La fiesta grande de la pantomima democrática promete ser igual o más obscena que las ediciones anteriores.
La guerra es una de las variables inéditas en la contienda electoral venidera. La presencia de mujeres, a modo de caballo de Troya, es otra de las novedades para la celebración de los comicios. En el caso de los votantes, acaso lo único nuevo es la participación de familias mutiladas. En las próximas elecciones, la asistencia a las urnas en familia prescindirá del tono festivo-cívico que teñía las jornadas electorales en el pasado. Otra variante relativamente nueva, al menos en cuestión de incidencia, es la importancia que han cobrado las casas encuestadoras, especialmente para la manipulación de la percepción pública. En el papel, su función es medir la intención de voto. En la práctica, su misión es controlar la intención de voto en provecho de uno u otro candidato. Para ser francos, las encuestas constituyen más bien un contrapeso frente al factor acaso más incomodo para la troika partidaria: las redes sociales en internet. Si la comunicación ciudadana vía internet puede, eventualmente, cambiar la intención de voto, las encuestas, en cambio, con el soporte de los aparatos propagandísticos, pueden manipular a gran escala las preferencias de un electorado de por sí adiestrado.
Por añadidura, para las próximas elecciones los partidos tendrán más presupuesto disponible que nunca. La última reforma electoral sólo sirvió para centralizar más los recursos entre los partidos políticos, al captar los recursos que otrora se destinaban a la radio y la televisión por concepto de promocionales. Si bien esta reforma limitó, sólo relativamente, el poder de los consorcios mediáticos nacionales, cabe advertir que el propósito real, aunque oculto, era canalizar más recursos financieros hacia los partidos (un incremento aproximado del 60%). En suma, para 2012 se calcula un presupuesto de 3 mil 370 millones de pesos a repartir proporcionalmente (de acuerdo a la votación de la última elección federal) entre los distintos competidores (MILENIO, 08-22-2011). Un monto que resulta insultante si se piensa que, cualquiera que sea el resultado final, los únicos vencedores serán los patrocinadores no-oficiales del candidato electo, a saber: Halliburton, Cargill, Exxon Mobil, Monsanto, Central Intelligence Agency (CIA) –boyante empresa de narcomenudeo–, Siemens AG, New Holland, Citibank, Grupo BBVA, Grupo Financiero Santander, Walmart, Nestle, Goldcorp Inc., CEMEX, Grupo Carso, Coca-Cola FEMSA, y un largo etc. En otras palabras, la familia mexicana, de por sí crecientemente pauperizada, financia con sus aportaciones la carrera al poder de las corporaciones, cuyo rostro visible son los aspirantes a la presidencia.
Estado, mercado transnacional y partidos políticos se articulan en torno a una misma causa: la conservación del poder, con fraude o sin fraude, “haiga sido como haiga sido”. Con un Estado de intimidación y terror a cuestas, la gente no piensa ni actúa disruptivamente. Al contrario, se hace más conservadora, se aísla, se ajusta a las circunstancias sin importar cuán tempestuosas sean. Las elecciones sólo sirven para brindar la sensación de cambio. Es una bocanada de oxígeno, especialmente para el poder, en una coyuntura social asfixiante. Y un alivio de conciencia para los estratos acomodaticios-aspiracionales.
Hemos pasado de un “ogro filantrópico”, como bautizó Octavio Paz al Estado mexicano, a un “ogro” a secas. O lo que es lo mismo, se transitó de una autoridad asistencial a una no-autoridad, esto es, a un cuerpo político amorfo cuya única función es coartar la integridad política de un pueblo en provecho de un poder no pocas veces anónimo e imperceptible, pero invariablemente anti-social.
Y nótese que este tránsito es una cortesía de la democracia y los procesos electorales.
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