El reciente acontecimiento ocurrido al futbolista paraguayo Salvador Cabañas, en el cual recibió un impacto de bala, ha manifestado flagrantemente el carácter rapiñero de los grandes medios de comunicación en nuestro país, que saben muy bien enriquecerse lucrando con el dolor ajeno. Cosa que también ha podido ser corroborada con la cobertura de la tragedia sucedida en Haití
No obstante, el hecho que me interesa resaltar en esta breve reflexión tiene que ver más que nada con los cuestionamientos que se han hecho al rompe –redes, al considerársele como deportista de alto nivel, como una figura pública, ejemplo de la juventud, etc.
Y es que ha sido una cuestión controversial el hecho de que un atleta de alto rendimiento, como se supone es Cabañas, se haya encontrado a tan altas horas de la noche embriagándose en un centro nocturno. El ejemplo, ha señalado un sector de la sociedad, es malo para la juventud y para todo aquel que aspire a ser una figura pública.
Desde mi perspectiva, el plantear este suceso como un problema concerniente a cuestiones de orden moral tiene su principio en un prejuicio muy arraigado en nuestra sociedad y que tiene que ver con el hecho de concebir a la Televisión (entendida ésta como las televisoras y no como el aparato electrónico) como educadora, como trasmisora de formas “correctas” de vida y de valores morales.
Sin embargo, con un poco de educación, la cual puede provenir desde el mismo seno familiar, se podría destituir el estatus que este medio masivo ha adquirido desde su aparición. Para ello hay que entender que la mayor parte de la realidad que la Televisión construye es ficticia, que no nos identifica, que no propone nada positivo en nuestra construcción personal y social. Habría que ver pues a la televisión como lo que es, un vano entretenimiento.
El estúpido concepto de “figura pública” que los programas de chismes se han encargado de forjar no ha servido para otra cosa que para justificar la intromisión en la vida privada, transmitiendo retórica y subliminalmente la idea de que todo aquel que sale en tele es un modelo a seguir. Esta es precisamente la idea que hay que erradicar.
A mi parecer no hay nada que reprocharle a Cabañas, cada quien tiene derecho a buscar entretenimiento y esparcimiento en la forma que mejor le parezca y en el horario que mejor le parezca. Lo que deberíamos empezar a cuestionarnos es en qué momento nos volvimos los más burdos idólatras y les dimos estatus de Deidad a los payasos del circo. Si nos molesta lo que hacen las figuras públicas con sus “ejemplares” vidas, buen principio sería apagar el televisor. Buena falta que hace.
No obstante, el hecho que me interesa resaltar en esta breve reflexión tiene que ver más que nada con los cuestionamientos que se han hecho al rompe –redes, al considerársele como deportista de alto nivel, como una figura pública, ejemplo de la juventud, etc.
Y es que ha sido una cuestión controversial el hecho de que un atleta de alto rendimiento, como se supone es Cabañas, se haya encontrado a tan altas horas de la noche embriagándose en un centro nocturno. El ejemplo, ha señalado un sector de la sociedad, es malo para la juventud y para todo aquel que aspire a ser una figura pública.
Desde mi perspectiva, el plantear este suceso como un problema concerniente a cuestiones de orden moral tiene su principio en un prejuicio muy arraigado en nuestra sociedad y que tiene que ver con el hecho de concebir a la Televisión (entendida ésta como las televisoras y no como el aparato electrónico) como educadora, como trasmisora de formas “correctas” de vida y de valores morales.
Sin embargo, con un poco de educación, la cual puede provenir desde el mismo seno familiar, se podría destituir el estatus que este medio masivo ha adquirido desde su aparición. Para ello hay que entender que la mayor parte de la realidad que la Televisión construye es ficticia, que no nos identifica, que no propone nada positivo en nuestra construcción personal y social. Habría que ver pues a la televisión como lo que es, un vano entretenimiento.
El estúpido concepto de “figura pública” que los programas de chismes se han encargado de forjar no ha servido para otra cosa que para justificar la intromisión en la vida privada, transmitiendo retórica y subliminalmente la idea de que todo aquel que sale en tele es un modelo a seguir. Esta es precisamente la idea que hay que erradicar.
A mi parecer no hay nada que reprocharle a Cabañas, cada quien tiene derecho a buscar entretenimiento y esparcimiento en la forma que mejor le parezca y en el horario que mejor le parezca. Lo que deberíamos empezar a cuestionarnos es en qué momento nos volvimos los más burdos idólatras y les dimos estatus de Deidad a los payasos del circo. Si nos molesta lo que hacen las figuras públicas con sus “ejemplares” vidas, buen principio sería apagar el televisor. Buena falta que hace.
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