Según Bertrand Russell, han sido dos las grandes revoluciones que han transformado radicalmente el horizonte económico y político de la humanidad; ambas desgraciadamente plagadas de terribles y miserables consecuencias éticas.
La primera de ellas ocurrió con la introducción de la agricultura, datada más o menos desde la primera dinastía egipcia. Dicha revolución fue causante de la esclavitud, del sacrificio humano y de la sujeción de la mujer.
La segunda revolución de gran magnitud es verdaderamente reciente, ha ocurrido apenas hace no muchas décadas y tiene que ver con la industrialización científica. Sus consecuencias, no menos miserables que las del dominio técnico de la agricultura, se pueden apreciar en la intensificación de la guerra (que caracteriza a nuestra época), en el agotamiento de los recursos naturales y en el dominio mental por parte de los centros de educación y los medios de comunicación.
El problema que subyace de fondo nos dice Russel, tiene que ver con el hecho de que la mentalidad colectiva de una sociedad, esta adaptada a su horizonte primitivo, lo cual la hace incapaz de asimilar de manera positiva el impacto de una revolución de este tipo.
Nuestra sociedad actual, no termina de asimilar el impacto de la reciente industrialización científica. Seguimos anclados en un horizonte en el cual la agricultura sigue siendo el centro de las preocupaciones. En países como México no se han logrado resolverlas las necesidades materiales básicas de los individuos.
La tecnología, lejos de ser utilizada para resolver los problemas de producción de dichos bienes materiales, ha sido utilizada con fines maquiavélicos de dominación y control, sobre todo en materia de comunicación.
Es necesario, si tenemos en verdad alguna aspiración a la participación política como sociedad civil, superar el impacto del nuevo horizonte tecnológico. Esto implica desembarazarnos de la enajenación a la cual hemos sido sometidos por los medios, pero esto difícilmente puede ser posible si no se resuelven primero problemas como el de la alimentación y el empleo. Sin estas condiciones difícilmente se puede hablar de democracia, ni de participación pública ni nada que se le parezca.
Hasta que las anteriores demandas no sean satisfechas a la sociedad, la democracia y la pluralidad no serán otra cosa más que demagogia. La política en toda su dimensión, seguirá siendo un teatro en el cual elegir por candidatos de uno u otro partido será mínimamente relevante.
La primera de ellas ocurrió con la introducción de la agricultura, datada más o menos desde la primera dinastía egipcia. Dicha revolución fue causante de la esclavitud, del sacrificio humano y de la sujeción de la mujer.
La segunda revolución de gran magnitud es verdaderamente reciente, ha ocurrido apenas hace no muchas décadas y tiene que ver con la industrialización científica. Sus consecuencias, no menos miserables que las del dominio técnico de la agricultura, se pueden apreciar en la intensificación de la guerra (que caracteriza a nuestra época), en el agotamiento de los recursos naturales y en el dominio mental por parte de los centros de educación y los medios de comunicación.
El problema que subyace de fondo nos dice Russel, tiene que ver con el hecho de que la mentalidad colectiva de una sociedad, esta adaptada a su horizonte primitivo, lo cual la hace incapaz de asimilar de manera positiva el impacto de una revolución de este tipo.
Nuestra sociedad actual, no termina de asimilar el impacto de la reciente industrialización científica. Seguimos anclados en un horizonte en el cual la agricultura sigue siendo el centro de las preocupaciones. En países como México no se han logrado resolverlas las necesidades materiales básicas de los individuos.
La tecnología, lejos de ser utilizada para resolver los problemas de producción de dichos bienes materiales, ha sido utilizada con fines maquiavélicos de dominación y control, sobre todo en materia de comunicación.
Es necesario, si tenemos en verdad alguna aspiración a la participación política como sociedad civil, superar el impacto del nuevo horizonte tecnológico. Esto implica desembarazarnos de la enajenación a la cual hemos sido sometidos por los medios, pero esto difícilmente puede ser posible si no se resuelven primero problemas como el de la alimentación y el empleo. Sin estas condiciones difícilmente se puede hablar de democracia, ni de participación pública ni nada que se le parezca.
Hasta que las anteriores demandas no sean satisfechas a la sociedad, la democracia y la pluralidad no serán otra cosa más que demagogia. La política en toda su dimensión, seguirá siendo un teatro en el cual elegir por candidatos de uno u otro partido será mínimamente relevante.
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