Como era de esperarse, el encuentro que tuvo lugar el jueves pasado entre Calderón y miembros de su gabinete con Javier Sicilia e integrantes del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, terminó siendo lo que muchos temíamos: un diálogo de sordos en el que la administración calderonista buscó, con éxito, monopolizar el discurso y a través del mismo presentar las justificaciones necesarias para continuar con una guerra que tiene sumido al país en la más profunda violencia vivida en décadas.
Sicilia le entregó en bandeja de plata a Calderón la oportunidad de presentarse también como una víctima, obligado por las circunstancias a encabezar una guerra a la que nadie más estaba dispuesto a hacer frente, y de salir de Chapultepec fortalecido tras dar la impresión de estar dispuesto a mantener un diálogo abierto con la sociedad.
Quienes acudían al encuentro con la esperanza de encontrar un gobierno dispuesto a escuchar razones y a replantear una estrategia a todas luces fallida, se encontraron ante una insultante apología de los crímenes cometidos en contra de la sociedad mexicana en los últimos años, crímenes de los que el gobierno federal tiene un altísimo grado de responsabilidad.
Calderón y su gabinete se dedicaron, como si de informe de gobierno se tratase, a enumerar las cifras y supuestos logros conseguidos en la lucha contra el crimen organizado; en pocas palabras, a repetir una y otra vez que la guerra se está ganando. En el mejor de los casos, la afirmación demuestra una retorcida percepción de la realidad; en el peor, un grado de cinismo tal que no permite vislumbrar la salida ante la situación que vivimos actualmente. No, al menos, por parte de la presente administración.
Es de esto de lo que Sicilia y quienes lideran el movimiento deben darse cuenta: hablar con el gobierno federal en estas instancias es hablar con sordos. Calderón aprovechó el circo montado el jueves pasado en Chapultepec para dejar bien en claro que no tiene problema alguno en cargar con el costo moral que las decenas de miles de muertes representan y que, desde su punto de vista (bastante cercano al suelo), la responsabilidad recae exclusivamente en la delincuencia organizada, misma que él y sólo él tiene el valor de enfrentar. La propia elección de la sede del encuentro, cambiado de último minuto, dice mucho: desde un lugar reconocido históricamente como un sitio de defensa nacional, Calderón defendió su absurda guerra. La sola presencia de García Luna, cuya renuncia había sido exigida en algún momento del movimiento, mandaba un mensaje bien claro: nada va a cambiar.
Sin decirlo explícitamente, Calderón prometió lo mismo que viene prometiendo desde hace meses: que la guerra va a continuar. Los asesinatos, las desapariciones, los daños colaterales, todas las formas de violencia a las que cada vez hacemos frente de manera más cotidiana, van a continuar.
Mediante un ejercicio de apariencia democrática, el gobierno de Calderón muestra su faceta más autoritaria: aquella en la que hace oídos sordos a las demandas de la sociedad, aquella faceta para la cual las víctimas de la guerra son sólo un número, y que anuncia continuará con su política de guerra sin mirar atrás y darse cuenta de los errores cometidos.
Lejos quedó el Sicilia que ponía letra a su dolor y reclamaba la renuncia de Calderón. Del “estamos hasta la madre” pasó a un discurso conciliador, que ya no exige sino que pide por favor, si no es mucha molestia. De nada sirve este diálogo cuando no hay un interlocutor real.
Por el contrario, Calderón aprovechó para fortalecer su discurso, al pretender compartir el sufrimiento de quienes han perdido a alguien cercano y al mismo tiempo, presentar su guerra como la única alternativa posible, justa y necesaria.
Plumas reconocidas, en este medio y otros, se dedicaron a elogiar las actitudes tanto de Sicilia como de Calderón: que se abre una nueva etapa de diálogo, que se trató de un verdadero debate en el mejor ánimo de reconstruir un país devastado por la violencia, etcétera. La realidad es bastante diferente: se trató de la afirmación autoritaria de un presidente dispuesto a llevar una guerra, dictada por intereses ajenos, a sus últimas consecuencias, así los muertos se cuenten por decenas de miles.
Se trató de poner bien en claro que, en lo que a Calderón y su gobierno concierne, el país seguirá por el mismo rumbo.
Sicilia le entregó en bandeja de plata a Calderón la oportunidad de presentarse también como una víctima, obligado por las circunstancias a encabezar una guerra a la que nadie más estaba dispuesto a hacer frente, y de salir de Chapultepec fortalecido tras dar la impresión de estar dispuesto a mantener un diálogo abierto con la sociedad.
Quienes acudían al encuentro con la esperanza de encontrar un gobierno dispuesto a escuchar razones y a replantear una estrategia a todas luces fallida, se encontraron ante una insultante apología de los crímenes cometidos en contra de la sociedad mexicana en los últimos años, crímenes de los que el gobierno federal tiene un altísimo grado de responsabilidad.
Calderón y su gabinete se dedicaron, como si de informe de gobierno se tratase, a enumerar las cifras y supuestos logros conseguidos en la lucha contra el crimen organizado; en pocas palabras, a repetir una y otra vez que la guerra se está ganando. En el mejor de los casos, la afirmación demuestra una retorcida percepción de la realidad; en el peor, un grado de cinismo tal que no permite vislumbrar la salida ante la situación que vivimos actualmente. No, al menos, por parte de la presente administración.
Es de esto de lo que Sicilia y quienes lideran el movimiento deben darse cuenta: hablar con el gobierno federal en estas instancias es hablar con sordos. Calderón aprovechó el circo montado el jueves pasado en Chapultepec para dejar bien en claro que no tiene problema alguno en cargar con el costo moral que las decenas de miles de muertes representan y que, desde su punto de vista (bastante cercano al suelo), la responsabilidad recae exclusivamente en la delincuencia organizada, misma que él y sólo él tiene el valor de enfrentar. La propia elección de la sede del encuentro, cambiado de último minuto, dice mucho: desde un lugar reconocido históricamente como un sitio de defensa nacional, Calderón defendió su absurda guerra. La sola presencia de García Luna, cuya renuncia había sido exigida en algún momento del movimiento, mandaba un mensaje bien claro: nada va a cambiar.
Sin decirlo explícitamente, Calderón prometió lo mismo que viene prometiendo desde hace meses: que la guerra va a continuar. Los asesinatos, las desapariciones, los daños colaterales, todas las formas de violencia a las que cada vez hacemos frente de manera más cotidiana, van a continuar.
Mediante un ejercicio de apariencia democrática, el gobierno de Calderón muestra su faceta más autoritaria: aquella en la que hace oídos sordos a las demandas de la sociedad, aquella faceta para la cual las víctimas de la guerra son sólo un número, y que anuncia continuará con su política de guerra sin mirar atrás y darse cuenta de los errores cometidos.
Lejos quedó el Sicilia que ponía letra a su dolor y reclamaba la renuncia de Calderón. Del “estamos hasta la madre” pasó a un discurso conciliador, que ya no exige sino que pide por favor, si no es mucha molestia. De nada sirve este diálogo cuando no hay un interlocutor real.
Por el contrario, Calderón aprovechó para fortalecer su discurso, al pretender compartir el sufrimiento de quienes han perdido a alguien cercano y al mismo tiempo, presentar su guerra como la única alternativa posible, justa y necesaria.
Plumas reconocidas, en este medio y otros, se dedicaron a elogiar las actitudes tanto de Sicilia como de Calderón: que se abre una nueva etapa de diálogo, que se trató de un verdadero debate en el mejor ánimo de reconstruir un país devastado por la violencia, etcétera. La realidad es bastante diferente: se trató de la afirmación autoritaria de un presidente dispuesto a llevar una guerra, dictada por intereses ajenos, a sus últimas consecuencias, así los muertos se cuenten por decenas de miles.
Se trató de poner bien en claro que, en lo que a Calderón y su gobierno concierne, el país seguirá por el mismo rumbo.
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