La idea de que la política se mueve entre la necesidad de que el gobernante sea un sabio que practica la virtud y, por el otro lado, la inevitable degradación humana que acarrea el detentar el poder, fue superada por Maquiavelo cuando definió a la política como el mantenimiento del poder, cueste lo que cueste. La misión de la política es conservar y acrecentar el poder, dejando de lado la necesidad de practicar una vida virtuosa o de las consecuencias morales de su práctica. El medio se convierte simplemente en el fin: la política sirve para que el poder se concentre, sea eficaz.
Sobra decir que la definición de la política de Maquiavelo es la dominante hasta la fecha. A los políticos de hoy se les alaba sobre todo por su capacidad para utilizar el poder en su provecho, para usufructuar la representación en beneficio de su carrera política. Nunca está demás agregar que al mismo tiempo puede lograr algunos beneficios para el interés privado de otros pero nada más. Este hecho se expresa claramente en la frase: roba pero salpica. O sea, hay gobernantes de dos tipos: los que usan el poder para promover exclusivamente sus intereses y los que lo hacen pero de vez en cuanto promueven los de otros, aunque éstos últimos no sean precisamente a los que dirige sus discursos y corteja con frases y gestos.
A final de cuentas, toda la teoría política gira alrededor del poder, de cómo lograrlo, de cómo usarlos, de sus fines, de los medios, pero al final siempre es el poder como fin y nunca como un medio. En nuestros días, la degradación de la política y sus actores privilegiados, los políticos, es cada vez más evidente y no parece haber solución al problema. Algunos se desgañitan diciendo que la política se ha pervertido, que la política debe ser purificada; otros que creen que el problema radica en cuestiones de transparencia, de mejores leyes, de educación y un largo etcétera. Sin embargo pocos plantean la idea de que la política no está en la práctica de las instituciones republicanas y democráticas; mas aún, que es la propia democracia la que legitima las prácticas corruptas y autoritarias de los gobernantes.
En este sentido no hay más remedio que aceptar que la política como concepto debe pensarse fuera del orden republicano liberal, que la redefinición de la política debe partir precisamente de trasladar su ejercicio fuera del estado y los gobiernos. Y es entonces cuando podemos empezar a darle un nuevo sentido al concepto, afirmando que la política no es el ejercicio del poder.
Esta definición parcial nos libera de relacionar a la política con los que detentan el poder, con su práctica en los gobiernos, en los partidos políticos, en los poderes del estado. Nos obliga a trasladar la política a la práctica cotidiana de los individuos, que por ese sólo hecho se convierten en sujetos políticos, en lugar de considerar sólo a los que detenta el poder como los políticos y a sus gobernados como simples objetos. Por más que nos digan que los gobernantes están para obedecer a los gobernados los hechos nos dicen lo contrario.
Sobra decir que la definición de la política de Maquiavelo es la dominante hasta la fecha. A los políticos de hoy se les alaba sobre todo por su capacidad para utilizar el poder en su provecho, para usufructuar la representación en beneficio de su carrera política. Nunca está demás agregar que al mismo tiempo puede lograr algunos beneficios para el interés privado de otros pero nada más. Este hecho se expresa claramente en la frase: roba pero salpica. O sea, hay gobernantes de dos tipos: los que usan el poder para promover exclusivamente sus intereses y los que lo hacen pero de vez en cuanto promueven los de otros, aunque éstos últimos no sean precisamente a los que dirige sus discursos y corteja con frases y gestos.
A final de cuentas, toda la teoría política gira alrededor del poder, de cómo lograrlo, de cómo usarlos, de sus fines, de los medios, pero al final siempre es el poder como fin y nunca como un medio. En nuestros días, la degradación de la política y sus actores privilegiados, los políticos, es cada vez más evidente y no parece haber solución al problema. Algunos se desgañitan diciendo que la política se ha pervertido, que la política debe ser purificada; otros que creen que el problema radica en cuestiones de transparencia, de mejores leyes, de educación y un largo etcétera. Sin embargo pocos plantean la idea de que la política no está en la práctica de las instituciones republicanas y democráticas; mas aún, que es la propia democracia la que legitima las prácticas corruptas y autoritarias de los gobernantes.
En este sentido no hay más remedio que aceptar que la política como concepto debe pensarse fuera del orden republicano liberal, que la redefinición de la política debe partir precisamente de trasladar su ejercicio fuera del estado y los gobiernos. Y es entonces cuando podemos empezar a darle un nuevo sentido al concepto, afirmando que la política no es el ejercicio del poder.
Esta definición parcial nos libera de relacionar a la política con los que detentan el poder, con su práctica en los gobiernos, en los partidos políticos, en los poderes del estado. Nos obliga a trasladar la política a la práctica cotidiana de los individuos, que por ese sólo hecho se convierten en sujetos políticos, en lugar de considerar sólo a los que detenta el poder como los políticos y a sus gobernados como simples objetos. Por más que nos digan que los gobernantes están para obedecer a los gobernados los hechos nos dicen lo contrario.
¿Cuáles serían las consecuencias prácticas en nuestras vidas como individuos de separar al poder de la política?
No hay comentarios:
Publicar un comentario