Pudimos observar hace poco en esta ciudad, Xalapa, como la movilización espontánea de miles de estudiantes en contra del aumento a las tarifas del pasaje urbano logró que los transportistas regresaran las tarifas a su precio usual. Es cierto, hubo otros intereses de por medio, hay popularidades y elecciones a cuidar, pero eso no demerita que el accionar de los jóvenes estudiantes haya puesto un alto a las intenciones de los concesionarios.
Golpearon los camiones, rompieron los vidrios, secuestraron las unidades. Cierto, y sin hacer una apología de la violencia, dígame usted: ¿hubiesen sido escuchados de otro modo? Hemos visto plantones “pacíficos” en la plaza que duran por meses, sin que nadie haga caso y los problemas nunca se resuelven.
Así como la democracia ha llenado los bolsillos de no pocos escritores y pseudointelectuales, “lo de hoy” es el rollo de la participación política.
¡Dejemos de ser súbditos y seamos ciudadanos!, nos repiten por todos lados. Nos cuentan de las maravillas que la supuesta participación de los ciudadanos ha logrado en países como Inglaterra, Estados Unidos, España, etcétera.
Y se olvidan de que la realidad en México es completamente distinta. De que las condiciones de vida difícilmente permiten involucrarse activamente en el accionar político. Difícil pensar en participar cuando se trabajan más de diez horas al día con salarios que, en los países que se empeñan en comparar con el nuestro, serían de risa.
Por el lado electoral, se supone que ejercer nuestro derecho al voto sería el primer paso para ejercer nuestros derechos políticos como ciudadanos. Y oh sorpresa, sabemos perfectamente que votar en rojo, azul, amarillo o blanco da exactamente lo mismo, a menos que nos llegue un cheque de esos colores. Ignoro a ciencia cierta para quien trabaja la clase política, pero estoy completamente seguro que no es para nosotros.
Después nos dicen que no basta con votar, que hay que ir más allá. Difícil dar un segundo paso cuando nos tropezamos en el primero, pero bueno. Que la participación política no debe ser una cuestión de un día cada tres años, sino un asunto de importancia permanente dentro de nuestra cotidianeidad. Suena bien, si en efecto pudiésemos hacer valer nuestras opiniones en las decisiones que toman desde sus pedestales nuestras ilustres autoridades. Si ese fuera el caso, estoy seguro de que el Ejército estaría ya de vuelta en los cuarteles, Carstens en los Estados Unidos donde seguramente se siente más cómodo y estaríamos convocando a elecciones ante la revocación de mandato a Calderón.
Las buenas conciencias dirán en seguida que soy un mal ciudadano (o un buen súbdito), que por esta clase de argumentos México está como está, etc. Quizá sea cierto, pero de esta “democracia” no me interesa formar parte.
De que hay maneras de cambiar la realidad de nuestro país, seguro que las hay. Pero estoy seguro de que la tibia participación política que proponen los best-sellers de ciencia política no lleva a ningún lado más que a la frustración. Existen por otra parte los movimientos sociales que, en estos tiempos de crisis (en plural), se han hecho manifiestos no sólo en nuestro país, sino alrededor del mundo.
El problema es que el accionar de los mismos sale de lo que se conoce como “políticamente correcto”, y son enseguida acusados de transformar el orden social y la tranquilidad de nuestra patria. Y el simple ejemplo de estudiantes manifestándose (refiriéndonos tan solo a su forma de hacerse escuchar) con enojo ante una decisión arbitraria demuestra su efectividad.
No se trata de un llamado a la violencia o a la guerra (dejémosle eso a Obama mientras recibe el Nobel de la paz.). Se trata simplemente de señalar que las instituciones que tenemos, esas que algunos se empeñan en mandar al diablo y otros en deidificar, no sirven ya para canalizar ninguna de las problemáticas sociales que nuestro colorido país enfrenta, por lo que buscar nuevas formas de enfrentar las mismas es, por decir lo menos, una actividad interesante.
Golpearon los camiones, rompieron los vidrios, secuestraron las unidades. Cierto, y sin hacer una apología de la violencia, dígame usted: ¿hubiesen sido escuchados de otro modo? Hemos visto plantones “pacíficos” en la plaza que duran por meses, sin que nadie haga caso y los problemas nunca se resuelven.
Así como la democracia ha llenado los bolsillos de no pocos escritores y pseudointelectuales, “lo de hoy” es el rollo de la participación política.
¡Dejemos de ser súbditos y seamos ciudadanos!, nos repiten por todos lados. Nos cuentan de las maravillas que la supuesta participación de los ciudadanos ha logrado en países como Inglaterra, Estados Unidos, España, etcétera.
Y se olvidan de que la realidad en México es completamente distinta. De que las condiciones de vida difícilmente permiten involucrarse activamente en el accionar político. Difícil pensar en participar cuando se trabajan más de diez horas al día con salarios que, en los países que se empeñan en comparar con el nuestro, serían de risa.
Por el lado electoral, se supone que ejercer nuestro derecho al voto sería el primer paso para ejercer nuestros derechos políticos como ciudadanos. Y oh sorpresa, sabemos perfectamente que votar en rojo, azul, amarillo o blanco da exactamente lo mismo, a menos que nos llegue un cheque de esos colores. Ignoro a ciencia cierta para quien trabaja la clase política, pero estoy completamente seguro que no es para nosotros.
Después nos dicen que no basta con votar, que hay que ir más allá. Difícil dar un segundo paso cuando nos tropezamos en el primero, pero bueno. Que la participación política no debe ser una cuestión de un día cada tres años, sino un asunto de importancia permanente dentro de nuestra cotidianeidad. Suena bien, si en efecto pudiésemos hacer valer nuestras opiniones en las decisiones que toman desde sus pedestales nuestras ilustres autoridades. Si ese fuera el caso, estoy seguro de que el Ejército estaría ya de vuelta en los cuarteles, Carstens en los Estados Unidos donde seguramente se siente más cómodo y estaríamos convocando a elecciones ante la revocación de mandato a Calderón.
Las buenas conciencias dirán en seguida que soy un mal ciudadano (o un buen súbdito), que por esta clase de argumentos México está como está, etc. Quizá sea cierto, pero de esta “democracia” no me interesa formar parte.
De que hay maneras de cambiar la realidad de nuestro país, seguro que las hay. Pero estoy seguro de que la tibia participación política que proponen los best-sellers de ciencia política no lleva a ningún lado más que a la frustración. Existen por otra parte los movimientos sociales que, en estos tiempos de crisis (en plural), se han hecho manifiestos no sólo en nuestro país, sino alrededor del mundo.
El problema es que el accionar de los mismos sale de lo que se conoce como “políticamente correcto”, y son enseguida acusados de transformar el orden social y la tranquilidad de nuestra patria. Y el simple ejemplo de estudiantes manifestándose (refiriéndonos tan solo a su forma de hacerse escuchar) con enojo ante una decisión arbitraria demuestra su efectividad.
No se trata de un llamado a la violencia o a la guerra (dejémosle eso a Obama mientras recibe el Nobel de la paz.). Se trata simplemente de señalar que las instituciones que tenemos, esas que algunos se empeñan en mandar al diablo y otros en deidificar, no sirven ya para canalizar ninguna de las problemáticas sociales que nuestro colorido país enfrenta, por lo que buscar nuevas formas de enfrentar las mismas es, por decir lo menos, una actividad interesante.
1 comentario:
Bien dicho, hay que recuperar los espacios públicos para ejercer derechos. Y al que le resulte obsceno, pues que empiece por dejar de confundir la política con el servilismo, la chamba de bolear zapatos, cargar el maletín y un largo etcétera; pero sobre todo renunciar a criminalizar la protesta social, engordándole el caldo a los medios de desinformación y a la derecha.
Publicar un comentario