La reciente publicación de una fotografía en la portada del último número del semanario Proceso, en la cual aparece Julio Scherer al lado del Mayo Zambada ha desatado una polémica en la opinión pública que se mueve entre la ética profesional del destacado periodista y del balance de la guerra contra el narco. Se ha dicho, entre otras cosas, que el fundador de Proceso fue utilizado para enviar un mensaje para amenazar a la sociedad mexicana. Otros destacan que la relevancia del mensaje es lo importante, pues pone en evidencia la impunidad de la que goza el narcotráfico en México y de la ineficacia de la política de seguridad del gobierno federal y el ejército para combatirlo.
Sin duda que es un tema espinoso por donde se le vea. Sin embargo habría que reconocer, en primer lugar, que el narcotráfico quiere comunicarse con la sociedad mexicana para mejorar su imagen, si esto es posible. En otras palabras, la narco empresa reconoce la necesidad de contar con una estrategia de comunicación que lo destaque como actor político, con el objetivo de debilitar la legitimidad de la guerra en su contra. Por si fuera poco, entre líneas el mensaje subraya que la sociedad mexicana ha integrado el narcotráfico, su cultura y sus consecuencias sociales, a su vida cotidiana con todo y el terror resultante de semejante hecho.
Lo anterior parece confirmar lo que se ha dicho en otros ámbitos: que el desprestigio del estado frente a la sociedad, producto de la corrupción, la pobreza y el desempleo rampantes, ha puesto en duda la legitimidad del estado. Y peor aún, que frente a semejante realidad, parte de la población ve como única salida emplearse con el narco y vivir bajo su control para sobrevivir. De que otra manera comprender la fascinación de muchos coterráneos por los narco corridos, por el estilo de vida de los narcos -reproducido en novelas, reportajes, películas, hábitos de consumo, formas de vestir.
En mi opinión, la discusión con respecto a la ética profesional del periodista en cuestión tiene como misión ocultar precisamente el enorme poder y capacidad del narcotráfico para generar una imagen frente a la sociedad mexicana y mundial. Dicha discusión no se pregunta cómo hemos llegado hasta aquí ni mucho menos pone en cuestión el enorme fracaso de la política guerrerista de Calderón y sus generales. Es eso lo que se trata de ocultar, centrando el debate en lo secundario que, dicho sea de paso, es la regla básica en el mundo periodístico: el pragmatismo de un periodista para sacar la exclusiva. Lo que queda claro aquí es que a más de tres años de la llegada de Calderón, el poder del narcotráfico ha aumentado geométricamente, al grado de que se erigen en actores políticos con toda la intención de construir una imagen pública. Y eso no es precisamente responsabilidad de los periodistas.
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