La revista Fortune, publicación dedicada a la glorificación del capital y sus representantes en este planeta (emprendedores hombres de bien que han construido, en contra de todas las adversidades -dignidad humana incluida-, multimillonarios negocios), ha señalado a la empresa norteamericana Wal-Mart como la mayor del mundo, por encima de compañías petroleras, de tecnología, financieras y bursátiles. Aparentemente, la crisis no tuvo mayores efectos sobre la tienda de abarrotes más grande del planeta.
Algunos datos sobre dicha empresa: tan sólo en los Estados Unidos, sus ventas superan los 250 mil millones de dólares. Así mismo, controla una tercera parte de las ventas totales de alimentos y una cuarta parte de las ventas de medicinas. Sus utilidades equivalen a 2% del producto interno bruto norteamericano.
Se trata, quizá, de la empresa más emblemática del sistema económico en el que vivimos. Su estrategia puede ser resumida en tres sencillos principios: pagar poco a sus trabajadores, pagar aún menos a sus proveedores, y deducir sus costos de operación de los impuestos de la población.
Los aparentemente bajos precios de Wal-Mart son subsidiados por los ridículos salarios que pagan a sus asociados (nótese el elaborado eufemismo utilizado por la empresa para definir al esclavo moderno, sus empleados), por los insultantes precios a los que importan mercancía de sus proveedores desde China, India y Centroamérica (cualquier país subdesarrollado cuyo principal aporte a la economía mundial es mano de obra barata puede ser agregado a los mencionados), y sobre todo, por la ayudadita que gobiernos de todos los niveles alrededor del mundo otorgan a la compañía.
Wal-Mart cuenta con más de 6 mil tiendas en todo el mundo, más de la mitad de ellas en Estados Unidos, y su ritmo de crecimiento es impresionante (tan sólo para este año, se contemplaba la apertura de 300 nuevas instalaciones en México). Cada tienda que se instala ha traído consecuencias importantes a la comunidad, entre ellas la quiebra de todos aquellos negocios que se ven simplemente imposibilitados de competir contra lo que bien podría ser calificado como el mayor monopolio del mundo.
En el aspecto laboral, los bajos sueldos son la característica principal, y la contratación por horas la herramienta favorita. Ni hablar de sindicatos, los cuales están expresamente prohibidos, de antigüedad o de cualquier otra prestación social. Las condiciones de vida de sus trabajadores son, en el mejor de los casos, de subsistencia.
Por otro lado, los productos que orgullosamente vende, son producidos en su mayoría en China, en condiciones de trabajo imposibles de describir. Si Wal-Mart fuera un país, sería el tercer socio comercial del país asiático en términos del volumen de intercambio comercial.
Y en el tercer aspecto, como si no fuera suficiente la compañía recibe todo tipo de ayudas por parte de los gobiernos alrededor del mundo: un terreno por aquí, una exención de impuestos por allá, incluso dinero en efectivo si es lo que hace falta.
Las protestas en nuestro país organizadas en 2004 por el Frente Cívico de Defensa del Valle de Teotihuacan ante la instalación de un Wal-Mart en las inmediaciones del valle fueron puntualmente reprimidas, como muestra del apoyo gubernamental a la todopoderosa transnacional.
Es importante resaltar algo: si bien el origen de la última crisis fue, efectivamente financiero, las contradicciones propias del sistema económico en el que vivimos no se manifiestan exclusivamente en este último ámbito. Los sistemas productivos, los mecanismos de distribución y demás aspectos de lo que llamamos economía real funcionan también bajo una lógica cuya única motivación es seguir concentrando riquezas.
Por más que Obama emprenda una nueva cruzada en contra de Goldman Sachs y demás instituciones financieras (lo que parece, por cierto, irrisible pues sabemos quién lleva las de ganar), se trate de culpar al sistema financiero de todos los males del mundo y se le impongan ciertas regulaciones al mismo, no será suficiente para acabar con todas las desigualdades provocadas por el capital en nuestra sociedad, mientras empresas como Wal-Mart sigan operando de la misma manera sin obstáculo alguno.
Algunos datos sobre dicha empresa: tan sólo en los Estados Unidos, sus ventas superan los 250 mil millones de dólares. Así mismo, controla una tercera parte de las ventas totales de alimentos y una cuarta parte de las ventas de medicinas. Sus utilidades equivalen a 2% del producto interno bruto norteamericano.
Se trata, quizá, de la empresa más emblemática del sistema económico en el que vivimos. Su estrategia puede ser resumida en tres sencillos principios: pagar poco a sus trabajadores, pagar aún menos a sus proveedores, y deducir sus costos de operación de los impuestos de la población.
Los aparentemente bajos precios de Wal-Mart son subsidiados por los ridículos salarios que pagan a sus asociados (nótese el elaborado eufemismo utilizado por la empresa para definir al esclavo moderno, sus empleados), por los insultantes precios a los que importan mercancía de sus proveedores desde China, India y Centroamérica (cualquier país subdesarrollado cuyo principal aporte a la economía mundial es mano de obra barata puede ser agregado a los mencionados), y sobre todo, por la ayudadita que gobiernos de todos los niveles alrededor del mundo otorgan a la compañía.
Wal-Mart cuenta con más de 6 mil tiendas en todo el mundo, más de la mitad de ellas en Estados Unidos, y su ritmo de crecimiento es impresionante (tan sólo para este año, se contemplaba la apertura de 300 nuevas instalaciones en México). Cada tienda que se instala ha traído consecuencias importantes a la comunidad, entre ellas la quiebra de todos aquellos negocios que se ven simplemente imposibilitados de competir contra lo que bien podría ser calificado como el mayor monopolio del mundo.
En el aspecto laboral, los bajos sueldos son la característica principal, y la contratación por horas la herramienta favorita. Ni hablar de sindicatos, los cuales están expresamente prohibidos, de antigüedad o de cualquier otra prestación social. Las condiciones de vida de sus trabajadores son, en el mejor de los casos, de subsistencia.
Por otro lado, los productos que orgullosamente vende, son producidos en su mayoría en China, en condiciones de trabajo imposibles de describir. Si Wal-Mart fuera un país, sería el tercer socio comercial del país asiático en términos del volumen de intercambio comercial.
Y en el tercer aspecto, como si no fuera suficiente la compañía recibe todo tipo de ayudas por parte de los gobiernos alrededor del mundo: un terreno por aquí, una exención de impuestos por allá, incluso dinero en efectivo si es lo que hace falta.
Las protestas en nuestro país organizadas en 2004 por el Frente Cívico de Defensa del Valle de Teotihuacan ante la instalación de un Wal-Mart en las inmediaciones del valle fueron puntualmente reprimidas, como muestra del apoyo gubernamental a la todopoderosa transnacional.
Es importante resaltar algo: si bien el origen de la última crisis fue, efectivamente financiero, las contradicciones propias del sistema económico en el que vivimos no se manifiestan exclusivamente en este último ámbito. Los sistemas productivos, los mecanismos de distribución y demás aspectos de lo que llamamos economía real funcionan también bajo una lógica cuya única motivación es seguir concentrando riquezas.
Por más que Obama emprenda una nueva cruzada en contra de Goldman Sachs y demás instituciones financieras (lo que parece, por cierto, irrisible pues sabemos quién lleva las de ganar), se trate de culpar al sistema financiero de todos los males del mundo y se le impongan ciertas regulaciones al mismo, no será suficiente para acabar con todas las desigualdades provocadas por el capital en nuestra sociedad, mientras empresas como Wal-Mart sigan operando de la misma manera sin obstáculo alguno.
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