Los últimos años han sido marcados por el surgimiento de movilizaciones masivas alrededor de todo el mundo, protestando con justa razón ante las injusticias que prevalecen gracias a la imposición, violenta en demasiadas ocasiones, de un modelo político-económico para el que las mayorías no son sino instrumentos para llegar al poder y/o engrosar carteras.
Las revueltas se han esparcido por África, donde regímenes antiquísimos se mantenían en el poder ante la mirada de una población cada vez más golpeada por la falta de libertades y oportunidades; por Europa, en donde las políticas impuestas por los gobiernos para “salir de la crisis” pasan solamente por afectar los bolsillos de quienes menos tienen para financiar así a los bancos, evitando el colapso del gigantesco aparato financiero mediante obscenos recortes a la seguridad social y a las prestaciones de los trabajadores; en el centro mismo del sistema, en Estados Unidos, donde miles de individuos se han plantado frente a la misma cara de la bestia, en Wall Street, cansados de las desigualdades que van de la mano con el sistema económico defendido a capa y espada desde Washington. Han perdido sus casas, han perdido su empleo, y el gobierno estadounidense se empeña en proteger los intereses de unos cuantos, usando para ello los propios impuestos de la población norteamericana, además de miles de millones de dólares salidos de la nada, con el objeto de mantener a los inversionistas de Wall Street contentos.
América Latina se ha movilizado también. Decenas de miles de estudiantes en Chile exigen se deje de lucrar con la educación, movimiento que ya tiene repercusiones en Colombia, a la par que trabajadores en esta última nación demandan se dé marcha atrás con el último proyecto expansionista de los Estados Unidos, el Tratado de Libre Comercio USA-Colombia. Nuestro país ha visto también a miles hacer sentir su indignación frente a una estúpida guerra cuyos únicos resultados tangibles son 50 mil muertos.
A primera vista pareciese que las causas, demandas y principios de acción de todos y cada uno de los diferentes movimientos que han despertado en el transcurso de los últimos años son radicalmente opuestas, o que al menos no tienen demasiado en común. Nada más alejado de la realidad.
La causa última de todo el descontento alrededor del mundo es la perpetuación de un sistema económico cuyo objetivo único es perpetuar la explotación del mayor número de personas y recursos posible, en favor de unos cuantos, con el apoyo incondicional de un sistema político que trabaja para ellos.
Es cierto, los movimientos han cobrado diferentes expresiones en cada país: luchando contra un modelo privatizador, contra gobiernos corruptos y represores, contra ataques directos en contra de la economía familiar, contra la inseguridad reinante, y un largo etcétera.
La lucha, no obstante, es la misma: buscar la manera de hacer frente, mediante la concientización y la cooperación de las mismas mayorías olvidadas por el sistema que dice representarlas, a un aparato de dominación que cuenta con gobiernos, ejércitos, medios de comunicación, y recursos monetarios y materiales a su disposición. Pareciera una lucha perdida, más la realidad es que el modelo imperante no enfrentaba una crisis de tal magnitud desde hace algún tiempo. Muestra de ello son las lunáticas declaraciones de un precandidato republicano a la presidencia estadounidense, que promete “un siglo de dominio estadounidense” de ganar las elecciones de 2012, en el que combatirá sin cuartel “la amenaza socialista que representan Cuba y Venezuela”. Semejantes delirios no son más que inequívoca señal de la decadencia de Estados Unidos como centro del mundo.
El sistema se encuentra golpeado como nunca antes. Por lo mismo, se vuelve más peligroso: más excluyente, más voraz, y también más represor. Todos los movimientos han tenido que hacer frente al aparato policial de cada Estado, siempre presto a actuar sin mayores miramientos cuando de enfrentar a la sociedad se trata. Pero también comienza a dar muestras de su debilidad. La crisis financiera surgió en el centro del mismo, desde donde extendió sus repercusiones en la economía real del resto del mundo. Cada vez un mayor número de individuos cobra conciencia de lo endeble que resulta el sistema una vez que las fichas empiezan a caer, y del papel que puede llegar a desempeñar como sociedad organizada.
Las revueltas se han esparcido por África, donde regímenes antiquísimos se mantenían en el poder ante la mirada de una población cada vez más golpeada por la falta de libertades y oportunidades; por Europa, en donde las políticas impuestas por los gobiernos para “salir de la crisis” pasan solamente por afectar los bolsillos de quienes menos tienen para financiar así a los bancos, evitando el colapso del gigantesco aparato financiero mediante obscenos recortes a la seguridad social y a las prestaciones de los trabajadores; en el centro mismo del sistema, en Estados Unidos, donde miles de individuos se han plantado frente a la misma cara de la bestia, en Wall Street, cansados de las desigualdades que van de la mano con el sistema económico defendido a capa y espada desde Washington. Han perdido sus casas, han perdido su empleo, y el gobierno estadounidense se empeña en proteger los intereses de unos cuantos, usando para ello los propios impuestos de la población norteamericana, además de miles de millones de dólares salidos de la nada, con el objeto de mantener a los inversionistas de Wall Street contentos.
América Latina se ha movilizado también. Decenas de miles de estudiantes en Chile exigen se deje de lucrar con la educación, movimiento que ya tiene repercusiones en Colombia, a la par que trabajadores en esta última nación demandan se dé marcha atrás con el último proyecto expansionista de los Estados Unidos, el Tratado de Libre Comercio USA-Colombia. Nuestro país ha visto también a miles hacer sentir su indignación frente a una estúpida guerra cuyos únicos resultados tangibles son 50 mil muertos.
A primera vista pareciese que las causas, demandas y principios de acción de todos y cada uno de los diferentes movimientos que han despertado en el transcurso de los últimos años son radicalmente opuestas, o que al menos no tienen demasiado en común. Nada más alejado de la realidad.
La causa última de todo el descontento alrededor del mundo es la perpetuación de un sistema económico cuyo objetivo único es perpetuar la explotación del mayor número de personas y recursos posible, en favor de unos cuantos, con el apoyo incondicional de un sistema político que trabaja para ellos.
Es cierto, los movimientos han cobrado diferentes expresiones en cada país: luchando contra un modelo privatizador, contra gobiernos corruptos y represores, contra ataques directos en contra de la economía familiar, contra la inseguridad reinante, y un largo etcétera.
La lucha, no obstante, es la misma: buscar la manera de hacer frente, mediante la concientización y la cooperación de las mismas mayorías olvidadas por el sistema que dice representarlas, a un aparato de dominación que cuenta con gobiernos, ejércitos, medios de comunicación, y recursos monetarios y materiales a su disposición. Pareciera una lucha perdida, más la realidad es que el modelo imperante no enfrentaba una crisis de tal magnitud desde hace algún tiempo. Muestra de ello son las lunáticas declaraciones de un precandidato republicano a la presidencia estadounidense, que promete “un siglo de dominio estadounidense” de ganar las elecciones de 2012, en el que combatirá sin cuartel “la amenaza socialista que representan Cuba y Venezuela”. Semejantes delirios no son más que inequívoca señal de la decadencia de Estados Unidos como centro del mundo.
El sistema se encuentra golpeado como nunca antes. Por lo mismo, se vuelve más peligroso: más excluyente, más voraz, y también más represor. Todos los movimientos han tenido que hacer frente al aparato policial de cada Estado, siempre presto a actuar sin mayores miramientos cuando de enfrentar a la sociedad se trata. Pero también comienza a dar muestras de su debilidad. La crisis financiera surgió en el centro del mismo, desde donde extendió sus repercusiones en la economía real del resto del mundo. Cada vez un mayor número de individuos cobra conciencia de lo endeble que resulta el sistema una vez que las fichas empiezan a caer, y del papel que puede llegar a desempeñar como sociedad organizada.
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