Ayer sábado se cumplió un aniversario más del inicio de la modernización de Iraq (entiéndase esta última como la acción emprendida por los dueños del mundo de llevar la democracia y el progreso a determinado lugar, así sea a punta de cañón, violando normas internacionales y apropiándose de los recursos propios del territorio, nación o país en turno).
El 20 de marzo de 2003 el omnipotente Bush y amigos iniciaron el bombardeo de dicho país, tras al menos dos años de una fuerte campaña mediática en la que trataron de convencer al mundo de que Saddam Hussein era el nuevo anticristo y que de su captura dependía el feliz futuro de nuestro planeta.
Hoy, después de 7 años de ocupación, Iraq ha sido democratizado, con todo lo que esto implica. Calcular el número de muertes es una tarea casi imposible. Al menos 100 mil muertes violentas de civiles han sido comprobadas, sin embargo el número fácilmente podría ser 6 o 7 veces mayor.
Y sin embargo los muertos iraquíes ya no son noticia, como lo son los soldados norteamericanos muertos enfrentando la amenaza del terrorismo mundial. 4,698 estadounidenses han perdido la vida en Iraq (dato seguramente mucho más importante, del que se lleva cuenta quisquillosamente), lo cual, con el cinismo suficiente, justifica el desproporcional aumento al presupuesto del Pentágono (680 mil millones de dólares).
El Premio Nobel de la Paz Obama prometió durante su campaña terminar la guerra, y sin embargo, la presencia militar en Afganistán e Iraq se ha incrementado. Una cosa se hace obvia: la única razón por la que Obama llegó a la presidencia fue que la crisis llegó justo a tiempo para culpar al gobierno de Bush por permitir tanta voracidad en cuanto a la especulación se refiere. Si el tema principal del debate hubiese sido la guerra y la defensa de los intereses americanos en Medio Oriente, seguramente McCain hubiese sido electo. Tal es el poder ejercido ideológicamente por el Pentágono y quienes han hecho de la violencia un modo de vida, por decir lo menos, bastante cómodo.
“Nuestro verdadero enemigo no es el que vive en una tierra lejana, cuyos nombres o políticas no entendemos, el verdadero enemigo es un sistema que hace la guerra cuando es rentable. Nuestros enemigos no están a cientos de millas de distancia. Ellos están aquí, en frente de nosotros.”, tuvo el atrevimiento de declarar ante la prensa un soldado estadounidense (en prisión hoy, por supuesto).
¿Qué mejor manera de llevar a Iraq por un nuevo camino que destruyendo, literalmente, todo aquello que recordara al viejo régimen? O mejor aún, dejar a Iraq en las ruinas, pero eso sí, con su pueblo liberado y listo para elecciones democráticas que garanticen un futuro más prospero y feliz para todos y cada uno de sus habitantes.
Decir que los iraquís pudieron votar libremente el pasado 7 de marzo cinismo. De 1.4 millones de habitantes, ni siquiera 300 mil ejercieron su derecho al voto. ¿Será acaso que el resto ve en las elecciones una imposición por parte del ejército norteamericano?
En Iraq no sólo se acabo con el satánico régimen de Hussein y sus armas de destrucción masiva (que a la fecha siguen extremadamente bien escondidas, como si nunca hubieran existido). Al mismo tiempo se acabo con ciudades enteras. Se acabó con familias, con un tejido social establecido y se trata de acabar con la memoria colectiva. Borrar para siempre el recuerdo de un régimen diferente, lejano de ser perfecto, pero seguramente no tan descarado en la apropiación de la riqueza como lo será el régimen democrático liberal.
Hoy inicia el octavo año de la ocupación de Iraq, y desde este espacio les deseamos lo peor a las compañías europeas y norteamericanas que están logrando millonarias ganancias gracias a las facilidades otorgadas por el gobierno impuesto desde Washington.
Para cerrar este espacio, dejo una pregunta abierta para la reflexión. Si sabemos que detrás de toda guerra hay un interés, en la mayor parte de los casos, de índole económica, ¿a quién beneficia la guerra contra el narcotráfico en nuestro país? Seguramente no a los 17 mil muertos que van desde diciembre de 2006.
El 20 de marzo de 2003 el omnipotente Bush y amigos iniciaron el bombardeo de dicho país, tras al menos dos años de una fuerte campaña mediática en la que trataron de convencer al mundo de que Saddam Hussein era el nuevo anticristo y que de su captura dependía el feliz futuro de nuestro planeta.
Hoy, después de 7 años de ocupación, Iraq ha sido democratizado, con todo lo que esto implica. Calcular el número de muertes es una tarea casi imposible. Al menos 100 mil muertes violentas de civiles han sido comprobadas, sin embargo el número fácilmente podría ser 6 o 7 veces mayor.
Y sin embargo los muertos iraquíes ya no son noticia, como lo son los soldados norteamericanos muertos enfrentando la amenaza del terrorismo mundial. 4,698 estadounidenses han perdido la vida en Iraq (dato seguramente mucho más importante, del que se lleva cuenta quisquillosamente), lo cual, con el cinismo suficiente, justifica el desproporcional aumento al presupuesto del Pentágono (680 mil millones de dólares).
El Premio Nobel de la Paz Obama prometió durante su campaña terminar la guerra, y sin embargo, la presencia militar en Afganistán e Iraq se ha incrementado. Una cosa se hace obvia: la única razón por la que Obama llegó a la presidencia fue que la crisis llegó justo a tiempo para culpar al gobierno de Bush por permitir tanta voracidad en cuanto a la especulación se refiere. Si el tema principal del debate hubiese sido la guerra y la defensa de los intereses americanos en Medio Oriente, seguramente McCain hubiese sido electo. Tal es el poder ejercido ideológicamente por el Pentágono y quienes han hecho de la violencia un modo de vida, por decir lo menos, bastante cómodo.
“Nuestro verdadero enemigo no es el que vive en una tierra lejana, cuyos nombres o políticas no entendemos, el verdadero enemigo es un sistema que hace la guerra cuando es rentable. Nuestros enemigos no están a cientos de millas de distancia. Ellos están aquí, en frente de nosotros.”, tuvo el atrevimiento de declarar ante la prensa un soldado estadounidense (en prisión hoy, por supuesto).
¿Qué mejor manera de llevar a Iraq por un nuevo camino que destruyendo, literalmente, todo aquello que recordara al viejo régimen? O mejor aún, dejar a Iraq en las ruinas, pero eso sí, con su pueblo liberado y listo para elecciones democráticas que garanticen un futuro más prospero y feliz para todos y cada uno de sus habitantes.
Decir que los iraquís pudieron votar libremente el pasado 7 de marzo cinismo. De 1.4 millones de habitantes, ni siquiera 300 mil ejercieron su derecho al voto. ¿Será acaso que el resto ve en las elecciones una imposición por parte del ejército norteamericano?
En Iraq no sólo se acabo con el satánico régimen de Hussein y sus armas de destrucción masiva (que a la fecha siguen extremadamente bien escondidas, como si nunca hubieran existido). Al mismo tiempo se acabo con ciudades enteras. Se acabó con familias, con un tejido social establecido y se trata de acabar con la memoria colectiva. Borrar para siempre el recuerdo de un régimen diferente, lejano de ser perfecto, pero seguramente no tan descarado en la apropiación de la riqueza como lo será el régimen democrático liberal.
Hoy inicia el octavo año de la ocupación de Iraq, y desde este espacio les deseamos lo peor a las compañías europeas y norteamericanas que están logrando millonarias ganancias gracias a las facilidades otorgadas por el gobierno impuesto desde Washington.
Para cerrar este espacio, dejo una pregunta abierta para la reflexión. Si sabemos que detrás de toda guerra hay un interés, en la mayor parte de los casos, de índole económica, ¿a quién beneficia la guerra contra el narcotráfico en nuestro país? Seguramente no a los 17 mil muertos que van desde diciembre de 2006.
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