La polémica que se ha desatado por el fallo de la Suprema Corte de Justicia a favor de los derechos de los homosexuales y lesbianas, en particular de la posibilidad de adoptar, demuestra claramente que es necesario seguir defendiendo al estado laico en contra de una corporación que ha pesar del enorme desprestigio que ha cosechado en los últimos años, sigue pensando como si estuviéramos en el siglo XIX.
Habrá que agradecer la incontinencia verbal de las figuras más visibles de los católicos mexicanos por reactivar una discusión que palidecía frente a temas de mayor presencia en la opinión pública, como el inicio de la carrera por la presidencia en 2012 o el fracaso de las políticas de seguridad del gobierno federal. Las intenciones de la derecha política y el alto clero para regresarnos a los tiempos de la inquisición -materializadas en el surgimiento de leyes estatales para criminalizar el aborto en varios estados de la república, entre ellos el de Veracruz- no parecían escandalizar a nadie ni alentar la defensa del estado laico.
Tal vez por ello, el cavernal que gobierna Jalisco, Juan Sandoval Íniguez, pensó que podría decir lo que fuera sin que pasara nada. Sin embargo, sus acusaciones en contra del jefe de gobierno de la ciudad de México y de los miembros de la Suprema Corte de Justicia que votaron a favor de la adopción de los matrimonios gay, le rebotó con fuerza inesperada, mostrándolo frente a la sociedad mexicana como símbolo de un poder caduco y que tradicionalmente a gozado de amplios márgenes de impunidad.
Síntoma de desesperación e impotencia, las acusaciones demuestran que la iglesia católica se niega a reconocer que, a pesar de contar con el apoyo de Calderón y de varios gobernadores del país, su imagen frente a la sociedad va en declive como consecuencia de los escándalos en que se ha visto envuelta por la continua violación de los derechos humanos de miembros y seguidores, menores y mayores de edad.
No es casual que el cavernal en cuestión critique sin ambages la posición de grupos de defensores de los derechos humanos en nuestro país, a los que considera parte de una conjura internacional para acabar con los valores religiosos que usufructa. Al catalogar a los derechos humanos como una farsa, olvida que en países como Chile, la iglesia católica defendió a las víctimas de la dictadura pinochetista, amparándose precisamente en la idea de que el ser humano posee derechos que están por encima de cualquier ideología o creencia religiosa.
Nunca pensé en agradecerle a un alto miembro del clero mexicano por incentivar la discusión de un tema central de nuestra sociedad. Gracias a su soberbia estamos frente a la posibilidad de ponerlos a discusión entre toda la ciudadanía y revitalizar los valores laicos. Eso es lo que hace falta en estos días en los que con desfiles militares y paseos de osamentas de dudoso origen, se pretende ocultar que la polarización social que prevalecía en la independencia y la revolución sigue más viva que nunca. Por todo eso, no me queda más remedio que decir: ¡Gracias señor cavernal!
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