Hace algunos años formulamos la siguiente pregunta-exhortación: “¿Se puede, a partir de la reflexión libre, del razonamiento crítico, de la pluralidad y el reconocimiento del otro –del diálogo franco–, construir una estética diferente, una nueva ética, una historia contada de otra manera[...] otra historia; un saber alternativo, contrahegemónico, antisistémico[...] creador?”. Los calificativos despreciativos fueron moneda corriente en las respuestas de receptores e interlocutores. Otros ni siquiera entendieron la dimensión de las palabras expresadas. Naturalmente, para los cínicos que desestimaron el valor de esta propuesta, el ejemplo a seguir entre los jóvenes suele ser el infame “niño verde”, arquetipo del pudrimiento ético al que condujo la cultura del poder y el dinero, tan extensamente arraigada en las sociedades de ayer y hoy. Pero precisamente hoy nos disponemos a definir el mañana con arreglo a otros criterios acaso divergentes, y mandar al carajo la “ley de hierro” del conformismo. Dice el refrán que “árbol que nace torcido jamás su tronco endereza”. A nosotros nos corresponde la misión de plantar la semilla del árbol que habrá de proveer el oxigeno a las generaciones de hoy y mañana.
No pedimos comprensión paternalista, sino observancia ex profeso a nuestras demandas. Solicitamos además confianza. El lapso histórico en el que nos ha tocado crecer está marcado por transformaciones vertiginosas de orden social, político, científico, tecnológico. No es gratuita la seguridad, convicción y sobriedad que se revela en la formulación de demandas que enarbolan las movilizaciones en todo el orbe: hemos sido testigos vivientes de los cambios civilizatorios más recientes, y esto nos faculta, con base en intuición y/o conocimiento empírico, para elegir el camino más adecuado e inteligente. Ya en otra oportunidad describí esta condición generacional: “Si algo la distingue [a la Generación "Y"] es la acumulación de contradicciones que dormitan en su seno. Generación cuyo rasgo fatal, tal vez privativo, es el de constituir una suerte de bisagra entre el mundo antiguo y el mundo que, no exentos de los dolores de parto obligados e implacables, habremos de parir. Y no obstante la poca o nula confianza que se le concede a esta generación, es alentador observar que los primeros pasos del infante –el mundo nuevo– lucen una firmeza en el andar que subrepticiamente han de envidiar sus ascendientes”. (Léase el artículo completo en http://lavoznet.blogspot.mx/2011/10/primavera-generacional.html).
Aún hay quienes se preguntan acerca del alcance sociopolítico de las manifestaciones juveniles en México. Eso que algunos han dado en llamar Primavera Mexicana es tan sólo el prolegómeno de una era que “está pariendo un corazón”. Es la sepultura del ayer alienado, la reivindicación del hoy redentor, la proyección del mañana deseable. La modernidad ha pretendido arrebatarnos la creatividad e imaginación. Su éxito tan sólo fue parcial, acaso efímero. Recuérdese la consigna de los sesentayocheros: “Seamos realistas, soñemos lo imposible”.
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