Algunos historiadores asumen que el devenir de la humanidad es un proceso lineal y progresivo. El tren de la historia va siempre hacia adelante y nada lo puede hacer regresar al origen. El historicismo se basa en la creencia de que las sociedades no cometen los mismos errores dos veces y que, como cantaba José José, ya lo pasado pasado. Esta corriente del estudio de la historia sirve perfectamente a los intereses de los grupos dominantes en nuestras sociedades, pues alimenta la esperanza, la confianza de que las cosas van a mejorar y que al final del camino estará esperándonos el paraíso perdido.
Lamentablemente, los hechos históricos han demostrado una y otra vez que la historia no va necesariamente hacia adelante, que los horrores y fantasmas aparentemente superados se aparecen cuando menos se esperan. ¿Quién iba a pensar que en pleno siglo veinte murieran millones de personas en campos de concentración por el fascismoi o en cárceles clandestinas mantenidas por estados ‘democráticos’ alrededor del mundo?
Viene esto a cuento porque en nuestros días, las y los mexicanos estamos presenciando un batalla que pensamos ya habíamos superado con las guerras de reforma y posteriormente con la revolución de 1910-1920. No puede uno pensar otra cosa cuando el conjunto de la sociedad mexicana está nuevamente discutiendo el carácter laico del estado, pero sobre todo sus fuentes de legitimidad. A lo largo de la mayor parte del siglo XIX, nuestro país fue gobernado por un estado que tenía al ejército y a la iglesia como sus bases políticas, al igual que durante todo el virreinato.
La reciente visita de Felipe Calderón a ciudad Juárez confirma lo anterior ya que, más que utilizar la visita para ofrecer sus lágrimas de cocodrilo por los jóvenes asesinados en días pasados, su objetivo principal fue confirmar que el ejército seguirá en las calles aunque genere más violencia y atropellos a los derechos humanos. Si a este hecho agregamos que la PGR ha decidido cuestionar la constitucionalidad de los matrimonios entre personas del mismo sexo, no queda más que aceptar que el gobierno federal vuelve al modelo de la colonia y los gobiernos conservadores del siglo XIX, sólo que con el agravante de que en esa época no existía un sistema político como el de hoy, que afirma su legitimidad en procesos democráticos y republicanos.
Así las cosas, en pleno siglo XXI estamos otra vez a la puerta de una discusión aparentemente superada: las fuentes del poder el estado no residen en la acción de corporaciones autárquicas, antidemocráticas y profundamente antidemocráticas sino en la voluntad popular. Pero precisamente por eso, porque el estado mexicano desprecia ésa voluntad popular, ha decidido apoyarse en los militares y el clero para poder imponer sus intereses y los de la clase que representa. ¿Surgirán nuevas guerras civiles para zanjar la cuestión, aunque sólo sea por los próximos cien años? ¿O estamos ya en una?
No hay comentarios:
Publicar un comentario