Por: Rafael de la Garza Talavera
A nadie
parece sorprender la renuncia de Víctor Manuel Toledo a la Secretaría de Medio Ambiente
y Recursos Naturales (SEMARNAT). A menos
de un mes de que se hiciera pública su oposición a la importación de glisofato -lo
que originó la protesta del secretario de Agricultura, Víctor Villalobos y el
súper asesor de la presidencia Alfonso Romo, conspicuos representantes locales del
agronegocio- la salida de un destacado estudioso del medio ambiente en México
confirma, una vez más, que la protección
de la biodiversidad y la salud de la población no está por encima de la sed de
ganancias de las transnacionales.
Resulta
muy útil para la afirmación que abre este texto, destacar la declaración del
entonces secretario de la SEMARNAT, la cual detonó todo el sainete a principios
de agosto: “no podemos idealizar a la 4T, es un gobierno lleno de
contradicciones brutales… [la defensa del ambiente] no está para nada en
el resto del gabinete y me temo que tampoco está en la cabeza del Presidente.”
Ya
desde la publicación del famoso Informe Bruntland en 1987, quedó claramente
planteado el conflicto entre el modelo de desarrollo capitalista y las
consecuencias negativas crecientes para el planeta. A partir de ese momento se
definió la contradicción evidente que resulta de la codicia que vive siempre en
el presente y la posibilidad de un futuro digno para las generaciones venideras:
"Esta en manos de la humanidad hacer que el desarrollo sea
sostenible para asegurar que satisfaga las necesidades del presente sin
comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las
propias"
Sobra decir que la mayoría de los estados miembros
de la ONU
acató, de los dientes para afuera, las conclusiones del informe. En México, en
1988 se publicó la Ley General del
Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente y un año después debutó la Comisión
Nacional del Agua; en 1994 surgió la Secretaría de Medio Ambiente, Recursos
Naturales y Pesca, antecedente directo
de la SEMARNAT. El discurso político integró los conceptos básicos de la
protección del medio ambiente e incluso cobró fuerza un partido familiar, el
Partido Verde Ecologista de México, fundado en 1986.
En el contexto internacional, las cumbres
ambientales fueron ganando terreno. En 1992, la Cumbre de la Tierra celebrada
en Rio de Janeiro concentró a buena parte de las organizaciones ambientalistas
del mundo y asistieron además las representaciones oficiales de 172 países con
la intención de formular acuerdos internacionales para la protección del medio
ambiente. Al igual que la fábula del rey desnudo, todos los participantes
oficiales omitieron señalar la gran
contradicción: las buenas intenciones
del discurso político frente al poder económico, financiero, mediático y
político de las corporaciones internacionales dedicadas al agronegocio.
Así las cosas, insisto, a nadie sorprende la
salida de un servidor público que le puso cara al lobby conformado por empresas
como Monsanto, Carhill, Tyson y muchas más, que a lo largo de las últimas décadas
se han fortalecido gracias a las concesiones otorgadas por los gobiernos alrededor
del mundo, sean de izquierda o de derecha. La llegada del AMLO a la presidencia de la república mexicana suscitó
esperanzas para algunos, pero a dos años de su gestión no cabe la menor duda de
que el gobierno autodenominado como la Cuarta Transformación (4T) no tiene la
menor intención de modificar la tragedia ambiental ni sus efectos.
Y es que el deterioro de la biodiversidad afecta
directamente a millones de campesinos y pueblos originarios, no sólo por el
deterioro de su calidad de vida a consecuencia del consumo de alimentos con
alto contenido de sodio y potasio, derivados de organismos genéticamente
modificados y rociados por toneladas de químicos, como el glisofato, para aumentar la productividad. Habrá que sumar el
despojo de tierras y semillas cultivadas y desarrolladas por miles de años así
como el desprecio o apropiación
sistemática de saberes ancestrales, según convenga al capital; los
asesinatos selectivos de defensores del medio ambiente, empleando a paramilitares
y crimen organizado para atemorizar a la población e imponer los grandes
proyectos de inversión del agronegocio.
Los proyectos desarrollistas o progresistas como
el mal llamado Tren Maya, el canal transítsmico e incluso el nuevo aeropuerto internacional
son sólo la punta del iceberg de la dinámica económica del gobierno federal. Aunado
a ellos están la minería a cielo abierto, la intensificación de las
maquiladoras, los proyectos turísticos e hidrológicos. Al final lo que queda en
evidencia es que, al igual que con la pandemia en la que estamos inmersos, el proyecto
económico del gobierno en turno coloca claramente al capital y sus ganancias por
encima de la vida de la población.
Y si, al igual que con la renuncia de Víctor
Toledo, el camino elegido para el desarrollo económico por la 4T… tampoco
sorprende.
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