Un manotazo duro/ un golpe helado/ un hachazo invisible y homicida/ un empujón brutal te ha derribado”
- Miguel Hernández
En Los Periodistas, Vicente Leñero, autor de este testimonio novelístico que relata el histérico atropello a un grupo de periodistas liderados por Julio Scherer al término de la administración de Luis Echeverría, escribe: “El ocho de julio de 1976 el diario Excélsior de la ciudad de México sufrió lo que merece calificarse como el más duro golpe de su historia y tal vez de la historia del periodismo nacional”. Bien podemos argumentar, sin temor a incurrir en una apreciación forzada, que el segundo gran golpe al periodismo nacional ha sido la instrumentación de la política actual contra las drogas. Nótese el uso del término “política” en sustitución del eufemismo habitualmente utilizado “estrategia”. Y es que por estrategia se entiende la aplicación de un conjunto de técnicas orientadas a la consecución de un objetivo. Y sólo un miope (sin menoscabo a los voceros de Felipe Calderón) se atrevería a sostener que la erradicación de la cadena producción-distribución-consumo de las drogas, objetivo hipotético de la mal llamada “estrategia” contra el crimen organizado, ha progresado siquiera mínimamente. En vista de la brecha incurable entre la realidad y el discurso, conviene adecuarse, especialmente quienes ejercemos este oficio a menudo enlutado, a una terminología consistente con los hechos.
Con una ominosa cifra de 80 periodistas asesinados en la última década (Reporteros Sin Fronteras), a la que suma el reciente homicidio de la corresponsal de Proceso, Regina Martínez, así como decenas de miles de mexicanos asesinados brutalmente, cuyos crímenes han quedado impunes (cerca del 98% de los casos), activistas silenciados-ejecutados (recuérdese a Marisela Escobedo, Nepomuceno Moreno, Leopoldo Valenzuela), cerca de 5 mil desapariciones forzadas desde el inicio de la actual administración (Comisión Nacional de Derechos Humanos), y una nación entera atrapada entre las balas de una guerra sin tregua, sin normas o sanciones que regulen el conflicto, parece mas apropiado referirse a este caos reinante como una política de Estado, premeditada, calculada, meticulosamente efectuada, una agenda trans-sexenal que no guarda relación alguna con objetivos socialmente deseables, y sí con intereses políticamente inconfesables.
Y a pesar de esta conocida política estatal-institucional de muerte, corrupción e ignominia, el asesinato de Regina Martínez, colega periodista, nos ha desconcertado extraordinariamente. No sólo por la cercanía geográfica y laboral que nos une, sino en particular por la pérdida irreparable que significa su muerte para el exiguo género de periodistas comprometidos con la auténtica labor informativa, máxime en un estado (Veracruz) donde señorea la virulencia institucional aunado a un “monótono concierto de loas al gobierno estatal y control casi absoluto de la información” (Proceso).
El asesinato de la periodista veracruzana ha tenido una amplia cobertura en la prensa internacional. La atención está volcada a Veracruz. Es momento oportuno para unir al gremio local/nacional en torno a una misma causa: a saber, frenar la avalancha de impunidad que invade, cual cáncer, el cuerpo nacional; evitar que se acabe de configurar otro “duro golpe a la historia del periodismo nacional”.
Unos meses antes morir, Regina declaró anónimamente: “Vivo el peor clima de terror, cierro con llave toda la casa, no duermo y salgo a la calle viendo a un lado y otro para ver si no hay peligro”.
Está claro; en México, “Todos somos Regina”.
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