Nuestra principal tarea como ciudadanos es tomar conciencia de lo que las cosas son y de lo que pretenden ser. Y el primer tema que debería ser objeto de nuestro propio e individual análisis es uno de los principales negocios de este país: la democracia.
No sé quién será el próximo gobernador de Veracruz; no sé si el PAN y el PRD se conviertan ahora en los mejores amigos del mundo; ni siquiera sé si voy a votar. Lo único que de lo que sí puedo estar seguro es que mientras no tomemos conciencia, como sociedad, de lo que la democracia (y no me refiero solamente a la mexicana) es, seguiremos sumidos en el largo proceso que tenemos bien aprendido: esperar, y esperar, y seguir esperando que un gobernante resuelva las cosas por nosotros.
Esperar una solución de quienes han hecho del problema un modo de vida bastante conveniente resulta simple y llanamente ingenuo.
Lo mismo sucede con la mundialmente famosa y aclamada crisis: un primer paso lograr salir de la misma debe ser reconocer su magnitud, sus causas, sus alcances, y comprender que las soluciones no se encuentran dentro del mismo marco que la causo en un primer momento.
Pero vamos de regreso a la democracia.
Podemos hablar de miles de casos que ilustran no solo su ineficacia, sino su completa inutilidad. No hablemos ya de satisfacer las necesidades básicas de todos los habitantes, lo cual podría no ser necesariamente tarea de un gobierno, dirían algunos pensadores de calidad moral incuestionable.
Y ese es otro de los problemas: la democracia es una de las principales causas de la deforestación en México y en el mundo. ¿Cuánto no se ha escrito sobre la democracia? ¿Cuánto en realidad vale la pena?
Honestamente me parece insultante para los árboles.
Démosle una repasada a algunos ejemplos de las maravillas democráticas.
Una rápida ojeada al país del norte, el mismo que académicos e intelectuales han hecho ejemplo para el resto del mundo: un país donde el voto individual, soberano, libre y secreto no sirve absolutamente para nada. En el año 2000 Al Gore tuvo el 48% de los votos y Bush el 47%. ¿Quién fue el presidente por los siguientes ocho años sin necesidad de plantones en la avenida Pennsylvania ni un presidente espurio y otro legítimo? Años 2008, el partido Republicano entrega el poder al Demócrata. El fin de la guerra en Irak, una de las principales promesas de Hussein Obama. Casi dos años después el número de tropas en Irak se mantiene igual y el de Afganistán ha aumentado considerablemente.
De regreso a realidades mexicanas: en Veracruz, tres priistas contenderán por el título (o la gubernatura, no deja de ser un premio) cada uno por diferentes partidos.
En Oaxaca, el estado más rico en cuanto a cultura propia y a lucha política activa, se vuelve insultante (no sorprendente, desgraciadamente) el descaro con el que se demuestra la única intención real de la democracia, en particular, la mexicana: hacer de los puestos de elección popular mediocres cotos de poder, y sobre todo, saquear todos los recursos posibles en beneficios particulares. La alianza entre un partido de izquierda y otro de derecha parece sacada de un cuento, y sin embargo, es tan real como el hecho de que hay más de 3000 comunidades indígenas que, al regirse por un régimen de usos y costumbres no ejercerán su derecho al voto (dichosos ellos).
En fin, quizá sea yo el que está equivocado. Si la misión democrática no es más que mantenernos bajo una ilusión de orden y esperando un cambio mientras que nuestros recursos, humanos y materiales, siguen siendo explotados, entonces esta funciona a la perfección.
Solo resta preguntarnos si es eso lo que en realidad queremos.
No sé quién será el próximo gobernador de Veracruz; no sé si el PAN y el PRD se conviertan ahora en los mejores amigos del mundo; ni siquiera sé si voy a votar. Lo único que de lo que sí puedo estar seguro es que mientras no tomemos conciencia, como sociedad, de lo que la democracia (y no me refiero solamente a la mexicana) es, seguiremos sumidos en el largo proceso que tenemos bien aprendido: esperar, y esperar, y seguir esperando que un gobernante resuelva las cosas por nosotros.
Esperar una solución de quienes han hecho del problema un modo de vida bastante conveniente resulta simple y llanamente ingenuo.
Lo mismo sucede con la mundialmente famosa y aclamada crisis: un primer paso lograr salir de la misma debe ser reconocer su magnitud, sus causas, sus alcances, y comprender que las soluciones no se encuentran dentro del mismo marco que la causo en un primer momento.
Pero vamos de regreso a la democracia.
Podemos hablar de miles de casos que ilustran no solo su ineficacia, sino su completa inutilidad. No hablemos ya de satisfacer las necesidades básicas de todos los habitantes, lo cual podría no ser necesariamente tarea de un gobierno, dirían algunos pensadores de calidad moral incuestionable.
Y ese es otro de los problemas: la democracia es una de las principales causas de la deforestación en México y en el mundo. ¿Cuánto no se ha escrito sobre la democracia? ¿Cuánto en realidad vale la pena?
Honestamente me parece insultante para los árboles.
Démosle una repasada a algunos ejemplos de las maravillas democráticas.
Una rápida ojeada al país del norte, el mismo que académicos e intelectuales han hecho ejemplo para el resto del mundo: un país donde el voto individual, soberano, libre y secreto no sirve absolutamente para nada. En el año 2000 Al Gore tuvo el 48% de los votos y Bush el 47%. ¿Quién fue el presidente por los siguientes ocho años sin necesidad de plantones en la avenida Pennsylvania ni un presidente espurio y otro legítimo? Años 2008, el partido Republicano entrega el poder al Demócrata. El fin de la guerra en Irak, una de las principales promesas de Hussein Obama. Casi dos años después el número de tropas en Irak se mantiene igual y el de Afganistán ha aumentado considerablemente.
De regreso a realidades mexicanas: en Veracruz, tres priistas contenderán por el título (o la gubernatura, no deja de ser un premio) cada uno por diferentes partidos.
En Oaxaca, el estado más rico en cuanto a cultura propia y a lucha política activa, se vuelve insultante (no sorprendente, desgraciadamente) el descaro con el que se demuestra la única intención real de la democracia, en particular, la mexicana: hacer de los puestos de elección popular mediocres cotos de poder, y sobre todo, saquear todos los recursos posibles en beneficios particulares. La alianza entre un partido de izquierda y otro de derecha parece sacada de un cuento, y sin embargo, es tan real como el hecho de que hay más de 3000 comunidades indígenas que, al regirse por un régimen de usos y costumbres no ejercerán su derecho al voto (dichosos ellos).
En fin, quizá sea yo el que está equivocado. Si la misión democrática no es más que mantenernos bajo una ilusión de orden y esperando un cambio mientras que nuestros recursos, humanos y materiales, siguen siendo explotados, entonces esta funciona a la perfección.
Solo resta preguntarnos si es eso lo que en realidad queremos.
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