaria de su partido quiere un solo precandidato para evitar que sus aspiraciones se fortalezcan y la militancia no vaya a tener dudas a la hora buena.
En segundo lugar, la avalancha de publicidad y sus contenidos parecen no tener límites y eso que apenas estamos comenzando. Los mensajes ya saturan a los periódicos, la radio y la televisión locales con un contenido demogógico extremo, típico de un sistema de partidos que Sartori definiría como de pluralismo polarizado. El conocido teórico de la política considera que esta variante del sistema de partidos se caracteriza, entre otras cosas, por la práctica sistemática de los contendientes de prometer lo imposible, sin importar lo que el votante piense. Además, la polarización de los partidos genera un desprecio sistemático por las reglas electorales, las cuales sólo son vistas como obstáculos a superar, con una dosis combinada de cinismo y de dinero.
Por último, las campañas utilizarán cada vez más la descalificación del adversario como estrategia de comunicación, que se intensificará conforme se acerque el día de la elección. Esto provocará que los votantes se alejen de las urnas, garantizando así el triunfo del partido que cuente con el voto duro más consistente y abultado. Todo lo anterior seguirá abonando en contra de la legitimidad de los mecanismos para nombrar representantes a puestos de elección popular en nuestro país y sobre todo en contra del erario público. Los candidatos echarán mano de enormes recursos económicos legales y no tanto para asegurar los resultados deseados. Así que parafraseando la frasecita de moda se podría decir: Vamos mal y viene lo peor.
En primer lugar, las patadas abajo de la mesa entre los suspirantes del PAN y del PRI al gobierno del estado, ejes de la contienda política en el estado, suceden tal como muchos preveíamos. En efecto, las marrullerías de las dirigencias partidistas -controladas por el ejecutivo federal y estatal respectivamente- están definiendo el inicio del proceso electoral. Por un lado Gerardo Buganza se quedó como novia de pueblo, a pesar de su campaña política con el café que lleva su nombre como punta de lanza; mientras que Héctor Yunes parece que ni siquiera será precandidato oficial, pues la maquinaria de su partido quiere un solo precandidato para evitar que sus aspiraciones se fortalezcan y la militancia no vaya a tener dudas a la hora buena.
En segundo lugar, la avalancha de publicidad y sus contenidos parecen no tener límites y eso que apenas estamos comenzando. Los mensajes ya saturan a los periódicos, la radio y la televisión locales con un contenido demogógico extremo, típico de un sistema de partidos que Sartori definiría como de pluralismo polarizado. El conocido teórico de la política considera que esta variante del sistema de partidos se caracteriza, entre otras cosas, por la práctica sistemática de los contendientes de prometer lo imposible, sin importar lo que el votante piense. Además, la polarización de los partidos genera un desprecio sistemático por las reglas electorales, las cuales sólo son vistas como obstáculos a superar, con una dosis combinada de cinismo y de dinero.
Por último, las campañas utilizarán cada vez más la descalificación del adversario como estrategia de comunicación, que se intensificará conforme se acerque el día de la elección. Esto provocará que los votantes se alejen de las urnas, garantizando así el triunfo del partido que cuente con el voto duro más consistente y abultado. Todo lo anterior seguirá abonando en contra de la legitimidad de los mecanismos para nombrar representantes a puestos de elección popular en nuestro país y sobre todo en contra del erario público. Los candidatos echarán mano de enormes recursos económicos legales y no tanto para asegurar los resultados deseados. Así que parafraseando la frasecita de moda se podría decir: Vamos mal y viene lo peor.
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