No se necesitaba ser un genio para poder adivinarlo: en el primer momento en el que los efectos de la crisis financiera que asusto a más de uno el año pasado parecían ceder y los gobiernos del mundo anunciaban expectativas de crecimiento económico moderadas para este año, las mismas prácticas especulativas han puesto en jaque la economía de al menos cuatro países de la zona europea.
Portugal, Irlanda, España, y sobre todo, Grecia, han sido víctimas de esquemas de endeudamiento que, durante los años maravillosos del sistema financiero, permitieron a sus más afortunados habitantes gozar de privilegios únicos.
A finales del año pasado, el gobierno griego anunció que la deuda de su país había llegado a un máximo histórico: 300 mil millones de euros, lo que desde entonces ha provocado la caída del euro frente a monedas como el dólar estadounidense y el yen.
La controversia se ha desatado en los últimos días puesto que Grecia había anunciado un déficit fiscal mucho menor al real, de 12.7% de su Producto Interno Bruto, lo que ha resultado en críticas por parte de las autoridades europeas a la administración griega.
Lo mejor del asunto: al parecer los encargados de maquillar las pobres cifras del desempeño de la economía griega es el gigante financiero del mundo: el grupo de inversión estadounidense Goldman Sachs.
Apenas empezaban a ceder los primeros efectos de la crisis que azotará la economía mundial el año pasado, y ante las débiles y engañosas señales de recuperación comenzaron de nuevo los ataques especulativos, en este caso, contra el euro. El apetito por el riesgo en los mercados financieros y la voracidad de un sistema cuya moneda de cambio es la especulación han provocado la fuerte caída de la economía griega.
El resto de los países mencionados antes (un acrónimo circula ya en las redes de información, semejante al BRIC que hacía referencia a las principales economías emergentes. En este caso, PIGS – cerdos en español- señala a los cuatro países con mayores riesgos de colapsar ante los embates especulativos financieros de los últimos meses).
La Unión Europea ha exigido que las autoridades griegas empleen esquemas extremos de austeridad, lo cual, en medio de una recesión en el mejor de los casos va a demorar la reactivación económica y la disminución de los índices de desempleo.
La respuesta popular obviamente no se ha hecho esperar, y las calles han sido invadidas por inconformes al plan de rescate. La represión por parte de los aparatos de Estado no tardará en hacerse plausible, pero esa es otra, aunque no menos desafortunada historia.
Algunos analistas señalan el plan de rescate de Grecia anunciado por la Unión Europea como una nueva faceta de la crisis mundial: en un primer momento se trató de rescatar bancos, ahora se trata de rescatar naciones. La soberanía de los estados, que de por sí se pone en entredicho ante el poder del capital, queda aún más por los suelos cuando, como en el caso de Grecia, potencias exteriores obligan a modificar políticas económicas.
En tan solo un mes, el gobierno de Atenas ha tenido que aumentar impuestos, cortar gastos presupuestados, reducir salarios y aumentar la edad de jubilación (cualquier coincidencia con nuestro país es solo eso).
Lo mejor del asunto: mientras peor le vaya a la economía griega, mayor será el beneficio para los bancos y firmas financieras que fueron lo suficientemente inteligentes para obtener contratos conocidos como credit default swaps o cobertura por riesgos crediticios, mediante los cuales se le apuesta a la quiebra de un país entero y se cobran dividendos en caso de que resulte el negocio.
Bonito sistema. Y lo peor del caso, gobiernos y personalidades del mundo académico lo siguen defendiendo a capa y espada. Ninguna de las políticas que Grecia se ha visto obligada a imponer serán suficientes para contrarrestar los efectos de una crisis global que va más allá de las nimiedades de política monetaria y fiscal. Tiene que ver con un sistema mundial cuyo objetivo principal es el crecimiento. El crecimiento de unos cuantos, así sea a costa de países enteros.
Portugal, Irlanda, España, y sobre todo, Grecia, han sido víctimas de esquemas de endeudamiento que, durante los años maravillosos del sistema financiero, permitieron a sus más afortunados habitantes gozar de privilegios únicos.
A finales del año pasado, el gobierno griego anunció que la deuda de su país había llegado a un máximo histórico: 300 mil millones de euros, lo que desde entonces ha provocado la caída del euro frente a monedas como el dólar estadounidense y el yen.
La controversia se ha desatado en los últimos días puesto que Grecia había anunciado un déficit fiscal mucho menor al real, de 12.7% de su Producto Interno Bruto, lo que ha resultado en críticas por parte de las autoridades europeas a la administración griega.
Lo mejor del asunto: al parecer los encargados de maquillar las pobres cifras del desempeño de la economía griega es el gigante financiero del mundo: el grupo de inversión estadounidense Goldman Sachs.
Apenas empezaban a ceder los primeros efectos de la crisis que azotará la economía mundial el año pasado, y ante las débiles y engañosas señales de recuperación comenzaron de nuevo los ataques especulativos, en este caso, contra el euro. El apetito por el riesgo en los mercados financieros y la voracidad de un sistema cuya moneda de cambio es la especulación han provocado la fuerte caída de la economía griega.
El resto de los países mencionados antes (un acrónimo circula ya en las redes de información, semejante al BRIC que hacía referencia a las principales economías emergentes. En este caso, PIGS – cerdos en español- señala a los cuatro países con mayores riesgos de colapsar ante los embates especulativos financieros de los últimos meses).
La Unión Europea ha exigido que las autoridades griegas empleen esquemas extremos de austeridad, lo cual, en medio de una recesión en el mejor de los casos va a demorar la reactivación económica y la disminución de los índices de desempleo.
La respuesta popular obviamente no se ha hecho esperar, y las calles han sido invadidas por inconformes al plan de rescate. La represión por parte de los aparatos de Estado no tardará en hacerse plausible, pero esa es otra, aunque no menos desafortunada historia.
Algunos analistas señalan el plan de rescate de Grecia anunciado por la Unión Europea como una nueva faceta de la crisis mundial: en un primer momento se trató de rescatar bancos, ahora se trata de rescatar naciones. La soberanía de los estados, que de por sí se pone en entredicho ante el poder del capital, queda aún más por los suelos cuando, como en el caso de Grecia, potencias exteriores obligan a modificar políticas económicas.
En tan solo un mes, el gobierno de Atenas ha tenido que aumentar impuestos, cortar gastos presupuestados, reducir salarios y aumentar la edad de jubilación (cualquier coincidencia con nuestro país es solo eso).
Lo mejor del asunto: mientras peor le vaya a la economía griega, mayor será el beneficio para los bancos y firmas financieras que fueron lo suficientemente inteligentes para obtener contratos conocidos como credit default swaps o cobertura por riesgos crediticios, mediante los cuales se le apuesta a la quiebra de un país entero y se cobran dividendos en caso de que resulte el negocio.
Bonito sistema. Y lo peor del caso, gobiernos y personalidades del mundo académico lo siguen defendiendo a capa y espada. Ninguna de las políticas que Grecia se ha visto obligada a imponer serán suficientes para contrarrestar los efectos de una crisis global que va más allá de las nimiedades de política monetaria y fiscal. Tiene que ver con un sistema mundial cuyo objetivo principal es el crecimiento. El crecimiento de unos cuantos, así sea a costa de países enteros.
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