Sobre Fidel todos escriben en la ocasión de su fallecimiento. También antes escribían de él, y profusamente. Unos con admiración; otros –los amanuenses de la doxa dominante–, con afán de denostación. Esas opiniones antagónicas acompañaron su carrera en vida. Y es previsible que perduren en su muerte. Pero Fidel, el compañero, nunca muere.
Fidel es uno de esos personajes históricos cuyo ejemplo e historia de vida resisten el discurrir del tiempo. Especialmente porque su trayectoria política encierra una universalidad a todas luces incómoda para el poder: a saber, eso que Enrique Dussel describe como la preeminencia del compromiso con los débiles. Ese precepto básico de la justicia es una propiedad de la figura de Fidel que los centros de autoridad querrán manchar o deshonrar. Porque allí radica la trascendencia política e histórica de Fidel: a saber, que enseñó a decenas de generaciones latinoamericanas que la política no es sólo la administración de los caprichos del dinero o el poder, sino que la política es también, y acaso más fielmente, la lucha por la justicia, y por consiguiente el compromiso con los más débiles.
Por eso en Cuba no prevalece el libre mercado, que es el ardid lingüístico e ideológico que esgrimen las clases dominantes para imponer un orden basado en monopolios tiránicos que acaparan a su antojo los bienes públicos, y que despojan a las personas de los derechos humanos o sociales o políticos o civiles o todos en conjunto, para reducirlos a criados del dinero o empleados o subempleados o desempleados.
Tal vez es un lugar común decirlo, pero no es menos importante recordarlo, que en Cuba toda la población tiene acceso a los satisfactores básicos, tales como la alimentación, la educación o la salud, que para el desastre social e infraestructural que dejaron los europeos en su criminal paso por estas geografías, es un triunfo civilizatorio francamente admirable. Y que, por cierto, ningún otro país latinoamericano puede presumir.
Otra conquista que ningún país de la región puede reclamar –y que en Cuba es una realidad inobjetable– es el tema del derecho a la vida y la seguridad. Para efectos de demostración, cabe recordar que en Argentina la dictadura militar dejó cerca de 30 mil desaparecidos, cifra que, por cierto, el gobierno en turno intenta maquillar o abreviar; en Colombia desaparecieron más de 60 mil personas en los últimos 45 años, y Estados Unidos insiste en calificar a ese país como “la democracia más añeja de América Latina”; en México, los reportes oficiales registran 29 mil desapariciones en los últimos años, si bien otros organismos no gubernamentales insisten que la cantidad real duplica esa cifra. Por lo menos en México, sólo seis sentencias federales han sido prescritas por la comisión de ese delito. Básicamente una barbarie de proporciones holocáusticas. En 2009, el embajador de Cuba ante la ONU, Abelardo Moreno, observó oportunamente: “Pese a todas las acciones contra Cuba, jamás en la Isla ha habido una desaparición forzada, una ejecución extrajudicial o un caso de tortura”. Pero curiosamente, y de acuerdo con las fútiles opiniones de la prensa, los dictadores o enemigos de la civilización residen en la isla caribeña.
En materia de política exterior, la trayectoria de Fidel no es menos meritoria. Fidel basó su política con otros pueblos en los principios de autodeterminación, solidaridad internacionalista y altruismo. Dispuso de brigadas de médicos cubanos para atender crisis humanitarias y desastres naturales en África y América Latina. También ofreció apoyo a Estados Unidos, en el marco de la tragedia del huracán Katrina. Pero Bush Jr. denegó el gesto de solidaridad. Fidel contribuyó a derrotar las fuerzas del régimen apartheid de Sudáfrica, y a consumar la liberación e independencia de Angola. Por añadidura, algunos proyectos e instituciones como la Escuela Latinoamericana de Medicina en La Habana, combinan esos preceptos de solidaridad e igualdad sin fines de utilidad que distinguen la política exterior de Fidel y de la Revolución. Esa escuela de medicina es considerada la más grande del mundo, con cerca de 20 mil estudiantes afiliados, procedentes de más de 100 países diferentes. Entre esos países está Estados Unidos, cuya mayoría de la población carece de recursos económicos para financiar estudios médicos que rondan los 140 mil dólares anuales (en escuela pública). En Cuba, esos aspirantes a doctores de origen estadunidense no pagan un sólo centavo por una educación de altísima categoría, y reciben gratuitamente alojamiento, alimentos y atención médica. La única condición que establece el programa es que esos estudiantes, después de que egresan, regresen a su ciudad natal y provean servicios de salud en centros públicos que atienden población de bajos recursos. ¿Y se supone que uno debe creer que en Cuba habitan los adversarios del progreso humano?
Los detractores de la Revolución a menudo concentran sus furibundas críticas en la figura de Fidel. Nunca señalan las conquistas de la Revolución, ni los contenidos profundos de las decisiones del liderazgo castrista. Pero Fidel y la Revolución resisten esas cavernarias opiniones. Por la fuerza de la razón.
Quiero agregar que esto no es una despedida por el fallecimiento de Fidel. Es un saludo a Fidel y su ejemplo y su ideario. Es momento de resignificar y reivindicar su lucha. Máxime ahora que el fantasma del fascismo recorre el mundo.
Por Fidel siento una profunda gratitud. De él aprendí el principio de la voluntad irreductible, la confianza en la posibilidad del cambio social profundo, y los argumentos e ideas más consistentes en favor de la unidad latinoamericana y en contra de las ambiciones imperiales.
No me despido. Saludo a Fidel, el compañero. Y en las fauces del fascismo reeditado, profiero con estruendo: ¡Viva Fidel!
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