La planta nuclear de Fukushima está perdida, la contaminación llegará a buena parte del hemisferio norte y el mar y tierra cercana a la planta presenta altos índices de radiactividad. A pesar de ello no parece que los que vivimos en Veracruz y cerca de Laguna Verde tengamos conciencia del riesgo en el que vivimos. La reacción del gobierno del estado tuvo como objetivo tranquilizar a la población pero nada más. Interesante hubiera sido que el gobernador solicitara un estudio independiente para demostrarle a sus gobernados que la planta es segura, pero eso es pedirle peras al olmo.
Según datos proporcionados por Greenpeace –la organización ambientalista internacional más visible en le mundo accidental- la planta nuclear de Laguna Verde proporciona el 3% de la energía eléctrica que se consume en nuestro país, agregando además que el hecho de que hay un excedente de este tipo de energía de más de 40%. Entonces no puedo dejar de preguntarme ¿A quien beneficia Laguna Verde?
Pero la verdadera cuestión aquí es si estamos dispuestos a pagar el costo de un probable accidente a cambio de tener el privilegio de producir una mínima parte de nuestras necesidades energéticas. O sea, a poner en riesgo a lo que más queremos y por lo que vivimos en este mundo, nuestros hijos, sus hijos y los hijos de sus hijos por un plato de lentejas.
En este contexto no sorprende que un grupo de mujeres lleve años denunciando la alta probabilidad de un accidente nuclear en Laguna Verde. Organizadas en el Grupo Antinuclear de Madres Veracruzanas tienen como objetivo el cierre de la planta en Laguna Verde. A lo largo de más de una década han recopilado información relevante que ha sido interpretada por organismos internacionales especializados en energía nuclear y el resultado no se puede ignorar: la seguridad en la planta es mala. En 1999 el gobierno mexicano solicitó un informe a la Asociación Mundial de Operadores Nucleares (WANO) de la planta nuclear de Laguna Verde.
El informe de WANO determiné que la calificación era de 4 (donde 1 es excelente y 5 es pésimo) y sugirió una serie de acciones para mejorar su calificación pero no se hizo nada. Fue de tal magnitud la presión social que en marzo de 2005 se reportó en la prensa nacional que se habían iniciado el desmantelamiento de la planta nuclear pero una vez más nada sucedió.
Por todo lo anterior debemos reflexionar seriamente sobre lo que debemos hacer como ciudadanos responsables y con poca confianza en nuestros gobernantes. No serán estos últimos los que tomen la decisión, sumidos en la parálisis, la corrupción y la simulación. La responsabilidad es nuestra, de la ciudadanía, que es la que más tiene que perder en un escenario como el japonés.
Es nuestra obligación empezar a presionar al estado federal y estatal para que desmantelen los reactores nucleares –que tienen casi cuarenta años de vida. No hay que olvidar que todo lo que puede fallar… seguramente fallará, está en su naturaleza. ¿Seguiremos esperando pasivamente que las probabilidades hagan su trabajo o tomaremos cartas en el asunto?
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