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Herederos de los sesentayocheros, los alzados pos-posmodernos, predominantemente jóvenes con instrucción académica que oscilan entre los 20 y 30 años, enarbolan las banderas –pisoteadas con empeño por el poder– de la cultura y educación universales, de la autogestión individual y colectiva, de la dignidad a secas, sin adjetivos ni precio ni valor de cambio. Si bien estas expresiones de insubordinación no son inéditas, cabe subrayar tres cosas, a nuestro entender, sui generis: uno, su horizontalidad e incorruptibilidad; dos, una extraña sobriedad, a tono con una convicción latente pero irreductible; y tres, su origen, contra todos los pronósticos, en el corazón de una “cultura excremental” (Baudrillard).
En Chile, Colombia, Italia, se desarrollan movimientos primigeniamente estudiantiles, aunque respaldados por desempleados, intelectuales y obreros. En el resto del mundo, estudiantes universitarios (unos egresados), casi todos pertenecientes a la Generación "Y", se han sumado a las variopintas movilizaciones sociales, integrándose casi naturalmente como pletórica reserva ética, dotándolas de un significado trascendente, consolidando los soportes contraculturales del aliento insurgente planetario.
Los historiadores han acordado referirse a esta movilización masiva de jóvenes-educandos como la “Revolución anti neoliberal social estudiantil”. No obstante la apreciable exactitud del título, quisiéramos tocar un asunto hasta ahora omitido por los analistas. Uno de los criterios neurálgicos del posmodernismo es la “impenetrabilidad del otro”, legado del modernismo y su vocación antisocial. La dicotomía nosotros-los otros, cuya versión belicista se conoce como “choque de civilizaciones”, y cuya dramática historia data desde los orígenes del hombre-civilización, está siendo abiertamente cuestionada, quizá por vez primera sin reivindicaciones de orden racial, étnico, religioso, ideológico. Sin duda una actitud consustancial con la época que saluda el ocaso de los mitos. Y allí reposa su radicalidad: la proclamación de valores –dignidad, justicia– cuya aplicabilidad aspira a una universalidad efectiva.
Armando Bartra, sociólogo, expuso la misión de la juventud “indignada” y el estudiantado contemporáneo, cuyo frente más militante reúne a no pocos descendientes de la Generación "Y": “Nosotros los otros… tenemos la misión de mandar al carajo la dicotomía civilización-barbarie. Nos toco la tarea de jubilar la confrontación excluyente entre ciudad y campo, cultura y naturaleza, hombre y bestia, vigilia y sueño, masculino y femenino, vida y muerte. No la de suprimir la tensión vivificante, sí la polaridad alienada”.
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