El proceso electoral en México ha comenzado formalmente. El Instituto Federal Electoral dio el banderazo hace algunos días y los partidos políticos han comenzado a definir las reglas del juego para que los militantes interesados en participar sepan a que atenerse. Lo que está en juego no es sólo la renovación de la presidencia de la República y de buena parte del Congreso de la Unión sino la viabilidad del modelo democrático electoral y del sistema de partidos en su conjunto.
Un factor relevante que define la coyuntura electoral es la fractura de la clase dominante, expresada en las diferencias entre los partidos políticos y la supuesta parálisis legislativa. Digo supuesta porque no existe como tal sino que es enarbolada como el petate del muerto por los que añoran el control presidencial sobre el poder legislativo . En ese sentido se explican los intentos de la clase política por garantizar mayorías en el congreso, ya sea legislando para establecer una cláusula de gobernabilidad o proponiendo gobiernos de coalición.
Otro factor que influirá en el proceso electoral está representado por las condiciones de la seguridad pública en el país y la creciente militarización de los estados. El proceso que inició con el 'michoacanazo' -al inicio del sexenio calderonista- y que ha cobrado fuerza con los casos más recientes de Veracruz y Guerrero pone en duda el control civil de las elecciones en regiones controladas por las fuerzas armadas. El otro lado de la moneda sería la intervención de la delincuencia organizada, tanto en la definición de los candidatos como en el desarrollo de las campañas.
No hay que olvidar al protagonismo de los medios de comunicación, que hoy mas que nunca, se erigen en actores claves a pesar de las reformas electorales recientes que han procurado limitar la influencia del duopolio televisivo en las intenciones del voto ciudadano. Su desafío sistemático de las leyes electorales y su enorme poder para alabar o satanizar a candidatos, partidos y órganos electorales no pueden ser ignorados. Si bien la autoridad electoral controlará los tiempos y contenidos de la propaganda electoral, la cobertura noticiosa le da un enorme margen de maniobra para influir en el proceso. El IFE controla los espots pero no puede controlar el contenido de los programas de noticias, el tipo de notas, el tono usado por los conductores y el manejo de imagen que hagan de los candidatos.
Por último, no se puede pasar por alto el enorme desprestigio que tiene todo el subsistema electoral, desde los partidos políticos, los medios de comunicación y los órganos electorales hasta los probables candidatos y los gobiernos en turno. La ciudadanía percibe cada vez con mayor fuerza a los gobiernos y a la política institucional como parte del problema y no como los actores claves en su solución. Las consecuencias de lo anterior pueden debilitar la legitimidad de los ganadores y las posibilidades para conformar gobiernos eficaces y eficientes para gestionar demandas y solucionar conflictos, alimentando el círculo vicioso en el que nos encontramos.
Así las cosas, los escenarios posibles para las elecciones del 2012 parecen mas bien sombríos: el peor escenario sería el marcado por asesinatos de candidatos y alto abstencionismo; en el mejor estaría caracterizado por unas elecciones concurridas y alejadas de la violencia. Sin embargo, independientemente de las condiciones que definan al 2012 parece muy poco probable que los grandes problemas nacionales como el desempleo, la marginación y la pobreza, el deterioro de la calidad de vida para los que tienen trabajo, la violencia y el atropello de los derechos ciudadanos sean resueltos por los ganadores. Dicho de otro modo, la sensación que parece crecer es que da igual quien gane, que no hay mucho que esperar de las instituciones que nos gobiernan. Esto puede ser terrible o esperanzador. Las soluciones autoritarias contarán con un enorme poder de seducción frente al fracaso de la democracia liberal. Pero por otro lado, tal vez esta sensación podría obligar a los ciudadanos a empezar a pensar en la manera de mejorar el mundo en que vivimos, a participar de manera más directa en los problemas comunes, en hacer política directamente y no sólo por medio de representantes. La moneda está en el aire.
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