Muchos ven en la reciente toma de de las secciones 32 y 56 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), por parte de la base del magisterio veracruzano, el símbolo ineludible del ocaso del cacicazgo bajo el cual éste ha sido subyugado durante décadas; y quizás no les falte razón. Esta opinión se generaliza cada vez más en la prensa e incluso algunas plumas piden y conceden con énfasis y emotividad la caída de los líderes que ahora más que nunca evidenciaron su falta de compromiso para con aquellos a los que decían representar.
Pero ante este doloroso proceso que promete dar a luz un nuevo orden en el magisterio, habrá que prestar especial atención si es que la lucha y las demandas de los maestros son honestas y justas y buscan en verdad instaurar una estructura más democrática y respetuosa de sus derechos y demandas, y de las leyes mismas.
Es cierto, y completamente necesario, que una verdadera reforma en la educación requiera cambios desde las estructuras más elementales, pero no hay que perder de vista que es conveniente que estos se enfoquen en reconstruir y sanear aquellos procesos y puntos nodales del sistema que más han sido infectados con el mal de la corrupción y que sería trágico y nefasto promover un cambio superficial que sólo substituya la dinastía caciquil en turno por una nueva.
De esta manera, los maestros están en todo su derecho de exigir una reestructuración sindical que sí los represente, que haga valer sus voces en el complejo entramado de la política y en el dialogo o diálogos de intereses que la construyen. Los maestros han sido hasta el momento la punta de lanza y el ejemplo de esta exigencia, en una sociedad que requiere y exige asimismo la escucha, en todas sus estructuras, de aquellos que ostentan el poder para que verdaderamente se efectúen y desarrollen leyes y proyectos que sean de beneficio común, en mayor medida. Pero, de igual forma, deben promover el respeto y el apego a los acuerdos democráticos que ya han estado presentes y a los que ellos mismos puedan construir. No tiene más razón de existencia la herencia de plazas (cual títulos nobiliarios) ni los agremiados aviadores ni el ingreso por dedazo y favoritismo.
En la medida en que el magisterio defienda y se apegue a causas más justas, podrán seguir legitimando su lucha ante los ojos de un gran sector de la sociedad que los sigue y que incluso les ha brindado su apoyo en los momentos más álgidos de su contienda, pues han compartido con ellos desde la construcción de un panorama crítico -posturas y argumentos-, hasta los golpes y las vejaciones.
El proceso sigue su curso, y aún cuando sea posible lograr la pequeña conquista de reestructurarse en su unidad elemental, queda la colosal tarea de erigirse sobre fundamentos sólidos que sean capaces de mediar y mantener firmes las posturas antes las instancias de la autoridad gubernamental, pues de otra manera, éstas deglutirán nuevamente a la base. En la historia del sindicalismo en México han sido pocos y contados los casos en que esta absorción no ha ocurrido en alguna u otra manera. El poder mismo del sindicalismo no ha de poder entenderse hasta ahora sino a través de su estrecha complicidad con el Estado o lo que es peor y más descarado, directamente con algún partido político.
Por estos motivos, es menester no perder de vista las tendencias del gobierno en su agenda para con el tema de los sindicatos, sobre todo después de la caída Elba Esther Gordillo. Y es que la simple sustitución de los liderazgos bien puede servir sólo para acallar y tranquilizar los ánimos, sin afectar el proyecto de desmantelamiento y debilitamiento que es en realidad el que dejaría a los agremiados en una orfandad laboral.
A los maestros mismos corresponde la exigencia de un cambio que se siente sobre bases democráticas, entendiendo que las conquistas sociales se mantienen a través de una constante lucha y permanencia. ¿De qué serviría guillotinar al tirano en turno para otorgar su trono a otro al grito de “¡muera el rey, viva el rey!”
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