Aunque parecen temas totalmente diferentes, varias cuestiones en común tienen la guerra contra el narcotráfico y la penalización del aborto.
Han sido, sin lugar a dudas, los dos temas más discutidos en lo que va del sexenio de Felipillo, haciendo a un lado la famosa crisis en todas sus modalidades, H1N1 incluida.
Desde la despenalización del aborto por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal en abril del 2007, una oleada conservadora ha hecho lo contrario en 17 estados ya de nuestro país: los congresos locales han dejado bien claro que el aborto es un delito penal en el mismo número de estados.
Por otra parte, desde la invasión del ejército mexicano al estado de Michoacán (perdón, quise decir desde el inicio de la Operación Conjunta que nos salvaría de la delincuencia organizada), la violencia en nuestro país no ha hecho más que aumentar, tanto que la colombianización-pakistanización de nuestro otrora pacífico país es más que evidente.
Una primera coincidencia es que ambos asuntos han servido para regar no digamos ya ríos, sino mares completos de tinta en los medios de comunicación tradicionales. Tanto así que hasta parecen cortinas de humo, pero eso es material para otro artículo.
Ambos acontecimientos han resultado ser inmejorables temas de debate: todo mundo al día de hoy ha tomado una posición más o menos bien definida en ambas cuestiones, y defienden su punto de vista a capa y espada. Algunos partidos políticos defienden una postura, otros la contraria. Columnistas a favor y en contra en ambos temas han vertido sus apreciaciones en cada periódico. Las televisoras, por su parte, participan en el debate informando (¿desinformando?) a nosotros, pueblo, de los acontecimientos más recientes, y llevándolos después a sus finísimas, imparciales y exquisitas mesas de debate. (Un agradecimiento, por cierto, por pasarlas a altas horas de la noche en las que ahorrárnoslas es muy fácil).
Pero la similitud más importante es la triste manera en que los gobiernos abordan ambos problemas. No sólo el gobierno de México, sino en la mayor parte del mundo occidental moderno y civilizado (ja!).
Hay que tener bien presentes un par de cosas: en primer lugar ambos problemas son una realidad cotidiana. El narcotráfico existe y seguirá existiendo (las irrefutables leyes del mercado y la mano que nadie ve dictan que para toda demanda habrá una oferta).
Si la guerra contra el narco se ha convertido en un asunto de seguridad nacional es porque así lo quisieron nuestras más altas autoridades. Está comprobado que violencia solo genera más violencia: maten a un narco o métanlo a la cárcel y tendrán a 20 emprendedores peleando por su lugar.
El aborto, por su parte es una práctica establecida ya en nuestra sociedad. Penalizarlo no va a disminuir el número de abortos practicados clandestinamente, lo que nos lleva al segundo punto.
Tanto narcotráfico como el aborto son, por encima de todo, un problema de salud pública, que no van a ser resueltos ni a balazos ni con amenazas de cárcel.
Han sido, sin lugar a dudas, los dos temas más discutidos en lo que va del sexenio de Felipillo, haciendo a un lado la famosa crisis en todas sus modalidades, H1N1 incluida.
Desde la despenalización del aborto por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal en abril del 2007, una oleada conservadora ha hecho lo contrario en 17 estados ya de nuestro país: los congresos locales han dejado bien claro que el aborto es un delito penal en el mismo número de estados.
Por otra parte, desde la invasión del ejército mexicano al estado de Michoacán (perdón, quise decir desde el inicio de la Operación Conjunta que nos salvaría de la delincuencia organizada), la violencia en nuestro país no ha hecho más que aumentar, tanto que la colombianización-pakistanización de nuestro otrora pacífico país es más que evidente.
Una primera coincidencia es que ambos asuntos han servido para regar no digamos ya ríos, sino mares completos de tinta en los medios de comunicación tradicionales. Tanto así que hasta parecen cortinas de humo, pero eso es material para otro artículo.
Ambos acontecimientos han resultado ser inmejorables temas de debate: todo mundo al día de hoy ha tomado una posición más o menos bien definida en ambas cuestiones, y defienden su punto de vista a capa y espada. Algunos partidos políticos defienden una postura, otros la contraria. Columnistas a favor y en contra en ambos temas han vertido sus apreciaciones en cada periódico. Las televisoras, por su parte, participan en el debate informando (¿desinformando?) a nosotros, pueblo, de los acontecimientos más recientes, y llevándolos después a sus finísimas, imparciales y exquisitas mesas de debate. (Un agradecimiento, por cierto, por pasarlas a altas horas de la noche en las que ahorrárnoslas es muy fácil).
Pero la similitud más importante es la triste manera en que los gobiernos abordan ambos problemas. No sólo el gobierno de México, sino en la mayor parte del mundo occidental moderno y civilizado (ja!).
Hay que tener bien presentes un par de cosas: en primer lugar ambos problemas son una realidad cotidiana. El narcotráfico existe y seguirá existiendo (las irrefutables leyes del mercado y la mano que nadie ve dictan que para toda demanda habrá una oferta).
Si la guerra contra el narco se ha convertido en un asunto de seguridad nacional es porque así lo quisieron nuestras más altas autoridades. Está comprobado que violencia solo genera más violencia: maten a un narco o métanlo a la cárcel y tendrán a 20 emprendedores peleando por su lugar.
El aborto, por su parte es una práctica establecida ya en nuestra sociedad. Penalizarlo no va a disminuir el número de abortos practicados clandestinamente, lo que nos lleva al segundo punto.
Tanto narcotráfico como el aborto son, por encima de todo, un problema de salud pública, que no van a ser resueltos ni a balazos ni con amenazas de cárcel.
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