En este año en el que se celebra el bicentenario y el centenario de las mal llamadas revoluciones en México no queda más que iniciar un proceso de crítica -no sólo para ir a contracorriente de toda la propaganda oficial sino también para volver a pensar en esos momentos de nuestra historia a la luz de la época que vivimos- que parta precisamente de la desacralización de la historia oficial, que ha servido más para mantener y acrecentar las desigualdades sociales que para mitigarlas.
Voy a empezar con la revolución de independencia, poniendo en duda su carácter revolucionario y aclarando algunos hechos que se dan por sentados, los cuales la recubren de una áurea mítica precisamente para ocultar su naturaleza conservadora. Un ejemplo típico para comprender lo anterior es el hecho de que estando a las puertas de la ciudad de México con el ejército realista impotente, Miguel Hidalgo y Costilla no se atrevió a tomarla con su ejército de desarrapados: indígenas, mulatos, negros, mestizos y algunos pocos criollos, como él mismo.
Una explicación común de semejante indecisión fue que Hidalgo no quería que se repitiera la matanza y el saqueo que los insurgentes realizaron en Guanajuato. Parece ser que le impresionó mucho el nivel de violencia al que llegaron sus fuerzas, las cuales distaban de ser un ejército profesional y disciplinado.
Su indecisión, o mejor dicho, sus prejuicios de clase, probaron ser fatales no sólo para él sino para la idea de una revolución popular; poco tiempo después le cortaron la cabeza, la colgaron en Guanajuato y el país se sumió en una guerra que, con altas y bajas duró once años más y dejó al país quebrado y en caos permanente.
En mi opinión, el cura Hidalgo y sus seguidores criollos sólo querían, como después lo querrá también Madero, cambiar un poquito –sacar a la Corona del negocio y dejar al mando a los criollos terratenientes, comerciantes y militares- para que las cosas siguieran igual. Se trataba de que hubiera un cambio en la cabeza del cuerpo social, en beneficio de los criollos, manteniendo al resto trabajando para ellos. No falta que alguien diga que Hidalgo acabó con la esclavitud para demostrar que sus intenciones eran buenas. Pero eso no pasó del papel. En realidad, la verdadera esclavitud, la de los millones de indígenas que vivían en el mundo colonial, no cambió en lo absoluto. Se les siguió explotando bien y bonito, sólo que ahora por los más entusiastas impulsores de la independencia. Pero eso sí, ya eran mexicanos independientes, soberanos, libres y un largo etcétera. ¿Qué más querían?
Por lo tanto, todo el ruido por el bicentenario sólo busca ocultar el hecho de que la independencia de México sólo le sirvió a unos cuantos, mientras que la inmensa mayoría de la población siguió viviendo en las mismas condiciones que antes. Ahh pero, para que acordarse de eso si estamos de fiesta. Pues simple y sencillamente para reflexionar sobre nuestro pasado y comprender mejor nuestro presente; pero sobre todo para concebir el futuro. Lo que pasó hace doscientos años tiene mucho que ver con lo que está pasando ahora y seguramente con lo que nos espera.
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