En la cuadragésimo-primera feria del libro de la ciudad de Aguascalientes, que tuvo lugar durante los pasados meses de septiembre y octubre, se presentó el primer libro del escritor Francisco Martínez Farfán: La memoria verdadera, editado por el Instituto Cultural de Aguascalientes a través del Fondo de Cultura Económica.
Este poeta, oriundo de San Luis Potosí, ha caminado más de cinco décadas por la vida (cuerda floja para algunos como él), y publicado esporádicamente en distintas revistas y suplementos. Independientemente de su carácter algo esquivo, enigmático en ocasiones, atento y conversador en otras, su pluma vive entre la página como el olor de un gran lagarto que se arrastra por la brea.
En La memoria verdadera, la voz del poeta, fuera de buscar la universalidad del recuerdo en la palabra o en algún otro asidero personal, como se podría suponer por el título tan imponente como la sola palabra “verdadera”, nos habla, como proponía el poeta Manuel Altolaguirre, de lo que hemos olvidado, del silencio, de nuestros límites como seres humanos entre seres humanos.
La memoria verdadera es el silencio que nos habita, un montón de espacios vacíos que nos define, y del cual tratamos de escapar constantemente:
Memoria no es caudal sólo un rasgo
luz que decrece.
Duele no saber que fuimos-perfil de sombra-
duele dar por perdido
el silencio oquo que somos,
percibir por ocultamiento
La poesía de Farfán sostiene una voz que se expande para conocer los límites del yo poético, explora los bordes del deseo y la consciencia que aprisionan al ser humano con barrotes de memoria y olvido; los límites de su propio cuerpo, de su propia mente y de la convivencia con el otro:
Herida de tiempo abierto
Te busco contra límites dudosos
Detrás de palabras repetidas
Que demandan en tu mejor ausencia
Ese lugar inagotable donde pueda buscarte
Sin rastro ni certeza
Ni salida.
Es importante recalcar su constante y recalcitrante, pero acertada percepción del otro como un intruso, una forja más de la mentira que prevalece como convención social, un instrumento más para el fraude, para la lucha de conciencias que está allí “para nada, para cargar con el solo, el ciego y el incrédulo, también el extraviado, repartir el engaño entre todos”.
Otro ápice en La memoria verdadera, es la reflexión sobre la escritua misma. La palabra para Farfán, es bella, terriblemente bella e insuficiente, cruel para quien la busca, pues encarna su secreto en el silencio; no intenta tocar nuevamente las cosas con el poder de la palabra, busca acercarse al silencio, al olvido primero, vencer la “ceguera occipital” de los recuerdos, su punto ciego. El yo poético se busca a si mismo, escribe la vida hacia adentro, pero su búsqueda siempre es fallida, y su error, se debe justamente a la naturaleza de la palabra: “El escriba de mí se me escabulle:bulle en su centro con palabras, que pierden su silencio”.
En otras ocasiones, La memoria verdadera nos muestra la pasividad del recuerdo, la inminente presencia del presente, del silencio que nos habita y nos deja allí, con nuestro cuerpo como un rayón cualquiera, indiferentes al pasado y al futuro, a la felicidad, la tristeza, al paso del tiempo:
A veces es difícil vivir tan fácil
Sin usura y semblante
Sin promesas
Mirando una primera vez
Con la sana ignorancia de la felicidad
Mientras afuera
Contra la hierba cortada y joven
Sopla el viento meridiano de la obstinación
El viento del sur sobre la ropa puesta a secar
Hondeando como los harapos de un viaje.
Después de leer el libro, uno se queda con una sensación de desconfianza hacia la palabra, hacia la presencia del otro, con una increíble sensación de soledad que pugna por acabarse en la palabra, pugna que por supuesto, estamos condenados a perder.
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