Parece existir un consenso con respecto al estímulo
que representa para el proceso electoral en curso el movimiento #132.
Algunos destacan el hecho de que l@s estudiantes han puesto en práctica
una dinámica inédita en la historia de las campañas mexicanas, que
combina los rasgos de un movimiento antisistémico pos ’94, con la
posibilidad de producir información alternativa al duopolio por medio
de las ciber-redes sociales. Otros simplemente nos tratan de convencer
de que el movimiento estudiantil no cambiará nada en las preferencias
santificadas por las ‘encuestas’.
El desprecio que manifiestan los adversarios del #132
por sus ataques a Peña Nieto no es otra cosa que el origen del movimiento
estudiantil. Tal reacción -después de la desafortunada visita del
‘candidatazo’ a la Universidad Iberoamericana el 11 de mayo- fue
el agravio sobre el que se empezó a construir la protesta estudiantil:
su protesta por ser tildados de acarreados y porros, de practicar, irónicamente,
las viejas prácticas del PRI. A este agravio habría que agregar otros
como el calificativo de ‘ninis’, amplificado por la opinión pública,
incluso para culparlos de la situación económica y también de la
(in) seguridad pública, como si no fuera suficiente estigmatizarlos
por no trabajar y no estudiar cuando el país se está cayendo a
pedazos.
El ‘niño verde’ nos hizo el favor de establecer
el vínculo de los agravios de políticos, intelectuales, funcionarios
y el que se apunte, en contra de la juventud cuando afirma sin tapujos: “Creo que es hora
de que estos ‘ninis’ hagan algo por el país. Que hagan algo productivo
para ellos. Que se dediquen a trabajar” en clara referencia al #132. Jorge Emilio González se distingue
por su cinismo y no extraña a nadie que muestre con tanta elegancia
su desprecio por el movimiento estudiantil y su carácter ético.
Porque un rasgo esencial del #132 es precisamente
su atención en la ética como revulsivo para enderezar la crítica
a la farsa electoral. Un elemento de identidad que ha congregado a los
#132 es su acento en los principios, al grado de que elaboraron un código
de ética con tres principios básicos: el apartidismo, el pacifismo
y el respeto a los espacios públicos. El proponerse hacer política
fuera de los partidos -a pesar de la coyuntura electoral o tal vez por
eso- es una táctica antisistémica inaugurada por los neozapatistas
en Chiapas como columna central de lo que distingo como contrapolítica.
La renuncia a la estrategia de los ‘dos pasos’ -típica de la socialdemocracia
desde inicios del siglo XX- que establece como canon para la acción
política: primero la toma del poder, para después cambiar el mundo,
es clave para distinguir la naturaleza y el carácter de un movimiento.
El pacifismo me parece un reflejo evidente de la situación de violencia
generalizada que se vive en México y del compromiso ético del #132
por la paz. Por último, el no afectar las calles con manifestaciones
resulta una muestra del respeto a los espacios públicos en un contexto
en que es común la invasión sistemática y la privatización de éstos.
Los que pensamos que el #132 prefigura un movimiento
antisistémico con posibilidades de condicionar, que no determinar,
la coyuntura electoral y eventualmente enriquecer la cultura de la política,
sostenemos también que mas allá de los votos que logre desviar de
la fórmula priísta ha redefinido la discusión en plena campaña,
poniendo el acento en el poder de los dueños del dinero para manipular
elecciones a placer y salirse con la suya, particularmente de las televisoras.
Asimismo queda claro que la juventud universitaria, frente al hartazgo
del espectáculo electoral, se han propuesto participar en él pero
de manera activa, creativa y crítica. Y eso me parece una contribución
muy alentadora.
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