Cuando las alusiones metafóricas llevaron a eso que los demócratas llaman opinión pública a mencionar el cambio en el sistema político, no se referían, por supuesto, a que dejaran fuera de la jugada -usando el término propio- a una generación que creció bajo las sábanas del poder.
Tal vez querían decir que el cambio es por supuesto una incapacidad natural de la burocracia, que se dedica a defender la rutina.
Y una del tamaño de los peces viejos (ya no tan gordos) es difícil de cargar.
Pero de todos modos había que entender que la “gente” (antes pueblo) tenía que escuchar otra cosa... ¡el cambio!
Pero ahora que una generación desplaza a otra (¿el Duartismo?) los cambios tendrán que ocurrir de manera natural.
Eso no quiere decir que las viejas triquiñuelas de los viejos vayan a desaparecer.
A eso le llamamos historia y perdura -por más que se le quiera sacar- en la vida cotidiana de los que estamos vivos. Ya no así, dicho sea de paso, de los que están muertos.
En el fondo todos deberíamos pensar que ya estamos muertos para dormir en una barrica de roble, como don Diógenes nos lo enseñó, pero como todavía quedan muchos demócratas mal encarados que piensan que están vivos, el único camino que nos queda es pensar que los podemos evitar.
Venga esta cantaleta como una oda a la muerte de don Fer.
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