Cuando los procesos electorales dan inicio se vuelve a engrasar una maquinaria vieja, anquilosada, derruida por el paso del tiempo, pero sobre todo por el paso de los individuos.
Los partidos políticos inician sus “procesos democráticos” de selección de los mejores cuadros.
Por ejemplo, desde la Presidencia de la República se busca poner un alto al joven candidato de Córdoba, aliado indiscutible de la Fidelidad, con un candidato alto, fuerte, goleador: Carlos Hermosillo.
La lógica democrática es perfecta: la televisión es el punto medular de toda campaña política, y un conocidísimo futbolista de altos vuelos va a derrotar a un “inexperto” joven, sobre todo por su gran pasado político: Cruz Azul, Chivas, y no sé cuántos equipos más.
El día de la elección la gente hace su parte. Sólo el cinco por ciento de los votantes reales se dicen ser “corporativos”. El resto, un mercado en crecimiento para las empresas de compra de votos, embarazamiento de urnas y “operación política”.
Un día después de la elección entra en juego el Poder Judicial de la Federación o el estatal. Por recordar sólo un caso, en 2006 el Tribunal Electoral dijo que los empresarios habían influido en campañas mediáticas oscuras, pero que no era razón suficiente para desechar la elección.
Andrés Manuel pensaba distinto y les dijo que volvieran a contar los votos, pero el mismo Poder Judicial dijo que cómo iba a ser posible tal barbaridad -y tiempo después se modificó la ley para que en casos muy apretados (como 2006) todos los votos se volvieran a contar.
Después de eso las instituciones regresan a su trajín diario. Una burocracia ineficiente, servil se apropia del “desarrollo del Estado” y al resto de los seres humanos nos queda esperar que nos lleguen las soluciones por la gloria del progreso y el presidente Alemán.
Así, un acto que debería tener consecuencias políticas inmediatas resulta ser una cohetón que nunca explota, y que además no puede explotar. Ir a votar, por supuesto.
Con los cambios de administraciones se crean grupos, gabinetes, asociaciones y todo tipo de instrumentos para dirigir a los ciudadanos.
Pero los ciudadanos cada vez lo son menos: no hay interacción de los procesos legislativos con los habitantes del país en el que se dice legislar (México, por supuesto); no hay una comunicación real entre las personas que toman las decisiones y los afectados (sólo la hay entre las personas que toman las decisiones y los beneficiados); no hay ningún proyecto integral (llámase integral al que involucre presupuestos participativos, reformas ciudadanas de la ley, cooperativas emprendedoras si se quiere) para el beneficio colectivo: lo hay para el beneficio privado.
Y he aquí el momento de la ideología.
Desde el siglo XIX han existido grandes batallas en el centro de la economía mundial por el control de las ideas. Sobre todo, por el control de los medios que permiten comunicar las ideas. Al principio fueron las nacientes organizaciones estatales (“Este poder ejecutivo, con una inmensa organización burocrática y militar, con su compleja y artificiosa maquinaria de estado, un ejército de funcionarios que suma medio millón de hombres, junto a un ejército de otro medio millón de hombres, este espantoso organismo parasitario que se ciñe como una red al cuerpo de la sociedad francesa y le tapona todos los poros, surgió en la época de la monarquía absoluta, de la decadencia del régimen feudal, que dicho organismo contribuyó a acelerar [...] Napoleón perfeccionó esta máquina del estado [...] Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina, en vez de destrozarla". Tomado de José Aricó, Introducción al texto de Simón Bolívar escrito por Marx. La cita es de Marx) y luego los grandes corporativos internacionales.
El desarrollo tecnológico nos trajo el cine, la televisión y con ellos, la desgracia del bombardeo cultural de la potencia hegémonica, la enajenación de los individuos que se traduce en “ciudadanos que no participan”, democrátas apáticos.
El “imperio yanqui” atacó duramente las ideas que contravenian el liberalismo emprendedor. Cuando la batalla fue ganada, paradójicamente también fue perdida. Las contradicciones de todo sistema humano se fueron haciendo evidentes en el liberalismo, y para su desgracia los daños al medio ambiente ocasionados por la producción desmedida también.
Con los años las “instituciones” que regían el mundo han comenzado a decaer en un proceso natural, de desgaste pero también de transformación.
Y cada vez la injerencia de una sola cultura en las culturas dominadas viene a ser menor.
Pero eso no quiere decir de modo alguno que el panorama es alentador.
La disminución de los embistes culturales son reflejo de una decadencia económica también. Las crisis recurrentes del sistema capitalista son cada vez mayores y más desgastantes, lo que quiere decir que cada vez provocan mayor descontento social y, para desgracia nuestra, amplían la diferencia entre los acaudalados y los que no.
Esto, llevado a la “instituciones”, quiere decir que cada vez tienen menores posibilidades de incidir en la vida colectiva.
Y nada tiene que ver con Veracruz.
Es un proceso del aparato nacional, y de toda la organización estatal en su conjunto, evidentemente afectada por las crisis del centro del sistema económico mundial.
Por lo mismo, una administración siempre será insuficiente para resolver los problemas sociales.
¿Quién asegura que un grupo de personas pueden mejorar la vida de todos, si muchas veces uno solo no puede arreglar su vida?
¿Quién asegura que se puede ir mejor, sin saber a ciencia cierta por dónde empezar, si por la seguridad o por la estrategia mediática? (Nótese la ironía.)
Las “instituciones” no representan a la comunidad del mismo modo en que la Selección Mexicana de la FMF no representa al país, sino a los intereses de grupo.
Quien crea lo contrario, que deslea lo que hasta aquí leyó.
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