El cine y la literatura están colmados de ejemplos que nos remiten al funcionamiento de las modernas sociedades cimentadas en el hipercontrol mental de las personas (1984 –George Orwell, Fahrenheit 451 –Ray Bradbury, La naranja mecánica –Anthony Burgess). El objeto de estas obras es subrayar, quizá a modo de advertencia apocalíptica, el férreo control que se ejerce sobre la conciencia de los individuos. Cabe destacar el papel decisivo de la televisión en el despliegue de este “gobierno anónimo”, cuyo síntoma más palpable es la uniformidad de la opinión pública: todo cuanto se discute en la televisión goza de una suerte de inmunidad frente a perspectivas divergentes. Según palabras de Giovanni Sartori (politólogo italiano), se ha configurado, con el soporte de la tecnología, una opinión teledirigida.
Nos hemos referido a médiums y efectos. Cabe entonces preguntarse cuál es el fin de estos dispositivos de control. La respuesta es obligada: disciplinar a la sociedad.
Quizá para muchos haya pasado inadvertido el caso de los jugadores suspendidos del combinado nacional que participará –que no competir–en el torneo continental, Copa América, con sede en Argentina, a partir de la semana entrante. Permítaseme hacer la siguiente observación: es un caso ejemplar que nos remite al movimiento de los mecanismos antes referidos.
Ocho jugadores fueron separados del plantel que disputará el certamen en puerta. Las razones: haber violado el reglamento interno. ¿Cuál fue el acto que violó tal reglamento? Introducir mujeres al hotel de concentración. Una práctica que, por cierto, goza de amplia adhesión en el gremio futbolístico.
Al principio los hechos fueron ignorados por cuerpo técnico y directivos. Fue el robo de algunas pertenencias lo que desencadenó el escándalo. Como se filtró a los medios de comunicación no hubo más remedio que proceder con la aplicación de una sanción ejemplar: el técnico resolvió expulsar a los jugadores que confesaron haber participado en el incidente.
Al día siguiente todos los medios de comunicación se alinearon bajo una bandera ultramoralista para linchar públicamente a los jóvenes implicados. No hubo una sola voz divergente. Líderes de opinión (un concepto a mi juicio risible) descargaron su arsenal moralino sobre los jugadores. Los principales diarios deportivos censuraron con lujo de ingenio moralizante a los “verdugos de la ética nacional”. Para colmo, el asunto contó con una cobertura amplísima. Como era de esperarse (confirmación inexpugnable del principio de la “opinión teledirigida”) la afición que participa en los foros de discusión hizo lo propio, lanzando toda clase de vituperios al “G-8” (grupo de ocho jugadores impúdicos), repitiendo al unísono los argumentos mojigatos esgrimidos por la prensa nacional.
Se trata de jóvenes de 22 años, que si bien incumplieron un reglamento, bajo ninguna circunstancia merecen el trato histérico que han recibido. Como si la cúpula de la federación mexicana no cometiera tropelías aún más nocivas para la salud deportiva. Como si el manojo de mafiosos que controlan el organismo pudieran presumir de una moral intachable. (No se olvide que el recién ascendido equipo de Tijuana tiene como propietario a uno de los hombres más impresentables de la política nacional).
Este asunto nunca debió rebasar el vestidor del equipo. Ahora hay quienes incluso exigen que se penalice indefinidamente al G-8. En una palabra, disciplina a viva fuerza para los peones del show, y un público teledirigido que ovaciona el fallo.
Un servidor, por su parte, se une a los más desprotegidos, los jugadores. Censurable es la postura de la afición; inaceptable es la conducta de los medios; abusiva es la decisión de cuerpo técnico y federativos; asfixiante es la sociedad teledirigida que hemos parido y configurado.
Nos hemos referido a médiums y efectos. Cabe entonces preguntarse cuál es el fin de estos dispositivos de control. La respuesta es obligada: disciplinar a la sociedad.
Quizá para muchos haya pasado inadvertido el caso de los jugadores suspendidos del combinado nacional que participará –que no competir–en el torneo continental, Copa América, con sede en Argentina, a partir de la semana entrante. Permítaseme hacer la siguiente observación: es un caso ejemplar que nos remite al movimiento de los mecanismos antes referidos.
Ocho jugadores fueron separados del plantel que disputará el certamen en puerta. Las razones: haber violado el reglamento interno. ¿Cuál fue el acto que violó tal reglamento? Introducir mujeres al hotel de concentración. Una práctica que, por cierto, goza de amplia adhesión en el gremio futbolístico.
Al principio los hechos fueron ignorados por cuerpo técnico y directivos. Fue el robo de algunas pertenencias lo que desencadenó el escándalo. Como se filtró a los medios de comunicación no hubo más remedio que proceder con la aplicación de una sanción ejemplar: el técnico resolvió expulsar a los jugadores que confesaron haber participado en el incidente.
Al día siguiente todos los medios de comunicación se alinearon bajo una bandera ultramoralista para linchar públicamente a los jóvenes implicados. No hubo una sola voz divergente. Líderes de opinión (un concepto a mi juicio risible) descargaron su arsenal moralino sobre los jugadores. Los principales diarios deportivos censuraron con lujo de ingenio moralizante a los “verdugos de la ética nacional”. Para colmo, el asunto contó con una cobertura amplísima. Como era de esperarse (confirmación inexpugnable del principio de la “opinión teledirigida”) la afición que participa en los foros de discusión hizo lo propio, lanzando toda clase de vituperios al “G-8” (grupo de ocho jugadores impúdicos), repitiendo al unísono los argumentos mojigatos esgrimidos por la prensa nacional.
Se trata de jóvenes de 22 años, que si bien incumplieron un reglamento, bajo ninguna circunstancia merecen el trato histérico que han recibido. Como si la cúpula de la federación mexicana no cometiera tropelías aún más nocivas para la salud deportiva. Como si el manojo de mafiosos que controlan el organismo pudieran presumir de una moral intachable. (No se olvide que el recién ascendido equipo de Tijuana tiene como propietario a uno de los hombres más impresentables de la política nacional).
Este asunto nunca debió rebasar el vestidor del equipo. Ahora hay quienes incluso exigen que se penalice indefinidamente al G-8. En una palabra, disciplina a viva fuerza para los peones del show, y un público teledirigido que ovaciona el fallo.
Un servidor, por su parte, se une a los más desprotegidos, los jugadores. Censurable es la postura de la afición; inaceptable es la conducta de los medios; abusiva es la decisión de cuerpo técnico y federativos; asfixiante es la sociedad teledirigida que hemos parido y configurado.
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