La del domingo fue una función más del circo. El supuesto debate que sostendrían los cuatro candidatos a la Presidencia se convirtió en el suceso más discutido en el transcurso de la semana pasada, especialmente a partir de la decisión de TV Azteca de transmitir a la misma hora del magno evento un partido de futbol, y la posterior declaración del dueño de la televisora a través de redes sociales, en dónde cínicamente manifestaba su desprecio por el acto organizado por el IFE: “Si quieren debate, véanlo por Televisa, si no, vean el futbol por Azteca. Yo les paso los ratings al día siguiente”.
La decisión de Ricardo Salinas encendió los ánimos, y todas las opiniones vertidas sobre el asunto coincidían en el mismo punto: se trataba de una afrenta directa a la democracia y a la autoridad electoral. Pocas veces se han visto tantas vestiduras rasgarse y tantas plumas estar de acuerdo, ante un hecho sintomático de nuestra realidad: los empresarios y la gente de poder en este país hacen lo que se les viene en gana, y la “autoridad” institucionalmente establecida poco o nada tiene que decir o hacer al respecto. El IFE se limitó a “exhortar respetuosamente a las televisoras para que contribuyan a la democracia” y transmitiesen el debate en cadena nacional en sus principales canales, si no es mucha molestia. El desdén mostrado por el empresariado (Salinas Pliego, en este caso) por las autoridades e instituciones democráticas en este país y sus respetuosos exhortos no hace sino poner de manifiesto una situación innegable: el poder del Estado se encuentra sujeto al poder del dinero, y por ende, al poder de quien tiene unos cuántos pesos más que usted y yo.
Claro está que la decisión tomada por TV Azteca no es obra de la casualidad. Mientras menor difusión tuviese el debate más se protege al candidato más adelantado (en las encuestas, no en capacidad mental) ante eventuales y previsibles tropezones que pudiese cometer. Está por demás decir que dicho candidato es el favorito del empresariado y de los hombres de poder en el país; el más vacío, la mejor marioneta. Más aún, la hija de Salinas Pliego y colaboradores cercanos a él son candidatos por el mismo partido. El error consistió en creer que los 13 aficionados del Morelia podrían quitar audiencia al debate, pero ese es otro tema.
Esto nos lleva a analizar la naturaleza de un sistema supuestamente democrático y toda la parafernalia construida alrededor del mismo. Dentro del circo montado, el debate que sostendrían los cuatro candidatos se presentaba como un evento de colosal magnitud en el que prácticamente se decidiría el destino de nuestro país. Se supone sería una inmejorable oportunidad para escuchar y contrastar propuestas, para a partir de ello construir un voto razonado.
La realidad es que el debate en particular, y las elecciones en su conjunto no son más que un circo bastante caro. A final de cuentas, son intereses económicos quienes determinan quién ocupa Los Pinos, y más aún, lo que hace una vez instalado. Sea quien sea. Lo observado en el debate de poco o nada cambiará el rumbo de la elección. Era por tanto, tan intrascendente como si Tigres o Morelia disputarían la semifinal del glorioso torneo de futbol mexicano.
De igual manera, evaluar el desempeño de los candidatos es tarea aburridísima e improductiva como pocas: de nada sirve un formato acartonado en el que los monólogos y acusaciones entre los cuatro fantásticos son el menú del día.
De cualquier forma, ofrezco a usted mis conclusiones: en primer lugar, en lugar de cualquiera de estos cuatro deberíamos traer a Lula de presidente o nos mudamos todos a Brasil, donde todo es maravilloso a decir de los debatientes. Después, ¡banda ancha para todos, es nuestro derecho! Los ganadores: la edecán/playmate a la que le lloverán ofertas de trabajo y el simpático bufón que con su actuación garantizo un porcentaje mínimo de votos suficiente para mantener a la maestra en la estructura del poder. El perdedor, el pobre hombre encargado de traducir tanta tontería en lenguaje de señas.
El problema, después de todo, no era problema. Ante la disyuntiva entre ver el juego o el debate, más aburrido aún, si es posible, que ver jugar a un equipo del Tuca, la única salida que se antojaba sensata era apagar la tele. Ni que jugara el América…
En fin, pan y circo. Y como el pan está muy caro, nos quedamos con el circo.
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