Como lo señalamos
en una colaboración anterior, las exigencias mediáticas del proceso electoral
han obligado a los candidatos a sacarse ases (¿o heces?) de la manga para
mantener y apuntalar su presencia en la carrera por la presidencia de la
república. En esta ocasión nos ocuparemos de AMLO y su propuesta de gabinete.
Omitiremos
señalar su propuesta de la república del amor o su actitud de perdonavidas
hacia sus adversarios políticos, como Salinas, Televisa y demás, que contienen
perlas electorales de alto mérito. Tampoco entraremos en el tema de su imagen
de viejito buena onda, siempre en control de sus emociones y con la misma
cantinela -que no varió en los dos debates oficiales más el reciente organizado
por los jóvenes del #132- concentrado en mostrarse conciliador y sin dientes.
Sin duda que en los últimos seis años su transitar por los caminos de
terracería le han aflojado bastante su actitud crítica, convirtiéndose en una
sombra de lo que fue en la campaña del 2006.
Así las cosas, nos
vamos a concentrar en su propuesta de gabinete, que no es más que una muestra clara de
las exigencias que impone la mercadotecnia política y de su calculado
desplazamiento hacia la derecha, como bien lo señaló hace ya varios meses el
subcomandante Marcos. En su gabinetazo podemos encontrar una prueba de lo dicho
por el sup pues evidencia los compromisos
políticos que el tabasqueño suscribió públicamente para utilizarlos como moneda
de cambio por votos. Empresarios, burócratas de alto rango y personalidades del
mundo de la cultura y la ciencia no dejan lugar a dudas de que su proyecto no
quiere molestar a los dueños del país sino pavimentar el camino para la
continuidad del modelo económico.
Para muestra
basta un botón: Juan Ramón de la Fuente, ex secretario de Salud con Ernesto
Zedillo, y por si fuera poco represor de estudiantes de la UNAM y cabeza
visible del proyecto privatizador de la educación superior, como eventual
secretario de Educación. Cómo olvidar el papel que jugó de la Fuente en el
conflicto universitario de 1999-2000, su petición para violar la autonomía
universitaria y solicitarle al gobierno federal la intervención de la Policía
Federal Preventiva (PFP) –que por cierto se estrenó con esa infame acción. Cómo
olvidar su paso por la rectoría de la UNAM, que no tuvo otro objetivo que
posicionarlo para que fuera mencionado como posible candidato a la jefatura del
Distrito Federal. Pero sobre todo, cómo olvidar que gracias a su amor por la
educación pública envió a la cárcel a más de mil estudiantes y los acusó de
terrorismo, sabotaje y demás linduras.
A los que
estuvimos en esos días en la UNAM nunca dejó de sorprendernos la frialdad y el
cinismo con que se condujo a lo largo y después del conflicto estudiantil. Y
además cómo -después de haber metido a la policía militar y ‘recuperado’ el
control de la UNAM- improvisó una campaña mediática que promovió lo que ya
todos sabíamos desde antes del fin de siglo: que la UNAM es la universidad más
importante de habla hispana en el mundo. Gracias a ella quedó como el salvador
de la UNAM, pues muchos pensaron que la Máxima Casa de Estudios jamás se
repondría de la enorme campaña de desprestigio instrumentada por los poderes
fácticos en contra del movimiento estudiantil y de la educación gratuita, laica
y obligatoria entre 1999 y 2000.
Con esos
antecedentes, AMLO tuvo la ocurrencia de anunciar que “…quiero que Juan Ramón de la
Fuente se convierta en el nuevo José Vasconcelos para sacar adelante la
educación” El referido
Vasconcelos fue un personaje claramente emparentado con la derecha católica
mexicana en los años veinte y simpatizante de Alemania durante la II
guerra mundial. Pero en
el colmo de su optimismo edulcorado, AMLO cierra el anuncio diciendo que daría
completa libertad de maniobra a de la Fuente “… porque no es sólo
mejorar la calidad de la enseñanza, es garantizar el acceso de todos a la
educación”. Pero ¿no fue el señor de la Fuente el que se enfrentó y reprimió a
un movimiento estudiantil que defendía precisamente el acceso de todos a la
educación?
Ahora bien, si el
perredista se refería a la simpatía que externó Vasconcelos con respecto al
nazismo y su desprecio por la democracia, no me queda más remedio que reconocer
que Juan Ramón de la Fuente, gracias a su demostrada inclinación por el
autoritarismo y la represión, se ajusta plenamente al perfil político del autor
del Ulises criollo. Pero además, esta perla nos demuestra hasta donde se ha
recorrido AMLO hacia la derecha, haciéndose el olvidadizo a cambio de reforzar una imagen de
conciliación y cordura política. Supongo que en el fondo de semejante táctica
está la idea de que los mexicanos no tienen memoria histórica y por lo tanto su
dislate, por decir lo menos, no le pasará la factura. Veremos dijo el ciego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario