Hace unos días sostuve una calurosa discusión con un obstinado pero querido amigo mió sobre distintos temas, entre los que sobresalió el asunto de la libertad humana. Así que quiero aprovechar esta ocasión para hacer una breve reflexión –a modo de réplica- sobre este controvertido tema, abordándole desde un punto de vista esencialmente político y, al mismo tiempo, desde el enfoque tradicional y habitualmente aceptado por corrientes diversas.
Libertad de credo, libertad de prensa, libertad civil, libre determinación, son solo algunas de las garantías individuales que las constituciones expresan. Empero –sin afán de demeritar las importantes conquistas en materia de libertad y derechos humanos-, en las últimas décadas hemos advertido una alarmante incapacidad de los gobiernos para cumplir satisfactoriamente los principios de libertad que proclaman, y más aun, aquellos que no reconocen pero que la sociedad demanda.
¿Cuál es la causa de esta inconsistencia? ¿Por qué razón los criterios de libertad carecen de efectividad en la realidad?
Dos respuestas, una misma interpretación.
Uno. Si bien el perfeccionamiento de los medios técnicos ha creado las condiciones necesarias para la superación de la escasez, lo cierto es que la sociedad humana, paradójicamente, aún no supera la necesidad. Mientras la gratificación universal de las necesidades elementales no se realice, individuos y comunidades enteras se mantendrán sujetos a la lucha por la supervivencia. Para ser libre es preciso vivir, no permanecer en estado de conservación perpetua. El hombre es libre cuando la necesidad se disuelve, no antes. Para los que dicen lo contrario (una vasta mayoría), habría que indicarles que –en el actual sistema social- el bienestar de uno presupone la penuria del otro. ¡Eso no es libertad, curtido lector! Es más, si aplicamos un mayor rigor a nuestra observación, podremos señalar que la libertad comienza allí donde el trabajo necesario culmina. Y cuando una sociedad consume la mayor parte de su energía trabajando forzadamente, es decir, en virtud de solventar sus gastos primarios, el ejercicio de la libertad se ve irreparablemente mermado. Es evidente, por lo anterior, que la libertad esta sujeta a condición política.
Dos. En una sociedad jerarquizada, el cumplimiento de las libertades esta condicionado por el poder adquisitivo de los sujetos. Una vez que los Estados renunciaron formalmente (nunca fue su función o esencia real) a la misión de procurar el bienestar social y la prosperidad pública, la distribución de la riqueza social paso a ser prerrogativa exclusiva de los mercados. Así, el ejercicio y la concesión de las libertades individuales quedó –a lo mucho- en manos de los beneficiarios del orden económico. El resto, permaneció en el terreno de la necesidad, es decir, en un campo de ausencia de libertad. Para estos últimos, las garantías y libertades constitucionales son, en el mejor de los casos, palabras huecas, compromisos omitidos, charlatanería liberal, anhelos quiméricos.
Un hombre auténticamente libre es aquel que satisface los dos polos de su existencia: la biológica y la existencial. En nuestra era, las instituciones no son capaces siquiera de garantizar la subsistencia de los individuos. ¿Cómo es que las constituciones se comprometen a conceder libertades varias, cuando el más elemental de los derechos humanos, aquel del abastecimiento y satisfacción de las necesidades básicas, no se cumple?
La libertad no esta dentro, sino fuera de la lucha por la existencia: la necesidad y la escasez inducidas constriñen el auténtico libre albedrío de los individuos.
Empero, este no es un problema de ética o de moral. (Bien dice un aguerrido colega que “la moral no es otra cosa que un árbol que da moras”). Es, esencialmente, un problema político.
La libertad y la liberación, así como el derecho a la supervivencia, la dignidad y la integridad, son necesidades orgánicas de hombres y mujeres, y no meros preceptos éticos/morales. Así que mientras no se les considere como tales (necesidades), la agresión y la violación de derechos fundamentales en gran escala no se podrán frenar nunca.
Libertad de credo, libertad de prensa, libertad civil, libre determinación, son solo algunas de las garantías individuales que las constituciones expresan. Empero –sin afán de demeritar las importantes conquistas en materia de libertad y derechos humanos-, en las últimas décadas hemos advertido una alarmante incapacidad de los gobiernos para cumplir satisfactoriamente los principios de libertad que proclaman, y más aun, aquellos que no reconocen pero que la sociedad demanda.
¿Cuál es la causa de esta inconsistencia? ¿Por qué razón los criterios de libertad carecen de efectividad en la realidad?
Dos respuestas, una misma interpretación.
Uno. Si bien el perfeccionamiento de los medios técnicos ha creado las condiciones necesarias para la superación de la escasez, lo cierto es que la sociedad humana, paradójicamente, aún no supera la necesidad. Mientras la gratificación universal de las necesidades elementales no se realice, individuos y comunidades enteras se mantendrán sujetos a la lucha por la supervivencia. Para ser libre es preciso vivir, no permanecer en estado de conservación perpetua. El hombre es libre cuando la necesidad se disuelve, no antes. Para los que dicen lo contrario (una vasta mayoría), habría que indicarles que –en el actual sistema social- el bienestar de uno presupone la penuria del otro. ¡Eso no es libertad, curtido lector! Es más, si aplicamos un mayor rigor a nuestra observación, podremos señalar que la libertad comienza allí donde el trabajo necesario culmina. Y cuando una sociedad consume la mayor parte de su energía trabajando forzadamente, es decir, en virtud de solventar sus gastos primarios, el ejercicio de la libertad se ve irreparablemente mermado. Es evidente, por lo anterior, que la libertad esta sujeta a condición política.
Dos. En una sociedad jerarquizada, el cumplimiento de las libertades esta condicionado por el poder adquisitivo de los sujetos. Una vez que los Estados renunciaron formalmente (nunca fue su función o esencia real) a la misión de procurar el bienestar social y la prosperidad pública, la distribución de la riqueza social paso a ser prerrogativa exclusiva de los mercados. Así, el ejercicio y la concesión de las libertades individuales quedó –a lo mucho- en manos de los beneficiarios del orden económico. El resto, permaneció en el terreno de la necesidad, es decir, en un campo de ausencia de libertad. Para estos últimos, las garantías y libertades constitucionales son, en el mejor de los casos, palabras huecas, compromisos omitidos, charlatanería liberal, anhelos quiméricos.
Un hombre auténticamente libre es aquel que satisface los dos polos de su existencia: la biológica y la existencial. En nuestra era, las instituciones no son capaces siquiera de garantizar la subsistencia de los individuos. ¿Cómo es que las constituciones se comprometen a conceder libertades varias, cuando el más elemental de los derechos humanos, aquel del abastecimiento y satisfacción de las necesidades básicas, no se cumple?
La libertad no esta dentro, sino fuera de la lucha por la existencia: la necesidad y la escasez inducidas constriñen el auténtico libre albedrío de los individuos.
Empero, este no es un problema de ética o de moral. (Bien dice un aguerrido colega que “la moral no es otra cosa que un árbol que da moras”). Es, esencialmente, un problema político.
La libertad y la liberación, así como el derecho a la supervivencia, la dignidad y la integridad, son necesidades orgánicas de hombres y mujeres, y no meros preceptos éticos/morales. Así que mientras no se les considere como tales (necesidades), la agresión y la violación de derechos fundamentales en gran escala no se podrán frenar nunca.
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