Hace exactamente un mes fuimos testigos de cómo el reclamo de gran parte de la población tomaba forma. Ante la evidente manipulación de información por parte de las televisoras y medios de comunicación, y la imposición de un candidato a través de la desinformación, los gritos de repudio en un acto de campaña se transformaron en un movimiento que empieza a configurarse como un elemento crítico del aparato estatal en toda su magnitud y cuyo desenvolvimiento será fundamental en la construcción de alternativas a la crisis política y social que atraviesa el país.
Una elección cuyo rumbo era dictado por las televisoras y casas encuestadoras se encuentra ahora con el contraste que representa un sector crítico de la sociedad, que concentra sus reclamos en exigir libertad de información y pone en el terreno de la discusión un punto fundamental: la ilegítima capacidad con la que cuentan ciertos agentes para imponer agendas, manipular elecciones y salirse con la suya, haciendo énfasis en el duopolio televisivo.
Las fortalezas del movimiento son muchas. Existe una vasta experiencia previa de donde extraer valiosas lecciones: los movimientos estudiantiles que desde 1968 se han manifestado como expresiones del descontento de generaciones tradicionalmente olvidadas; movimientos de carácter social que han sido objeto de represión por parte del Estado; una realidad socioeconómica deprimente frente a un Estado incapaz de resolver problemas de raíz, y que encuentra a una sociedad cada vez más consciente de que las cosas no pueden seguir por el mismo rumbo. Y por supuesto la experiencia internacional: movimientos estudiantiles en Latinoamérica, indignados, ocupas, etcétera. Movimientos con los que establecer vínculos será fundamental para la consecución de los objetivos.
Las exigencias del movimiento pueden ser condensadas en hacer valer un derecho a recibir información plural de calidad y en exigir libertad de expresión. No obstante, muchos de sus objetivos se han trasladado a un plano inmediato exigiendo, en una coyuntura electoral, una mayor democratización de los medios y de las estructuras de renovación del poder, lo que puede constituir a la larga un problema para la organización interna del mismo.
El objetivo de las elecciones en los sistemas democráticos no es otro que paliar el descontento generalizado, canalizarlo mediante el voto dando así una apariencia de cambio en la superficie de las estructuras de poder, mientras las mismas dinámicas de dominación, tanto políticas y sociales como económicas, se mantienen y reproducen. Es por ello que el movimiento debe tener bien claro que lograr que Peña Nieto no llegue a la Presidencia no representa sino un minúsculo triunfo frente a las condiciones estructurales de un sistema diseñado para perpetuar las desigualdades.
El principal reto vendrá después de las elecciones, cuando sea necesario conformarse como un movimiento crítico de las decisiones tomadas desde el poder, llegue quién llegue. La transformación del movimiento en ese momento será vital para el establecimiento de un verdadero agente de cambio social.
Si el candidato del PRI gana las elecciones no se tratará de una derrota para el movimiento, sino de una llamada de atención que forzará a repensar las formas de organización, las demandas establecidas y los vínculos con el resto de la sociedad. De igual manera, el movimiento no puede hacer suyo un eventual triunfo de López Obrador.
Es necesario que las demandas de libertad de información y libertad de expresión no se reduzcan a su expresión mínima e inmediata, (una tercera televisora), sino todo lo contrario: el movimiento debe servir para iniciar un proceso de diálogo verdadero entre los distintos sectores de la sociedad, a partir del cual se puedan construir alternativas a un modelo de representación política y de organización social francamente decadente.
Una elección cuyo rumbo era dictado por las televisoras y casas encuestadoras se encuentra ahora con el contraste que representa un sector crítico de la sociedad, que concentra sus reclamos en exigir libertad de información y pone en el terreno de la discusión un punto fundamental: la ilegítima capacidad con la que cuentan ciertos agentes para imponer agendas, manipular elecciones y salirse con la suya, haciendo énfasis en el duopolio televisivo.
Las fortalezas del movimiento son muchas. Existe una vasta experiencia previa de donde extraer valiosas lecciones: los movimientos estudiantiles que desde 1968 se han manifestado como expresiones del descontento de generaciones tradicionalmente olvidadas; movimientos de carácter social que han sido objeto de represión por parte del Estado; una realidad socioeconómica deprimente frente a un Estado incapaz de resolver problemas de raíz, y que encuentra a una sociedad cada vez más consciente de que las cosas no pueden seguir por el mismo rumbo. Y por supuesto la experiencia internacional: movimientos estudiantiles en Latinoamérica, indignados, ocupas, etcétera. Movimientos con los que establecer vínculos será fundamental para la consecución de los objetivos.
Las exigencias del movimiento pueden ser condensadas en hacer valer un derecho a recibir información plural de calidad y en exigir libertad de expresión. No obstante, muchos de sus objetivos se han trasladado a un plano inmediato exigiendo, en una coyuntura electoral, una mayor democratización de los medios y de las estructuras de renovación del poder, lo que puede constituir a la larga un problema para la organización interna del mismo.
El objetivo de las elecciones en los sistemas democráticos no es otro que paliar el descontento generalizado, canalizarlo mediante el voto dando así una apariencia de cambio en la superficie de las estructuras de poder, mientras las mismas dinámicas de dominación, tanto políticas y sociales como económicas, se mantienen y reproducen. Es por ello que el movimiento debe tener bien claro que lograr que Peña Nieto no llegue a la Presidencia no representa sino un minúsculo triunfo frente a las condiciones estructurales de un sistema diseñado para perpetuar las desigualdades.
El principal reto vendrá después de las elecciones, cuando sea necesario conformarse como un movimiento crítico de las decisiones tomadas desde el poder, llegue quién llegue. La transformación del movimiento en ese momento será vital para el establecimiento de un verdadero agente de cambio social.
Si el candidato del PRI gana las elecciones no se tratará de una derrota para el movimiento, sino de una llamada de atención que forzará a repensar las formas de organización, las demandas establecidas y los vínculos con el resto de la sociedad. De igual manera, el movimiento no puede hacer suyo un eventual triunfo de López Obrador.
Es necesario que las demandas de libertad de información y libertad de expresión no se reduzcan a su expresión mínima e inmediata, (una tercera televisora), sino todo lo contrario: el movimiento debe servir para iniciar un proceso de diálogo verdadero entre los distintos sectores de la sociedad, a partir del cual se puedan construir alternativas a un modelo de representación política y de organización social francamente decadente.
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