Una de las tendencias típicas de un régimen político agotado es el debilitamiento de la renovación de las élites. El promedio de edad de los integrantes del último gabinete de Porfirio Díaz, el de 1910, era de casi ochenta años. El porfiriato se mostraba así como un régimen caduco, imposibilitado por su debilidad interna a renovar a sus integrantes. De hecho, la principal bandera del maderismo (hoy recubierta de afanes democráticos) era precisamente la renovación de la élite política y no la posibilidad de que las mayorías participaran en la política, como hoy nos quieren hacer creer sus apologistas encabezados por Krauze y compañía.
La lista de los futuros candidatos de ‘unidad’ a las diputaciones federales del PRI recuerda precisamente ésa tendencia. El ‘partidazo’ no logra establecer un mecanismo que le permita renovar sus cuadros dirigentes con regularidad y más bien parece que se resigna a ser una organización cada vez más cerrada, aislada de la realidad nacional. Y con renovación no me refiero a una cuestión meramente generacional sino a la posibilidad de la aparición nuevas fracciones políticas que disminuyan el poder de las camarillas.
Y es que la diferencia, en términos formales entre una fracción y una camarilla es muy sencilla: la fracción está guiada por un proyecto político; la camarilla descansa en la lealtad a una figura política, en sus objetivos personales que están siempre definidos por la permanencia en el poder. Lo que se deja ver del reciente proceso de selección de candidatos confirma que la idea no es definir proyectos sino confirmar lealtades, cueste lo que cueste.
No es casual, en este sentido, que un dirigente partidista estatal declare cosas como “Es tal el destello de Enrique Peña Nieto, de la nueva fuerza del PRI, que hay varios distritos donde hay más de uno que aspira; posiblemente en el transcurso del día se pongan de acuerdo y si no, bueno la propia Comisión Nacional de Procesos Internos va a dictaminar”
¿A qué destello se refiere? ¿Al del gel que usa para peinarse el copete? Porque dada la pobreza intelectual de Peña resulta imposible pensar que Erick Lagos se refiera al de su inteligencia. Ahora resulta que el candidato iletrado, que fue impuesto con la clásica cargada no exenta de conflictos, inspira a militantes a competir entre sí para lograr una candidatura. Para rematar, el señor Lagos se sigue enredando cuando dice que en el remoto caso de que existan varios aspirantes, pues que se arreglen en lo oscurito. Ahora que si no se pueden arreglar pues que se plieguen a la decisión de la citada Comisión. Antier los que intentaron registrar su precandidatura sin contar con la bendición de las camarillas del partido fueron literalmente jaloneados para que no llegaran a la mesa de registro, según la nota publicada por alcalorpolítico.com el día 7 de febrero.
Seguramente en el resto del país este tipo de escenas se repitieron una y otra vez, demostrando que no nada más en Veracruz se cuecen habas. Las tendencias no están sujetas al capricho o a la voluntad de los actores políticos sino que responden a procesos históricos, a hechos sociales que no dependen de la interpretación sino de la simple observación. Las candidaturas de unidad son una clara muestra del inmovilismo político, de la falta de imaginación, de la ausencia de proeyctos. Demuestran sin ambages el agotamiento, la decrepitud no de un partido sino de un régimen político. Ni las matracas, ni los acarreos ni las declaraciones histéricas pueden cambiar la realidad; sólo ocultan un poco el tremor del hundimiento de la nave.
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