En la era del fascismo alemán, Karl Kraus (austriaco), explicó: “Es en sus palabras y no en sus actos donde yo he descubierto el espectro de la época”. Reconociendo la legitimidad y alcance de esta premisa, aboquémonos a la excitante tarea de examinar la prosa oficial (entiéndase, la gran frase hueca) y descubrir los cimientos del actual oscurantismo mexicano.
En menos de una semana, el mandatario mexicano, Felipe Calderón, ofreció dos sendos discursos. Véase el siguiente fragmento del primer acto oficial referido, y póngase especial atención en la constitución sintáctica del mismo:
"México sigue avanzando” y aunque “aún no estamos donde queremos, aunque hemos avanzado sustancialmente, pero vamos con paso firme y decidido a donde México debe estar”.
Es indudable que el patrimonio lingüístico que nos legó Cantinflas constituye un orgullo nacional. Sin embargo, en lo concerniente a los asuntos propiamente públicos de una nación, parece preciso la necesidad de ser precisos. Pues a decir verdad, no sabemos con exactitud a qué se habrá referido el Licenciado Hinojosa cuando afirmó que “México sigue avanzando”, ni cuando agregó que “aún no estamos donde queremos estar”. ¿Dónde se supone que queremos estar? Personalmente, detestaría estar donde él esté. ¿Avanzar sustancialmente? Sr. Presidente, aquel mito del avance ya quedó en la prehistoria. Un país se transforma, evoluciona; los cánones y valores de una sociedad se transfiguran, se desvanecen en provecho de otros. Pero si hablamos de avanzar, esto es, en un sentido figurado, “progresar en la acción, condición o estado”, lo único que avanza en este país es el asesinato organizado a gran escala.
Ahora veamos la frase destacada del segundo acto público del infinitamente pequeño jerarca:
“Compartimos con el gobernador (Juan Sabines de Chiapas) una preocupación fundamental: que es combatir la pobreza… con hechos y no con palabras; otros tienen simplemente palabras.”
Joseph Goebbels, ministro de Adolf Hitler, alguna vez apuntó: “Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. Y tanto se ha repetido la expresión “combate a la pobreza”, que ahora no pocos ingenuos imaginan que los gobiernos efectivamente persiguen el objetivo de paliar la miseria a escala regional y planetaria. ¿Acaso nadie advierte la falsa sintaxis, la argucia retórica, el indefectible aroma a sofisma? Insisto: a la pobreza no hay nada que combatirle, lo que es preciso combatir es el dispositivo institucional que consiente la acaparación de la riqueza. Además, ¿a qué clase de hechos alude el Ejecutivo Federal en su discurso? En el transcurso de su administración hemos sido testigos tan solo de los siguientes ‘hechos’: alza ininterrumpida de los precios de la canasta básica, contrarreformas laborales y sociales, precarización de los sistemas de pensiones (ISSSTE), desmantelamiento de programas de asistencia social, disminución del salario mínimo real, extinción de empresas de propiedad estatal (LyFC), desarticulación de sindicatos obreros (SME)… Parece que el Presidente más bien quiso decir: “Con hechos, el Gobierno combate a los pobres”.
En otro asunto, en un enfrentamiento en el puerto de Veracruz entre miembros del ejército y presuntos narcotraficantes, una señora inocente que vendía tortas en el lugar de los hechos quedó atrapada en la balacera. Cuando una testigo solicitó al marino más próximo que ayudara a la señora, el miliciano contestó:
“¡Que chingue a su madre por pendeja!”
En fin… Así es esto del combate a la criminalidad y el despliegue de las fuerzas del orden.
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