Y esa es precisamente la razón por la cuál ningún rescate financiero (y ninguna medida de política económica, por más que Carstens quisiera) podrá sacar al sistema económico actual de la crisis en la que, por su propia inercia, se encuentra sumergido.
Es preferible rescatar a los pocos que se benefician de la acumulación desmedida de riquezas que dar de comer (para garantizar tan sólo su supervivencia, ya no hablemos de una alimentación saludable) a más de mil millones de personas que, según cálculos de la ONU, padecerán problemas alimenticios este año.
La lógica de la economía mundial dicta que es mejor rescatar al banquero, al inversionista, al intrépido corredor de bolsa que arriesgó sus millones para obtener 10 veces su inversión inicial, que dar de comer a seres humanos que, en términos de consumo, no significan absolutamente nada. Aún cuando se trate de una sexta parte de la población humana.
Mientras no se convierta en un problema que afecte directamente los bolsillos de aquellos emprendedores que mantienen vivo el sistema, nadie volteará para ver todas aquellas zonas marginadas ya no digamos en África, sino a las afueras de toda ciudad importante en el mundo.
El Programa Mundial de Alimentos ha recibido 1,779 millones de euros de los 4,585 millones que necesita para dar de comer (insisto, al nivel más básico de subsistencia) a 108 millones de personas en 74 países.
Y es que al momento es más importante mantener una ilusión de recuperación, decir que lo más duro ha pasado, que las bolsas se empiezan a levantar y que el dinero volverá a fluir como lo hacía antaño.
Los gobiernos, por supuesto, están más concentrados en mantener felices al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial con los índices macroeconómicos (si, esos que no nos dicen absolutamente nada acerca de cómo vive la mayoría de la gente en un país) que preocupándose por lo que en realidad necesita la sociedad.
Más impuestos y más despidos, la salida fácil de un gobierno sin legitimación alguna a un problema que no será resuelto de la noche a la mañana ni con las “soluciones” que plantea.
Se trata de un problema que va más allá de los déficits fiscales de los gobiernos o de la poca rentabilidad de las empresas: el hecho de que un jugador de baseball cueste más que miles de familias juntas es parte del problema.
Y los medios se suman: cuando lo más importante es dónde se va a jugar el partido eliminatorio entre Estados Unidos y Honduras, y no la “crisis política” (léase golpe de Estado al mejor estilo de la CIA en los años 70) que sufre este último país, sabemos que hacer saber los reclamos de una nación que ha sufrido a todas luces una injusticia no es el principal objetivo de la prensa.
Hay que dejar de ver cada problema como si fuese una situación aparte, cuando en realidad todo forma parte de lo mismo. Medios de comunicación que mienten sin tapujos, gobiernos en jaque, miles de millones de personas con hambre, individuos que de la noche a la mañana se hacen millonarios gracias a la especulación, crisis sanitarias que causan muertes como si las vacunas no se hubieran inventado aún.
El primer paso para salir de la crisis debe ser reconocer su magnitud, sus causas, sus alcances, y comprender que las soluciones no se encuentran dentro del mismo marco que causo la crisis en un primer momento.