Existen dos tácticas altamente eficaces de las que se vale en ocasiones el escribidor para captar la atención del leedor, lo suficiente como para que se decida culminar la lectura de un artículo o columna. En seguida revelaré los detalles. (No se trata de un acertijo, o de un abuso a la paciencia del lector cuando toma tres minutos de su tiempo para concederlos a las “pavadas” de quien esto escribe). Empero, permítaseme antes repasar un asunto que concierne a la condición del leedor posmoderno.
Cabe observar que el periodismo vive una fase de cambios vertiginosos. El Internet ha dislocado los pilares vertebrales de la producción y distribución de noticias. Es cierto que el financiamiento aún constituye un aspecto cardinal para el ejercicio de la actividad informativa. Y que este condicionamiento aún influye decisivamente en la línea editorial de un rotativo. Pero este semillero de información (la prensa tradicional) ha perdido su estatus monopólico. Tanto los métodos para la obtención de información como el vehículo para su eventual publicación se han transformado sustancialmente. Sabemos que a través de blogs, portales y redes sociales cibernéticas se puede comunicar cualquier eventualidad, ahorrando costos de impresión y tiempo en lo que respecta a la divulgación. Todo al alcance de un clic. Sin embargo, hay un detalle que no debe escapar al ojo crítico: esta inusitada proliferación-expansión de la comunicación cibernética no presupone, de ningún modo, un progreso real en la calidad de la noticia y/o la información. El abaratamiento de los costos de producción de noticias también ha propiciado el desarrollo de la “opiniomanía” (comentarios u opinión con ínfulas informativas –escribidor posmoderno) y potenciado la curiosidad ávida de mitote y/o “quick facts” (datos al vapor –leedor posmoderno). La figura del “curioso”, aunque no inédita, se ha multiplicado absurdamente. E. Fromm expone el peligro de este infortunado rasgo del cibernauta-leedor ordinario: “El curioso es básicamente pasivo. Quiere que lo nutran de conocimientos y sensaciones, pero jamás puede tener bastante, puesto que la cantidad de la información está sustituyendo a la profunda cualidad del conocimiento”.
Si bien nadie puede objetar las benevolencias de la revolución tecnológica, es importante destacar este aspecto nocivo del naciente monstruo cibernético-digital. Las actitudes antes referidas no son nuevas. Lo que es nuevo es la agilización y el volumen de medios a la mano para fomentar este analfabetismo posmoderno en el que la principal dolencia es la incapacidad para discrepar, criticar o discernir. Así, en un mismo “muro” de actualizaciones, un usuario-leedor puede “informarse” casi simultáneamente sobre el cuadro crónico de flatulencias de un amigo o la truculenta reunión de Calderón con el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA por sus siglas en ingles –el gran cártel multinacional de la droga); o sobre la optimistas cifras de economistas-portavoces del poder o la muerte de indígenas tarahumara a causa de la escasez de alimentos y agua; o sobre el lanzamiento de una cosmopolita prenda veraniega o el hallazgo de fosas comunes donde yacen los muertos del boyante negocio de la droga. Una superred de información donde la no-censura es la forma más efectiva de extraviar al leedor y censurar lo valioso.
En fin, en lo que respecta a las dos tácticas para atrapar la atención, la primera consiste en dejar en suspenso al leedor y revelar el ardid en el último párrafo. Y la segunda, elegir un título que despierte la curiosidad del virtual leedor, aun cuando no tenga relación con el texto. Para beneplácito del leedor morboso, y en relación con las tres “X” del título, infórmoles a los amantes del cine “porno” que una ley obligará a los “pornstars” a utilizar condón durante los rodajes, situación que tal vez desanimará a sus fans. Ni modo.
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