Un motivo más para estar de fiesta en este tan patriótico (o patriotero) año: México contribuyó de manera considerable en el incremento del número de pobres en América Latina. Según cifras del Banco Mundial, uno de cada dos latinoamericanos que, con el empujoncito de la crisis lograron caer bajo la línea de pobreza, son orgullosamente mexicanos.
Tan solo en 2009 entre nueve y diez millones de personas en América Latina se unieron al club más grande del mundo, el de los pobres, según los seguramente conservadores datos del organismo internacional.
Como si hubiesen sido iluminados de manera repentina, los economistas más destacados del Banco Mundial han llegado a la conclusión de que uno de los aspectos de la crisis que más deberían preocupar es el aumento de la pobreza.
A finales de 2008, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (uno de los pasatiempos favoritos de nuestros gobernantes es crear consejos y comisiones para todo, al parecer se divierten creando siglas), encargado de medir la pobreza (lo que sea que eso signifique) en nuestro país señalaba que el 47.4% de la población del país, de un total de 105.3 millones de habitantes, se encontraba en situación de pobreza. A esos números habría que agregarles entonces entre 4 y 5 millones de mexicano más que, durante el año pasado, fueron los principales testigos de cómo la especulación y el voraz apetito del sistema financiero dejaban huella también en el sistema económico real.
Y como siempre, no fueron los Slim del mundo los que costearon las pérdidas que el capital internacional ha venido enfrentando desde el año antepasado, sino los de siempre: aquellos que, en condiciones de subempleo, subsidian la acumulación de riquezas de un puñado.
A lo anterior cabe sumarle otro dato igualmente esperanzador: la décima parte de la población con mayor ingreso en el país aumento de 35.4 a 41.3 por ciento su participación en la renta nacional, según el mismo Banco Mundial. En simples términos, el diez por ciento de la población de nuestro tan independiente y revolucionario país es dueña del 40 por ciento de la riqueza, mientras que más la mitad de los mexicanos vive en condiciones que, por decir lo menos, dejan mucho que desear para una nación que celebra sus 200 años de independencia.
El resto de las declaraciones de funcionarios tanto del Banco Mundial como del gobierno mexicano rayan en el cinismo y poco se puede comentar al respecto. Para finales de 2010 una buena parte de esos pobres ya habrán salido otra vez de la pobreza, afirman apoyados en cifras que poco tienen que ver con la realidad.
El comentario no solo resulta desagradable sino insultante, y sin embargo nos deja entrever que lo que realmente importa no es el número de pobres o la calidad de vida de las mayorías a las que su democracia supuestamente protege, sino que el ritmo de “crecimiento económico” se recupere y las ganancias comiencen a fluir de nueva cuenta.
A finales de este año, aseguran que el crecimiento económico será de 4 puntos porcentuales. Para el 2011, ¡todavía mayor! Al parecer todo lo que tenemos que hacer es esperar y milagrosamente todo regresará a la normalidad. De los pobres ni quién se acuerde, total para eso existe el programa Solidaridad. Perdón, Progresa. Oportunidades, Vivir Mejor o como le quieran llamar, da igual. Mientras se les pase una ración para apenas subsistir, por qué habríamos de preocuparnos más.
Total, hay académicos que se atreven a asegurar que uno de nuestros derechos, garantizados por la democracia, es mi derecho a no ver la pobreza. Imagínese el grado de cinismo que ha alcanzado nuestra sociedad, tan moderna y llena de progreso.
El crecimiento económico no reduce la pobreza. No lleva consigo la creación automática de nuevas fuentes de empleo. Al contrario, el crecimiento económico tiende precisamente a abrir más una brecha de desigualdad entre los pocos que tienen y los muchos que no. Y sin embargo, seguimos escuchando a los apóstoles del crecimiento y esperando que las mismas recetas que nos trajeron el problema nos resuelvan el mismo.
Tan solo en 2009 entre nueve y diez millones de personas en América Latina se unieron al club más grande del mundo, el de los pobres, según los seguramente conservadores datos del organismo internacional.
Como si hubiesen sido iluminados de manera repentina, los economistas más destacados del Banco Mundial han llegado a la conclusión de que uno de los aspectos de la crisis que más deberían preocupar es el aumento de la pobreza.
A finales de 2008, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (uno de los pasatiempos favoritos de nuestros gobernantes es crear consejos y comisiones para todo, al parecer se divierten creando siglas), encargado de medir la pobreza (lo que sea que eso signifique) en nuestro país señalaba que el 47.4% de la población del país, de un total de 105.3 millones de habitantes, se encontraba en situación de pobreza. A esos números habría que agregarles entonces entre 4 y 5 millones de mexicano más que, durante el año pasado, fueron los principales testigos de cómo la especulación y el voraz apetito del sistema financiero dejaban huella también en el sistema económico real.
Y como siempre, no fueron los Slim del mundo los que costearon las pérdidas que el capital internacional ha venido enfrentando desde el año antepasado, sino los de siempre: aquellos que, en condiciones de subempleo, subsidian la acumulación de riquezas de un puñado.
A lo anterior cabe sumarle otro dato igualmente esperanzador: la décima parte de la población con mayor ingreso en el país aumento de 35.4 a 41.3 por ciento su participación en la renta nacional, según el mismo Banco Mundial. En simples términos, el diez por ciento de la población de nuestro tan independiente y revolucionario país es dueña del 40 por ciento de la riqueza, mientras que más la mitad de los mexicanos vive en condiciones que, por decir lo menos, dejan mucho que desear para una nación que celebra sus 200 años de independencia.
El resto de las declaraciones de funcionarios tanto del Banco Mundial como del gobierno mexicano rayan en el cinismo y poco se puede comentar al respecto. Para finales de 2010 una buena parte de esos pobres ya habrán salido otra vez de la pobreza, afirman apoyados en cifras que poco tienen que ver con la realidad.
El comentario no solo resulta desagradable sino insultante, y sin embargo nos deja entrever que lo que realmente importa no es el número de pobres o la calidad de vida de las mayorías a las que su democracia supuestamente protege, sino que el ritmo de “crecimiento económico” se recupere y las ganancias comiencen a fluir de nueva cuenta.
A finales de este año, aseguran que el crecimiento económico será de 4 puntos porcentuales. Para el 2011, ¡todavía mayor! Al parecer todo lo que tenemos que hacer es esperar y milagrosamente todo regresará a la normalidad. De los pobres ni quién se acuerde, total para eso existe el programa Solidaridad. Perdón, Progresa. Oportunidades, Vivir Mejor o como le quieran llamar, da igual. Mientras se les pase una ración para apenas subsistir, por qué habríamos de preocuparnos más.
Total, hay académicos que se atreven a asegurar que uno de nuestros derechos, garantizados por la democracia, es mi derecho a no ver la pobreza. Imagínese el grado de cinismo que ha alcanzado nuestra sociedad, tan moderna y llena de progreso.
El crecimiento económico no reduce la pobreza. No lleva consigo la creación automática de nuevas fuentes de empleo. Al contrario, el crecimiento económico tiende precisamente a abrir más una brecha de desigualdad entre los pocos que tienen y los muchos que no. Y sin embargo, seguimos escuchando a los apóstoles del crecimiento y esperando que las mismas recetas que nos trajeron el problema nos resuelvan el mismo.
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