La visión liberal nos obliga a pensar en el individuo. Lo rodea de un aura moralina, en la que puede encontrar sin mayores sobresaltos cómo lograr el éxito en su vida. Capaz de pensar por sí mismo y tomar decisiones, la cosa se pone mejor: resulta que puede controlar la transformación del mundo en el que vive, y con eso del progreso de las mayorías y el bienestar común logra controlar y transformar también el mundo en el que viven otros.
La libertad entonces lo motiva a construir un rascacielos gigantesco en, no sé, Nueva York con las ganancias que dejan el petróleo, la importación/exportación de materiales de construcción, además de la distribución de armamento, drogas y demás cuestiones de asistencia social a lo largo y ancho de, no sé, ¿latinoamerica les gusta?
El individuo entonces se rodea de otros como él [nótese el postapartheid] para hacer más y más rascacielos e iimprimir más y más dinero.
La cosa es que de esos individuos hay muy poquitos. En México las proyecciones más atesoradas son alentadoras: se habla de cuarenta -quizá menos- individuos emprendedores de rascacielos. En la especulación bursátil se dice que están unos cuantos más de cien mil mientras que el resto de la gente se entretiene con la crisis alimentaria, la crisis sanitaria [la crisis de vivienda agregaría], además de la crisis económica/bursátil/bancaria, que dios bendito, nos llegó de afuera y no de adentro.
Me parece que sería demasiado sombrío el panorama si mencionara también la crisis educativa y la crisis de trabajo por las que camina el país, y ni se hable de la crisis del campo porque podríamos acoplarla a la crisis alimentaria, mencionada unas cuantas líneas arriba.
La crisis de seguridad se cuece aparte.
Y entre crisis y crisis ahora a los políticos se les ocurrió hacer una reforma política [me parece que hubo una que otra propuesta para hacerla también educativa, social, hacendaria, de trabajo y agárrate que hay te voy] para enderezar el rumbo del Arca-de-Noé-País.
Definitivamente ninguna reforma real vendrá desde el orden establecido. El orden establecido carga con la herencia familiar de no poderse cambiar a sí mismo, anulando los sueños de tanto ingranto que de joven pensó que la vaina se podía arreglar desde adentro.
Las almas respetuosas de las instituciones generalmente trabajan [o lo han hecho] en las instituciones mismas. Graciosa paradoja.
Así, los políticos son ahora los que dicen: “Háganse las Reformas” y las reformas no se hacen. Gracioso misterio.
La libertad entonces lo motiva a construir un rascacielos gigantesco en, no sé, Nueva York con las ganancias que dejan el petróleo, la importación/exportación de materiales de construcción, además de la distribución de armamento, drogas y demás cuestiones de asistencia social a lo largo y ancho de, no sé, ¿latinoamerica les gusta?
El individuo entonces se rodea de otros como él [nótese el postapartheid] para hacer más y más rascacielos e iimprimir más y más dinero.
La cosa es que de esos individuos hay muy poquitos. En México las proyecciones más atesoradas son alentadoras: se habla de cuarenta -quizá menos- individuos emprendedores de rascacielos. En la especulación bursátil se dice que están unos cuantos más de cien mil mientras que el resto de la gente se entretiene con la crisis alimentaria, la crisis sanitaria [la crisis de vivienda agregaría], además de la crisis económica/bursátil/bancaria, que dios bendito, nos llegó de afuera y no de adentro.
Me parece que sería demasiado sombrío el panorama si mencionara también la crisis educativa y la crisis de trabajo por las que camina el país, y ni se hable de la crisis del campo porque podríamos acoplarla a la crisis alimentaria, mencionada unas cuantas líneas arriba.
La crisis de seguridad se cuece aparte.
Y entre crisis y crisis ahora a los políticos se les ocurrió hacer una reforma política [me parece que hubo una que otra propuesta para hacerla también educativa, social, hacendaria, de trabajo y agárrate que hay te voy] para enderezar el rumbo del Arca-de-Noé-País.
Definitivamente ninguna reforma real vendrá desde el orden establecido. El orden establecido carga con la herencia familiar de no poderse cambiar a sí mismo, anulando los sueños de tanto ingranto que de joven pensó que la vaina se podía arreglar desde adentro.
Las almas respetuosas de las instituciones generalmente trabajan [o lo han hecho] en las instituciones mismas. Graciosa paradoja.
Así, los políticos son ahora los que dicen: “Háganse las Reformas” y las reformas no se hacen. Gracioso misterio.
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